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La unidad sustancial del ser humano

Fernando-Riofrio (2) por Fernando Riofrío, filósofo

         Si Aristóteles conviviera hoy entre nosotros se encontraría muy cómodo conversando con neurocientíficos, vista la evidencia de que las actividades psíquicas del ser humano están radicadas en las células neurales y en los circuitos eléctricos. Se aprecia, de este modo, una unidad entre la mente y el cerebro, siendo aquélla (la psique o ánima –en latín−, es decir, la que infunde vida a un ser) la causa de laLeonardo da Vinci configuración somática o material del cerebro. De ahí que cuando hablamos del sistema cerebro-espinal, del que proceden las actividades psíquicas, en realidad nos refiramos a una estructura constituida por la mente o psique, que lo erige como una única sustancia (aquello que es en sí) corporal, biológica y racional a la vez. De tal manera que cuerpo y mente están unidos en una sola sustancia, que es el ser humano.

         La realidad de la mente humana no se limita a su integración en el sistema cerebro-espinal como si fuera una entidad somática que sólo actúa por reacciones físico-químicas. Y es que la psique o alma es la causa que hace que el hombre sea una realidad que excede a la pasividad y potencialidad de la materia inerte. En efecto, el conjunto de cuerpo y mente hace al humano esencialmente competente para realizar actividades mentales, pero siempre ejecutadas por esa sustancia completa dotada de cerebro somático, al que le son atribuidas.

         Aunque el hombre conoce intelectualmente por causa de su mente y no del cuerpo, al estar dotado de cerebro (órgano material) y mente (fuerza vital o alma), es el primero el que ejecuta esta actividad intelectual, que es, por esto mismo, una propiedad suya, debido a la Aristóteles - Wikipedia, la enciclopedia libreunidad sustancial mente-cuerpo. Según Aristóteles, es imposible que pensemos un concepto universal y abstracto sin el soporte de imágenes sensibles radicadas en el sistema somático y orgánico cerebro-espinal, sin cuyo concurso no se poseen las imágenes sensibles en el alma o psique. Aristóteles sostiene que las imágenes de la sensibilidad son producidas tanto por el cuerpo como por la mente. En cambio, la facultad intelectual sólo es un acto de la mente, y no del cuerpo.

         Por esta misma razón, el clásico piensa que después de la muerte la mente no puede ejercer por sí sola su función de abstraer y conocer intelectualmente, porque el ejercicio de esta función sólo es posible a partir de imágenes sensibles radicadas en el cerebro somático y en la mente que está inmersa en él.

         ¿Esto significa que Aristóteles está descartando la espiritualidad y racionalidad del hombre o quitándole la importancia que debe tener? De ninguna manera, porque afirma que la mente o alma tiene la propiedad de existir en sí misma separada de la materia corporal. Aristóteles dejó incólume la doctrina de la inmaterialidad y espiritualidad del alma que recibió de Platón durante los años que fue su discípulo en la Academia.

         El argumento principal desplegado por Aristóteles desde el ángulo de la filosofía primera conduce a comprender que la tesis de la unidad sustancial de cuerpo y mente es conciliable y compatible con la tesis de la intelectualidad y espiritualidad de la mente. Se basa en los resultados leo mente (2)presentados en el capítulo 17 del libro 7 de la Metafísica. En este lugar Aristóteles demuestra, mediante el análisis de la corrupción de los cuerpos, que es imposible que la forma (aquello que hace que una cosa sea lo que es) se identifique con un elemento material que integra un cuerpo, porque después de su descomposición, los elementos materiales se mantienen y la forma no. La conclusión necesaria de su argumento es que la forma no puede ser un elemento material, sino, más bien, el orden que organiza todos los elementos materiales del cuerpo.

         Esta demostración está en la misma línea contenida en los libros de De Anima, según la cual el alma intelectiva del hombre (que constituye su ser racional) es la forma –principio vital− del cuerpo humano. Y puesto que toda forma es diversa de los elementos materiales que integran un cuerpo, nada impide que la forma, que es un actoanima (2) (aquello que ya es), tenga una perfección y actualidad tan elevada que, no sólo es forma de corporalidad, sino que, junto con ello, es también forma de vitalidad, sensibilidad, intelectualidad y espiritualidad, como quiera que la racionalidad es la forma más alta de vida. Por tanto, la compatibilidad de todas estas propiedades del alma y su síntesis en un solo acto, que es precisamente el alma, queda garantizada por el alcance metafísico de la doctrina según la cual la mente es un acto, diverso de la materia, que es pura potencia (aquello que puede llegar a ser: como un niño es un hombre en potencia).

        Sólo es un cuerpo humano aquel que está dotado de los órganos que son necesarios para realizar operaciones vitales que ejecuta conforme a una configuración material genética y epigenética precisamente humana. El alma no crece porque no es materia desplegada cuantitativamente en Embrión - Wikiwandel espacio. El cuerpo humano, ya desde su fase embrionaria, es una materia perfectamente dispuesta como materia humana adecuada para ser configurada específicamente por el alma racional (que es la única específicamente humana). Esta materia mantiene la misma configuración genética de su ADN y la de su epigenética, que debe tener esta materia para estar debidamente configurada y ser adecuada para albergar el alma humana racional. Así, la mente o alma permanece esencialmente a lo largo de todo el crecimiento, desarrollo y evolución del ser humano.

         Sin embargo, como la mente es el poder y causa actual de la unidad de mente y cuerpo, se deduce que la mente/psique, en cuanto acto, no depende de la materia por lo que se refiere al nivel de actualidad que tiene, y, por esta misma razón, nada impide que el alma del hombre tenga un nivel de actualidad y perfección que sobrepasa la materia en el más alto nivel, por ser también forma de intelectualidad y racionalidad.

         Cuando los neurocientíficos hablan del cerebro, no están hablando meramente de una materia corporal, sino, más bien de una realidad sustancial compuesta de mente/psique y materia corporal orgánica. La Definición de ánima - Qué es, Significado y Conceptopostura filosófica que separa la psique del cuerpo es propiamente platónica y cartesiana, y no aristotélica. De la misma forma, en neurociencia se afirma que las actividades psíquicas o mentales tienen su sede en el cerebro material y somático. Esta teoría encaja perfectamente con la doctrina hilemórfica del neoaristotelismo, según la cual mente/psique/ánima y cerebro conforman una unidad sustancial.

Mente y cerebro en la vida humana

 por Fernando Riofrío, filósofo

            Es muy fácil observar la influencia predominante que tiene en nuestra época la postura filosófica dualista mente/cuerpo de Descartes. Ciertamente, estamos convencidos de que el cerebro es un mecanismo que obedece a causas mecánicas y que la mente es otra realidad, diferente del cerebro. Desde este punto de vista, la mente realiza actividades psíquicas que no son atribuibles al sistema corporal orgánico cerebro/espinal; siendo un misterio el hecho deRené Descartes - El Viejo Topo que las actividades mentales estén coordinadas con el sistema nervioso del cerebro y sus actividades somáticas propias. Este punto de vista cartesiano está recogido en la definición de mente que ofrece el Oxford English Dictionary, que describe la mente o facultad psíquica como: el lugar de la conciencia, el pensamiento, la volición y el sentimiento; fenómenos y potencias cognitivas y emocionales que constituyen un sistema de control específicamente opuesto a la materia.[1]

            Aunque esta postura está fuertemente enraizada en el sentido común contemporáneo, recientemente ha sufrido fuertes ataques originados por los nuevos descubrimientos de la neurociencia[2]. Éstos han planteado dudas acerca de la concepción de la mente que hemos recibido de Descartes, quien concibió la mente y sus actividades psíquicas como un sistema específicamente separado de la materia, que desde fuera podía tener una influencia sobre el cuerpo. La evidencia experimental de la neurociencia indica que las actividades psíquicas están fuertemente involucradas en el sistema orgánico cerebro/espinal y la red de circuitos eléctricos neurales, que son el requisito de cualquier actividad mental.

            Estos nuevos conocimientos han conducido a repensar el plexo mente-cerebro y explorar nuevos caminos distintos del camino seguido por la tradición dualista mente/cerebro de Descartes. Uno de los caminos que los científicos y el público general se ha sentido tentado de explorar es el del monismo materialista contemporáneo, que reduce la realidad del plexo mente-cerebro solamente al sistema orgánico cerebro/espinal y sus circuitos eléctricos neurales, que serían realidades puramente materiales explicables Sobre el cerebro humano - CogniFitexclusivamente en términos mecánicos. Esta posición es un reduccionismo porque cierra acríticamente el camino de la búsqueda científica, debido a que asume la convicción de que el sistema cerebro/espinal es una realidad que sólo ejecuta actividades explicables mecánicamente y exclusivamente por reacciones químicas. El reduccionismo mecanicista rechaza sin ningún fundamento que exploremos otro tipo de causalidad que explique la existencia de actividades mentales dependientes también de una causalidad no-mecánica, como ocurre con la actividad abstractiva del entendimiento.

            Ni el dualismo cartesiano ni el reduccionismo mecanicista ofrecen principios básicos consistentes y libres de aporías a la neurociencia. Pero si estas dos posturas filosóficas no son capaces de aclarar los principios sobre los que se basa la neurociencia, habrá que buscar una tercera vía. ¿Cuál es la corriente filosófica que puede recorrerla? El neoaristotelismo, inspirado en la doctrina hilemórfica de Aristóteles. Éste, al igual que Descartes, está convencido de la intelectualidad y espiritualidad de la mente. Sin embargo, Aristóteles, a diferencia de Descartes y su maestro Platón, piensaAristóteles, el pensador polifacético que la mente, el principio vital e intelectivo del hombre, es simultáneamente el principio especificador y esencialmente determinante del cuerpo. El espíritu humano que puede subsistir en sí mismo después de la muerte, es también el principio causal que hace de una materia un cuerpo peculiar y específicamente configurado como un cuerpo. En consecuencia, la mente, la Psiké noética del hombre, es la causa determinante y el principio esencial que especifica y configura el sistema cerebro/espinal como una entidad somática y orgánica, sin dejar de ser el espíritu mismo del hombre.

            Pero, ¿es posible que Aristóteles sostenga que el principio intelectivo del hombre es también el principio que especifica el cuerpo humano material sin caer en inconsistencia? Platón y Descartes prefirieron separar el cuerpo material de la mente. En cambio Aristóteles no ve ningún problema en admitir que la mente, el alma intelectiva noética, sin dejar de ser espiritual e intelectual en todo derecho, es, a la vez, la causa determinante que hace que una materia sea hecha un cuerpo y una sustancia biológica determinada.

            Dado que Aristóteles piensa que el alma es una entidad simple, por ser un acto, la cuestión que emerge frente a sus reflexiones es si efectivamente el alma en su simplicidad sin partes puede simultáneamente cumplir dos funciones tan diferentes, de un lado, especificando y configurando somáticamente el cuerpo, y, del otro lado, especificando biológica, racional e intelectivamente el hombre como sustancia biológica, racional e intelectual.

            Aristóteles no ve ningún impedimento en que el alma desempeñe estas dos funciones porque demuestra que ninguna forma es lo mismo que la materia, y, por esto mismo, tampoco el alma, pues para él el alma es una forma (eidos). El alma no es ninguno de los elementos materiales de las cosas físicas, ni tampoco es un grupo de elementos materiales integrantes de la sustancia corpórea, sino que es más bien el orden mismo que dispone y configura los El "susto": cuando el alma abandona el cuerpo - La Mente es Maravillosaelementos materiales. Esto resulta evidente porque, una vez muerta una sustancia biológica, permanecen todos los elementos que la integran, pero no la causa que ordena internamente y configura específicamente la sustancia biológica. Esta causa es lo que los griegos llamaron Psiké y nosotros alma. Esta causa, que es la mente o alma configura esencialmente la sustancia biológica no solamente como un cuerpo, sino como un cuerpo dotado de vida. El hombre es, pues, un cuerpo dotado de vida, pero que cuenta con la clase de vida más alta, que es la vida racional.

            Ahora bien cualquier cuerpo es una sustancia y como tal es un ser que existe en sí mismo en el mundo físico autónomamente, sin ser propiedad de otras cosas. Aristóteles se refiere a los organismos biológicos como cuerpos dotados de vida. Todo cuerpo, sea biológico o no biológico, tiene dos componentes básicos, uno de ellos es la materia y el otro la forma. En el caso de los organismos biológicos es más fácil identificar estos dos componentes, porque poseen un carácter peculiar que no poseen los cuerpos inertes, a saber, la vida. En los organismos biológicos, la materia corporal biológica es la materia y el alma es la forma[3].

            Aristóteles afirma que el cuerpo del organismo biológico tiene vida en potencia. Cosa que no podemos afirmar de los restos de un organismo biológico muerto. La materia corporal de un cadáver no tiene vida en acto, esto es, alma, pero tampoco tiene vida en potencia, porque la materia corporal del cadáver no es apta para estar unida al alma, que es la vida misma en acto, y por esto la materia corporal del cadáver ni siquiera tiene potencia para vivir. La novela Frankenstein no es más que un mito imposible. Si la materiaFRANKENSTEIN (NOVELA GRAFICA). SHELLEY MARY. Libro en papel. 9786071429148 Librería El Sótano de un cadáver tuviera potencia para vivir, el hombre jamás habría muerto, ni su alma habría dejado de determinar su cuerpo, desde su interior. Pero, puesto que efectivamente ha muerto la persona, es evidente que esto ha ocurrido porque sus componentes materiales han dejado de tener la sutil organización que deben tener para albergar en su interior la vida en acto, esto es, el alma, y, por tanto, al sobrevenir la muerte, los materiales corporales han dejado de tener vida en potencia, esto es, capacidad para tener el acto de la vida, o sea, el alma.

            Ahora bien, ¿cómo es que la materia corporal del organismo biológico pierde su capacidad para tener el alma? La razón es porque la materia corporal del viviente ha dejado de ser orgánica. Podría alguien aducir que un milésimo de segundo después de la muerte los órganos corporales son útiles materialmente para un trasplante. Y, en efecto, esto es verdad. Sin embargo la preservación de la estructura molecular de un riñón de una persona fallecida y de su capacidad de reacción físico-química no es suficiente para que ese riñón esté materialmente capacitado para ser vivificado por el principio vital actual, que es el alma.

            La vida es pues un acto o actualidad que perfecciona al organismo biológico, haciendo que éste tenga tanta actualidad por encima de la pasividad de la materia. De ahí que el hombre completo sea el sujeto ejecutor de las operaciones vitales; esto es, el compuesto de mente y cuerpo y de mente y cerebro. Es tan radical la unidad que hay de mente y cuerpo que juntos constituyen una sola sustancia, que es el ser humano. Y esta sustancia completa, que es el hombre mismo, es el sujeto que realiza y al que pertenecen las actividades psíquicas. En otra entrega abordaremos el fundamento de esta unidad sustancial.

[1] Citado por Paul Schimmel: “Mind over matter? I: philosophical aspects of the mind–brain problem”, Australian and New Zealand Journal of Psychiatry, 2001; 35: 481–487.

[2] Mark Reimers: “The Speed of Thought. What the Revolution in Neuroscience will mean for Humanism.” March-April 2017, I THE HUMANIST, 27.

[3] Aristotle, De Anima Book II, ed. Christopher Shields, Oxford University Press, 2016, chapter 1, 412a, 16-22, p. 22.

Consecuencias del progresismo

  por Luis Suárez, Real Academia de la Historia

            Antes de comenzar este breve análisis, cabe distinguir la palabra progreso de su derivado progresismo. La primera se refiere a un adelanto o perfeccionamiento humano, pues se trata de una facultad propia de nuestra especie. La segunda consiste en una formulación ideológica surgida en las postrimerías del siglo XVIII, que concibe ese avance o progreso de una determinada manera. Desde la Ilustración, muchos científicos, confiando exclusivamente en las potencialidades de la razón −que consideraban infinitas−, imaginaron que serían capaces de liberar Periodismo de Opinión: El culto a la razóna la humanidad de sus pasadas angustias y temores, conduciéndola a la felicidad. Un término muy habitual durante los siglos XVIII y XIX, recogido en las declaraciones de derechos y en textos constitucionales. De ahí que se asociara el progreso y la felicidad en una suerte de maridaje indisoluble. Sin embargo, este progreso se entendió como el desarrollo de la mente humana ordenada sólo al bien material. Los adelantos en el conocimiento permitirían la erradicación de enfermedades y del consiguiente dolor, así como el aprovechamiento y eficaz distribución de la riqueza hasta lograr el pleno bienestar, fundando la sociedad perfecta y definitiva. Que no se alcanzaran esos objetivos de forma inmediata iba de suyo. Sólo se llegaría a la meta mediante una progresión paulatina, resultado de una serie imparable de descubrimientos. Esto explica la diversidad de ideologías que a lo largo del tiempo confluyen en dicha idea: el positivismo, el marxismo o, más recientemente, el transhumanismo son los relieves de una misma efigie progresista.

            En su caso, el positivismo parte de la tesis que esbozara Voltaire: es el hombre el que inventa a Dios a su imagen y semejanza (Si Dieu n´existait pas, il faudrait l´inventer). La religión se reducía así aBiografia de Voltaire un artificio humano con el que se intentarían explicar ciertos fenómenos importantes en las etapas primitivas del desarrollo humano; una inicial, de carácter politeísta seguida de una segunda monoteísta hasta concluir en una tercera −la positiva−, capaz de prescindir de lo sobrenatural o religioso para dar respuestas con arreglo a causas naturales que obedecerían a leyes estrictamente científicas. La humanidad habría progresado entonces presentando al ser humano como verdadero dios de sí mismo y de la naturaleza (el famoso seréis como Dios del Libro del Génesis). Las dificultades que pudieran presentarse en este proceso se imputaban a la resistencia ejercida por la religión, calificada de retrógrada y propia de mentes anquilosadas o supersticiosas. De aquí que, según el positivista, el remedio gravite en el barrido de cualquier metafísica para acelerar el progreso científico y conseguir la felicidad absoluta.

            Con todo y a pesar de que no se han cumplido las previsiones del positivismo, entre las que se cuentan un acceso pleno de la humanidad a los bienes materiales y del conocimiento o el alargamiento indefinido de la existencia humana, sus seguidores continúan instalados en sus presupuestos. Desde la segunda mitad del siglo XIX hasta nuestros días han quedado patentes sus contradicciones. Ni todo el mundo ha podido acceder a la riqueza, también porque la acumulación ilimitada de bienes de consumo sólo se alcanza privando de ellos a muchas otras personas, ni se ha erradicado el dolor ni la enfermedad, como vemos ahora con un mundo en jaque por la crisis del coronavirus. Esa pretendida felicidad deja posos de amargura e insatisfacción, conforme apuntan las estadísticas sobre la creciente ingesta de ansiolíticos o el mayor índice de suicidios.

            Cuando se constató que aquellos prometidos bienes se alejaban, agudizando las diferencias sociales con la explotación laboral de miles de personas, surgió otra vía complementaria, pues tampoco prescindía de la raíz materialista del positivismo. En efecto, el marxismo, ideología que toma el nombre de su inspirador –el filósofo alemán Karl Marx− postuló en El Manifiesto Comunista (1848) la formulación de una ley que, a su juicio, viene a gobernar la historia de la humanidad: la lucha de clases. El motor de la historia, la causa de su avance temporal, es el odio o el combate permanente entre oprimidos y opresores. De ahí que sólo pueda abrazarse la felicidad en el momento que se supere esa dialéctica prescindiendo de la propiedad, generadora de las injusticias sociales. Para llegar al término de una sociedad comunista, ya sin diferencias, donde reine el igualitarismo como el estado de vida ideal, se requiere un paso previo: la dictadura del proletariado. La clase obrera debe primero derrocar a los capitalistas e implementar por la fuerza su programa. También aquí la religión estorba, porque actúa como opio –así la calificó el propio Marx− al frenar las conciencias en ese camino hacia el paraíso socialista. No hace falta insistir. La historia, que –en palabras de Cicerón− es maestra de la vida, ha verificado las secuelas de esta utopía. La conculcación de los derechos fundamentales de la persona (la vida, la libertad y la propiedad) ha sido una constante en los sistemas comunistas. La URSS y sus Estados satélites en Europa del Este son un ejemplo claro. Que todos ellos se evaporaran con el triunfo global de la economía capitalista no significa, sin embargo, la extinción de la ideología, adaptada a las nuevas circunstancias. El feminismo actualmente predominante supone la extrapolación de la antigua lucha de clases a la lucha de sexos. El patriarcado y no la propiedad es ahora8M, Día de la Mujer 2022, en directo | El 8M reivindica la igualdad y  homenajea a las mujeres de Ucrania | España la causa de todos los males y el objeto a batir. De ahí que haya de implementarse una suerte de dictadura feminista que conduzca al igualitarismo sexual. No estamos hablando de igualdad en deberes y derechos con arreglo a una dignidad humana compartida por los distintos sexos, sino de una especie de masculinización –en el menos elogioso de los sentidos− por parte de la mujer, que renuncia así a su insustituible personalidad.

            Esta espiral de contienda permanente, fundada en la autosuficiencia de cada uno, aspira a desplazar por superación las corrientes citadas traspasando definitivamente la condición humana mediante la técnica. Es lo que se conoce por transhumanismo; otro peldaño más de la escala imparable del progreso. Se trataría aquí de mejorar conscientemente la especie y Transhumanismo, mitología y cine - Proyecto Sciocrear un nuevo tipo humano más allá de su misma naturaleza. La experimentación genética para lograr cualquier fin o el estímulo de una inteligencia artificial perfecta, sobrepuesta a la humana, permitiría vencer sus limitaciones intrínsecas. Esta idea viene a recuperar el concepto del superhombre a modo de dios omnipotente sobre su destino y el del universo, resultado de aquella vieja estela positivista.

            No obstante, ¿realmente la felicidad radica en la trasposición, a veces violenta, de nuestra identidad como personas? Según su origen, el vocablo persona podría remitir a la expresión latina per se sonas, es decir, aquel que habla por sí mismo; esto es, un individuo que posee una naturaleza racional. Es esta razón la que nos debiera descubrir la realidad de la cosas para adecuarnos a ella y andar de este modo en la verdad. Sólo así apreciaríamos que existe un equilibro innato en la naturaleza que debemos preservar; también porque formamos parte de él. Esto entraña el respeto al orden moral. Por nuestra conciencia, esto es, el conocimiento certero de la realidad, sabemos de la existencia del bien y del mal. En efecto, los actos humanos trascienden el mero instintoimages (2) situándose en un plano superior al del mundo animal. Por eso nos realizamos cuando la conducta se identifica con el bien, tal como refiriera Aristóteles: es el hombre virtuoso –el que ama el bien por sí mismo− lo que hace feliz a la persona. He aquí la definición del amor. La solución a las grandes dificultades del mundo presente pasa por una afirmación o abundancia de bien que, necesariamente, nos remite a su causa primera, al que es por sí mismo: Dios, reconocido por la observación sensible y revelado por iniciativa propia hasta su materialización en Jesucristo. Todo en la persona obliga a trascenderse y si ese movimiento no se carga de amor, la misma persona se torna incomprensible. La experiencia demuestra que si el conocimiento no se pone al servicio de la naturaleza del hombre atenta a su dignidad y le degrada, aun cuando se apela a su liberación, que se prueba falsa. Aquí está justamente la clave que obliga el amor a los demás. Esto implica animar al otro al esfuerzo para conducirse al bien, conforme al querer inserto en la Creación, y rehuir cualquier amago o empeño autodestructivo. El porvenir del género humano radica precisamente en recuperar su humanidad, es decir, volver a su esencia. Sólo de este modo podrá participar de la dicha del bien por vínculos cada vez más fuertes de solidaridad y dirigir a cada persona a la consecución del bien eterno de Dios.

Ética y fraternidad en la Roma antigua

 por Edison Tabra, jurista

             Desde una perspectiva contemporánea puede presentarse el concepto de fraternidad desarrollado por algunos autores latinos como uno de los antecedentes de la actual acepción de solidaridad. Ciertamente, sin recurrir a dicho término, Séneca, Cicerón y Marco Aurelio ahondaron en cuestiones referidas al deber in solidum de hacerse responsable de una realidad compartida con otro. De ahí la importancia ética de la amistad, concebida como virtud indispensable para el desarrollo personal y de la convivencia humana.

            Séneca hizo de la providencia –disposición que mira a la consecución de un fin− y de la fortuna el motor de la existencia de la res publica, esto es, lo que atañe a todos en el modo de articular las relaciones y organización de la sociedad. De ahí que mencionara queResultado de imagen de Séneca la actuación de la conciencia personal del sabio –la minoría dirigente− debiera estar integrada en el destino colectivo de las personas para impulsar la consecución efectiva del bien común. Eso exigiría la imprescindible fraternidad; la correspondencia de los sabios al servicio de los demás. No extraña entonces que algunos pensadores recientes hayan tomado esta hermandad como núcleo para sostener una noción de solidaridad, fundada en la razón natural: la amistad o el amor que alcanza a todo el género humano habría de inspirar así la ayuda mutua de los que integran el cuerpo social. Para Cicerón, la naturaleza sociable de toda persona miraría al bien compartido con los demás. Aunque dicha observación aludiera necesariamente a las potencias espirituales como fuerza motriz para el desempeño de la virtud, interpretaciones posteriores prescindirían de toda metafísica a la hora de explicar los lazos de la fratría humana.

            El hecho de que la afirmación y superioridad de lo eterno –a decir de Aristóteles− resultara inalcanzable para la persona desde un plano de igualdad y trato recíproco (no sería equiparable lo humano y lo divino) en la relación de amistad (entendida como búsqueda y promoción del bien del otro); llevó a ciertos teóricos a desentenderse por completo del ámbito sobrenatural para explicar los vínculos solidarios o de hermandad. Así las cosas, ésta se cimentaría sobre el deseo mutuo por materializar la fraternidad entre las personas a modo de altruismo o filantropía a partir de la formación de la conducta −ethos− dentro de su aspiración natural a la felicidad.

            Con esta pretensión, en el siglo IV a. C se había iniciado un movimiento filosófico centrado en una búsqueda activa y pragmática del bien moral, asociado a la consecución efectiva de la vida dichosa. El estoicismo espoleó una comprensión del hombre con el universo a partir de su propio razonamiento con el que habría de desplegar una vida coherente y apropiada a ese objeto. En este sentido, Marco Aurelio, emperador de Roma entre 161 y 180 d. C, consignó en sus Meditaciones los presupuestos de dicha filosofíaResultado de imagen de marco aurelio desde una perspectiva serena y majestuosa. La imperturbabilidad de ánimo resultaría de la aceptación del propio destino sin acritud ni aspavientos ante las dificultades. La vida buena consistiría en el dominio de sí, actuando como premisa para irradiar bondad y nobleza de espíritu, indispensables para la paz personal y colectiva. Por medio de la razón, presentada como cualidad divina, la sociedad humana habría de mostrarse hermanada en torno a unos mismos anhelos de felicidad. De ahí la mutua y necesaria colaboración con los semejantes.

            Como señala Duvignaud, Marco Aurelio destaca la pasión existente por la condición humana, porque genera un pensamiento conforme a la regla general del universo, y de la cual formamos parte debido a realidades como el amor al prójimo, la veracidad, la conciencia y la creencia. Asimismo, refiere el deseo de una “humanidad solidaria” sujeta a una sustancia universal, aunque se disperse en mil cuerpos individuales.

            De estas ideas se deduce que este emperador moldeó un concepto de solidaridad (en términos modernos) basado en una naturaleza del hombre tendente a la colaboración de unos con otros. Con ello observamos una clara coincidencia de los autores romanos a la hora de apreciar los basamentos perennes de la vida comunitaria. Tanto para Cicerón como para Marco Aurelio, la solidaridad se anuda con el principio de reciprocidad al procurarse el bien del todo. Un presupuesto asumido por la tradición cristiana y elevado al plano metafísico al sortear el obstáculo que percibían los clásicos griegos en la relación limitada del ser humano con la eternidad intangible de Dios mediante la persona de Jesucristo, Dios encarnado y manifestado a la humanidad. Desde esta óptica, la amistad del hombre con Dios sería posible, adquiriendo la fraternidad un sentido más sublime: una común filiación con la divinidad. De esta manera, la solidaridad se fundamentaría en la donación gratuita del amor, despojado de todo interés a imitación de Cristo.

            Se concluye entonces un avance cualitativo en la cooperación y unión entre las personas con un intercambio mayor de los bienes que se prestan –al incorporar el valor de la trascendencia y la virtud de la religión− en orden a un servicio integral de los particulares que, de este modo, constituyen y definen una realidad social más predispuesta a la excelencia.

La amistad como eje de la convivencia social

 por Edison Tabra, jurista

Los antecedentes conceptuales de la solidaridad se encuentran en la época de los estoicos, pero fue Aristóteles quien expuso la solidaridad como un conjunto de personas con características y deberes comunes, en un espacio limitado y partiendo de una solidaridad “cerrada”. A saber: aquélla que parte de la amistad, entendida como el principal bien que poseen los ciudadanos en la comunidad dentro de un régimen de igualdad. Por tanto, la solidaridad constituye el vínculo en común que une a las comunidades.

Para Aristóteles, la virtud es un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y a la que se ajustará la actuación humana. El término mImagen relacionadaedio lo es entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, y también por no alcanzar en un caso y sobrepasar en otro el justo límite en las pasiones y acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término medio. Por eso, desde el punto de vista de su entidad y de la definición que enuncia su esencia, la virtud es un término medio, pero desde el punto de vista de lo mejor y del bien.

Interpretando estas ideas, las decisiones voluntarias del hombre serán virtuosas si son un intermedio entre la “escasez” y la “abundancia”. Por ejemplo, la virtud de la generosidad es el intermedio entre la tacañería y la prodigalidad. De esta manera, Aristóteles aconseja y esclarece las virtudes existentes en las decisiones diarias del hombre, en las cuales debe trabajar para su búsqueda y aplicación. En este marco se ubica la solidaridad.

Sin embargo, el término “solidaridad” no aparece literalmente en las ideas del filósofo griego, sino en la noción de la amistad como virtud dirigida a la búsqueda del bien y la propia realización de la persona por medio del ejercicio de una justa medida de la acción. Esta concepción aristotélica de la amistad es la práctica del amor de forma recíproca entre las personas, guiadas no por razones de utilidad, placer o beneficio, sino por su carácter y/o formación. Es la virtud necesaria para la vida del ser humano porque le permite tener amigos; es decir, permite la socialización del hombre con sus iguales (sin diferencias económicas, sociales o raciales). Lo mismo sucede a nivel de grupos en lo que se refiere a la amistad entre “las ciudades”. Por tanto, el ejercicio de la amistad convierte en innecesaria la justicia, pero aun siendo justos necesitan además de la amistad, y parece que son los justos los que son más capaces de amistad.

La necesidad de contar con amigos con quienes desarrollarla constituye la condición esencial para el ejercicio. En tal sentido, Aristóteles considera tres tipos de amigos: por interés, por placer y por virtud. De estos, el ser humano debe optar por el tercer tipo. Asimismo, el objeto de la amistad es desear el bien del amigo. En este sentido, Aristóteles establece la diferencia con la benevolencia: de los que así desean el bien de otro, decimos que son benévolos si de la parte del otro no se produce el mismo sentimiento, pues cuando la benevolencia es recíproca decimos que es amistad.

La amistad, de acuerdo con las personas participantes, se clasifica de dos maneras. La primera clase corresponde a la amistad entre personas de igual condición y virtuosas. El bien que se cree entre ellas permanecerá mientras la amistad dure, a expensas de tiempo y trato para su configuración. Por su parte, el segundo tipo de amistad se constituye entre las personas con desigualdad social, política o económica, entre las cuales la amistad está regida por la “proporcionalidad de los afectos y servicios”, conocida como la compensación entre la persona que aporta más afecto pero menos servicio y aquella que ofrece menor afecto y pero más servicio; de modo que la relación de amistad termina igualándose.

Resultado de imagen de grupos de amigos

La práctica de la amistad tiene como objetivo la búsqueda del bien común o el “bien de la ciudad”; para alcanzarlo las personas deben ser virtuosas en la búsqueda del bien de sus semejantes. La solidaridad surge como producto de esta práctica; es decir, en las relaciones creadas entre las personas de igual condición y que buscan el bien entre sí. Así, por la existencia de lazos comunes y subjetivos, como los gustos personales o profesionales, la amistad es recíproca y no admite diferencia alguna entre las personas.

De otro lado, la comunidad política es el marco ideal en el que se ejerce la amistad con el fin de conseguir una convivencia adecuada y propiciadora del bien común: unos dan y otros reciben procurando el bien esperado, de modo que el que aporta lo hace de la misma manera en que espera que le aporten. A diferencia de la amistad por interés, en el caso de la amistad como virtud, la reciprocidad igual, probable o cierta queda solo como intencional. De este modo, la noción, aunque primigenia, de la solidaridad es entendida por Aristóteles como la consecuencia del ejercicio virtuoso de la amistad, lo cual hace posible la convivencia entre las personas de igual o diferente condición política, social, económica o cultural. Para realizar esto debe configurarse la amistad, la “igualdad” de las personas y la búsqueda del bien por el bien. Como consecuencia, se logrará el bien común en la comunidad, de manera que la reciprocidad no será necesaria sino intencional.

En conclusión, la solidaridad aristotélica destaca tres puntos que servirán para construir o elaborar un criterio subjetivo de la solidaridad. El primero es la función reguladora de la solidaridad en relación con los criterios de libertad e igualdad y en orden a garantizar el bienestar o bien común de la comunidad. La libertad está restringida a los sacrificios que el ser humano hace para favorecer la convivencia social con los demás, con quienes comparte lazos en común. El segundo punto es la primacía de la virtud en la práctica solidaria, entendida como el término medio de dos extremos. La práctica virtuosa de la amistad (solidaria) es la expresión del comportamiento mesurado del hombre (pasiones y acciones) para conseguir su bienestar y desarrollo. En tercer lugar se encuentra la importancia de la sociabilidad y la gratuidad en la práctica de la virtud solidaria. La preocupación por el otro, por los lazos de amistad, la perseverancia en la práctica de la virtud de la amistad y la consiguiente reciprocidad del prójimo sintetizan el éxito de la solidaridad como logro de una adecuada convivencia en la comunidad.

El conocimiento de la verdad

 por Fernando Riofrío, filósofo y jurista

En una aproximación inicial, podemos decir que la verdad es la conciencia clara y firme de que conocemos la realidad que está ante nosotros, tal como la realidad es; y no como el sujeto quiere que sea.

Antes de adentrarnos en esta materia debemos explorar la existencia de dos tendencias muy fuertes que están instaladas en la juventud de los países económicamente más desarrollados, y que también podemos detectar en otros ámbitos en los que se han ido insertando a través de los medios de comunicación. Se trata de dos tendencias de carácter emotivo-sentimental.

La primera es la que nos lleva a rechazar acríticamente toda tradición, es decir, todo conocimiento que se adquiere por transmisión de las generaciones pasadas.

La segunda es aquella que tiene una historia muy arraigada en los países occidentales y que desconfía de la capacidad de nuestro entendimiento para conocer la naturaleza humana, o sea, qué es el hombre, cuál es la realidad más profunda del hombre como persona y como ser social; y cuál es su verdadera felicidad y el lugar central del hombre en la ecología (en el universo entero) como criatura dependiente de su Creador.

¿Por qué nos sentimos atraídos, cuál es el atractivo que nos impulsa a pensar así?

Quizá la respuesta resida en una concepción de la vida de carácter individualista  y hedonista que tiene como fin último llevar una vida de placer y de búsqueda del bienestar material. Pues aunque el placer y el bienestar material son bienes necesarios para la vida no son el fin para el que está hecho el hombre, llamado a un fin superior que el de la mera satisfacción de sus necesidades materiales básicas. La verdad acerca de la felicidad del hombre no es el placer, sino una vida esforzada en favor del ser más profundo de las demás personas. Por eso la verdad sobre el bien del hombre es la verdad que conocemos acerca de cuál es el bien último de cada hombre. ¿La felicidad consiste en ese bien que se alcanza buscando el bien de los demás?

Este bien superior, real y profundo, se logra mediante el ejemplo de las propias acciones y obras. Dicho en otras palabras: la manifestación de una vida entregada al bien ajeno. Este bien que podemos dar a los demás está en la línea del ser espiritual del hombre, que, como tal, requiere también la satisfacción de las necesidades materiales básicas. Tal es el ejemplo de una vida que no está orientada exclusivamente a la satisfacción egoísta del placer privado, ni orientada solamente a obtener la seguridad económica individual, como si el hombre no fuese un ser trascendente a Dios y a los demás seres humanos.

El filósofo Alejandro Llano refirió que la crisis que se experimentó hace unos años no fue sólo económica. Llano consignó que, sobre Resultado de imagen de alejandro llanotodo, consistía en una crisis del conocimiento. Es decir, una crisis en el espíritu que altera o perjudica la confianza en el poder de nuestro entendimiento para conocer la realidad. Este problema radica en los cambios de mentalidad del siglo XX cuando se produjo un rechazo acusado de la tradición. Había que encontrar nuevos conocimientos, al margen de la tradición y las costumbres que guiaban a la comunidad. A esto se sumó el creciente relativismo militante de finales de la centuria.

La consecuencia de todo ello es la actual desorientación de muchas sociedades y de quienes las integran a la hora de conducir su propia vida y conocer las cosas más importantes de la existencia. El relativismo parece ser el atractivo para cientos de millones de seres humanos en nuestro mundo globalizado. De ahí la difusión generalizada del escepticismo.

¿Cuáles son las ciencias que pueden sanar esta dolencia en nuestra sociedad contemporánea?, ¿Cuál será la ciencia que nos devolverá la confianza en la capacidad de la razón humana para responder a las cuestiones que más nos importan a todos, como son: ¿Qué es el hombre? ¿Qué es ser persona? ¿En qué consiste la felicidad? ¿Cómo voy a conseguirla? ¿Qué tengo que hacer para ser más libre y más humano? ¿Por qué debo tener relación con Dios? ¿Es posible tratar a Dios? ¿Hay otra vida?

La filosofía es la ciencia que está llamada a alcanzar estas respuestas. También la teología, aunque de una manera distinta, y con unos alcances mucho más profundos. Esta tarea de la filosofía no empieza de cero, pues la experiencia nos demuestra que puede conocerse la realidad tal cual es de un modo más o menos profundo.

Desde que el bebé abre los ojos por primera vez, y se alegra de ver a su madre, experimentando el afecto con el que ella lo mira, entonces, en el amanecer de su vida, el ser humano se encuentra con la verdad. ¿Cómo ha ocurrido esto? La explicación está en la naturaleza misma del entendimiento humano, es decir, en la facultad cognitiva del hombre, que está constituida para poseer naturalmente la evidencia de la realidad. Frente a la evidencia de la realidad, esto es, ante la evidencia de las cosas que están  fuera de la mente, el intelecto humano está constreñido a no rendirse por completo a la realidad por la evidencia incontrovertible de la misma.

La verdad consiste en la conciencia íntima, sólida e inconmovible de que nuestro conocimiento nos revela fielmente la cosa existente en la naturaleza, tal como ella es en su existencia extramental.Resultado de imagen de aristóteles Esta seguridad sólida y cierta se basa en la necesidad que tiene la cosa conocida fuera de la mente, y no en la actividad del sujeto pensante. En efecto, el entendimiento humano recibe el conocimiento de las cosas. Y, como dice Aristóteles, las cosas son la causa del conocimiento que tenemos de ellas. Son la causa de la verdadera estimación que el entendimiento tiene de las cosas mismas.

Acerca de este punto, Tomás de Aquino pone el ejemplo de un ciego de nacimiento, que carece de los conceptos de color porque no tiene el sentido de la vista. Las cosas no han impreso en el sujeto que conoce la información que élResultado de imagen de tomás de aquino necesita para tener un conocimiento de ellas. Es claro que el entendimiento no crea la información que conoce, sino que viene de las cosas que aquél comprende. Pero, no solamente la información proviene de las cosas mismas, sino que el entendimiento mismo tiene un diseño natural. Según éste, el entendimiento humano está hecho para recibir la información que es impresa en él por las cosas mismas.

Por último, la información impresa por las cosas en los sentidos y en el entendimiento, son recibidas en éstos como configuraciones o figuras ajenas al entendimiento mismo, o sea, como configuraciones de otras cosas distintas de él.

Por todas estas razones, el entendimiento está concebido para conocer con fidelidad las cosas de nuestra experiencia ordinaria. Y sólo una cierta violencia ajena al entendimiento mismo puede hacer que el entendimiento se aliene y se extravíe, para obrar de una manera distinta de la manera según la cual ya está naturalmente diseñado. Esta alienación y extravío del entendimiento es lo que se llama el error. Y el entendimiento no cae naturalmente en el error, sino por un influjo exógeno, ajeno a su naturaleza misma.

Antes de cometer cualquier error, el entendimiento primero conoce la verdad acerca de las cosas y el principio de no-contradicción. Incluso para equivocarse antes es necesario haber conocido el principio de no-contradicción, que es la primera verdad a la que llega el entendimiento; originado por el influjo natural de las cosas en el mismo entendimiento.

Por esta razón, el entendimiento está suficientemente dotado de conocimientos verdaderos, que lo capacitan para la corrección o la enmienda. En efecto, el error sólo ocurre en el entendimiento si previamente éste conoce que una cosa no es lo mismo que su negación. De lo contrario, el entendimiento no podría incurrir en un error. El entendimiento humano tiene entonces una disponibilidad fundamental para conocer la realidad exterior y para tener una verdadera estimación de las cosas.

A lo largo de más de 2200 años de historia del pensamiento humano, algunos filósofos han desconfiado de la fundamental capacidad del entendimiento humano para conocer la verdad. DescResultado de imagen de descartesartes pensó que la ciencia universal debía ser una ciencia que partiese de cero; mediante una duda universal, que él llamó duda metódica. Descartes pretendió dudar de todo, y escogió como método para iniciar su ciencia universal, una duda universal, que, según él le condujo a admitir la existencia del sujeto cognoscente.

Sin embargo, esta postura de Descartes, que presenta la apariencia de ser muy ingeniosa y propia de un pensamiento que quiere erigirse como el pensamiento maduro y superador es, en realidad, un planteamiento ingenuo y poco crítico, porque Descartes no se ha percatado de que para llevar adelante su proyecto de dudar de todas las cosas, él mismo está aceptando previamente un conocimiento verdadero y absolutamente indudable: que no es lo mismo dudar que no dudar; porque una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo; que es el principio de no-contradicción. De tal manera, que hasta para afirmar que hay que dudar de todo, es necesario aceptar previamente que no es lo mismo ser y no ser en el mismo sentido y al mismo tiempo.

El relativismo también rechaza el principio de no-contradicción. Pero al sostener los relativistas que todas las cosas son relativas, están aceptando que no es lo mismo que algo sea relativo a los distintos sujetos que lo piensan, y que, al mismo tiempo, no lo sea. Por lo tanto, para que los relativistas afirmen que todo es relativo, es necesario que simultáneamente ellos mismos acepten que hay algo absoluto y que no es relativo a un sujeto; que es el principio de no-contracción. Porque el relativista acepta necesariamente que no es relativo que todo sea relativo. El relativismo resulta entonces contradictorio.

Ocurre lo mismo con el escepticismo, pues aunque diga dudar de todo, antes debe aceptar implícitamente en su planteamiento que no es lo mismo dudar que no dudar, ni es posible hacerlo con respecto a todas las cosas, porque sería imposible que se constituya duda alguna. Y es que toda duda se configura porque el sujeto cognoscente no sabe si una proposición o su contraria es la verdadera, sin estar más inclinado a aceptar una que otra. Pero como la proposición opuesta a la existencia de todas las cosas es que no existe nada; entonces, en este último caso, no es posible que haya ni duda, ni sujeto de duda. Y, si no puede existir ni el sujeto que duda, ni la duda, en la alternativa de que no exista nada, sólo queda que existan el sujeto que duda y la duda en la alternativa de que exista algo; al menos el sujeto que duda y la duda. En consecuencia, no es posible para la inteligencia dudar de la existencia de todo. Y sólo se puede dudar de la existencia de algunas cosas; pero no de todas.

Por último, no es posible dudar de algo de lo cual ya se tiene certeza; porque la certeza es lo contrario de la duda. Quien duda sólo en potencia conoce, y no conoce en acto. Quien conoce en acto una cosa, no puede al mismo tiempo dudar de esa misma cosa, porque el entendimiento no puede estar en potencia y en acto al mismo tiempo. O está en potencia, o está en acto. Por ejemplo, conocemos en acto, y conocemos sin ninguna duda la existencia de las personas que están frente a nosotros y, viceversa, quien conoce en acto, no puede a la vez conocer en potencia, que es la duda. Por esta razón, no podemos dudar de lo que ya conocemos en acto.

Esto demuestra el equívoco de las premisas de las que parte el pensamiento moderno que hemos analizado y que tanto perjudica al orden y la armonía de nuestras sociedades occidentales. Sólo el retorno a la filosofía realista puede mejorar y aún enderezar la maltrecha situación de nuestra cultura como agente informante de las costumbres de una civilización digna de tal nombre.

cocktail nocturno

 por Antonio Cañellas

A nadie se le escapa que estos meses de verano son prolíficos en fiestas nocturnas. Parece que el cronotipo de muchos se troca en vespertino. El fresco de la noche y el misterio de la oscuridad abren paso a la vida desenvuelta, liviana o reflexiva en nuestro ambiente mediterráneo.

No es fácil asistir a un cocktail de medianoche cuando uno no dispone de las señas del evento. Llega entonces la hora de enfrentarse con un jeroglífico callejero. De poco sirven los dispositivos electrónicos. Las circunstancias obligan a abandonar el ensimismamiento digital para adentrarse en el trato real con las gentes. El tour por bares y restaurantes adquirió tonos conmovedores cuando unos niños interrumpieron su cena con sus padres para ofrecerse como guías. Se hizo patente esa fuerza cautivadora que transmiten siempre los sencillos de corazón. Por poco reelaboramos el plano urbano del municipio, pero ¡por fin! …una llamada, la que devolvió el anfitrión a nuestros anteriores requerimientos. En medio de la noche se hizo la luz.

La llegada a la residencia se nos presentó como un tránsito. El de la ignorancia al conocimiento. ¡Qué gusto hallar el camino acertado y orillar los extravíos! En compañía del celebrante (que festejaba su pronta incorporación al estado matrimonial) entramos en el jardín de la casa. Fue él quien me presentó a su hermosa prometida, a sus padres y amigos. Enseguida un gin and tonic y a departir con el público asistente. No era aquella una reunión al uso. La delicadeza del trato y el buen hacer no dejaban lugar a vulgaridades. Mucho tenían que ver los convocantes y sus invitados, con una educación a la vez formal y alegre. Y es que la alegría no consiste sólo en un estado fisiológico (propenso a la risotada fácil), sino en un estado del alma, como recordó José Ortega y Gasset. La alegría hunde así sus raíces en el contento más profundo de una motivación sublime y elevada. La misma que debía albergar un joven recién graduado en filosofía y dispuesto a ingresar en el seminario diocesano. Es claro que su afable presencia imprimía al cocktail un acento poco común. También el de una bella alumna de medicina que cursa sus estudios en la Universidad de Malta. Un enclave sin duda emblemático, pues fue allí donde se instalaron los Caballeros Hospitalarios (hoy conocidos como la Orden de Malta). La asistencia sanitaria y el cuidado de los menesterosos son dos rasgos característicos de su naturaleza. Su lema, “guarda de la fe y regalo de los pobres”, revela ese afán de servicio cristiano que anima los fines de la fundación desde el siglo XI.

El diálogo con estos jóvenes trajo a mi memoria aquella célebre sentencia del Eclesiastés: “yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva”. Comprendí que los novios tenían en sus familiares y amigos a unos seguidores entusiastas de Aristóteles, porque muestran esa capacidad de entrega desinteresada en bien de la persona querida. Tal es la definición del amor formulada por el clásico.

Llegó la hora del baile, de las bromas y de las risas. También el de la despedida. Pensé, entre los besos corteses y afectuosos de la anfitriona (despojados de esa amargura existencial que los catalogaría como sexistas), que los prometidos tenían muy buenos ejemplos en la construcción de su proyecto matrimonial.

De nuevo me adentré en la opacidad de la noche considerando que en nuestra existencia hay un tiempo para todo, pero si hay amor pocas cosas faltan. La vida es cocktail, como ya observara José María Pemán.

El buey mudo de Sicilia en el siglo XXI

      Recientemente me han preguntado por qué es importante el estudio de la filosofía de Tomás de Aquino para la gente en general y no sólo para los historiadores de la filosofía medieval[1]. Una respuesta breve y accesible a esta clase de pregunta es siempre una tarea difícil. Por un lado, existe el inconveniente de que, a pesar de que tengo en muy alta estima la filosofía de Tomás, no me atrevería a sostener que el público en general pueda acercarse por su propia cuenta a los textos de este autor esperando poder sacar provecho de su lectura. Este inconveniente, claro está, es común a cualquier área de saber especializado; para poder gozar de los frutos del árbol de las ciencias es necesario pagar un tributo costoso que se traduce en muchas horas de estudio, lo que no es un problema para nada menor, pues como dice el adagio latino: ars longa vita brevis[2]. Por otro lado, alguien podría objetar que la pregunta formulada es falaz porque parece recurrir al engaño de la pregunta compuesta[3], i.e., que la pregunta da por supuesto algo para nada obvio o inocente y que, por tanto, debiera ser reemplazada por dos preguntas, a saber: ¿es importante la filosofía? y sólo si la respuesta es afirmativa entonces, ¿es importante la filosofía de Tomás de Aquino? Ahora bien, si se sostiene que la filosofía tiene alguna clase de interés para el hombre contemporáneo, han de señalarse las razones y, a la luz de éstas, ha de ser juzgada la importancia y la consecuente conveniencia del estudio de Tomás de Aquino o de cualquier otro pensador.

      En primer lugar, entonces, intentaré contestar a la primera pregunta, i.e., ¿por qué es importante la filosofía? Esta pregunta ha hecho correr ríos de tinta, pero en atención a la brevedad y también a modo de concesión epocal, abordaré la cuestión de manera un tanto pragmática dejando de lado el tema del valor de la búsqueda de la verdad por sí misma y otras cuestiones afines -que personalmente encuentro de mucha importancia- y en su lugar explicaré -con el perdón de Aristóteles- por qué razón creo que la filosofía es de suma utilidad.

 Para una mente confusa la información es sólo fuente de desgracia

      A pesar de la enorme cantidad de descubrimientos y avances técnicos de los últimos cien años, vivimos inmersos en una confusión cultural de proporciones babilónicas; nunca antes ha habido una disparidad tan grande de visiones acerca del mundo dentro de una misma sociedad; nunca antes ha habido tantos hogares en los que sus miembros posean visiones tan contrapuestas acerca del valor de la vida, de la moral, acerca de si tenga sentido o no hablar de una verdad o incluso acerca de qué es o no real. Esta confusión no sólo afecta a la gente común sino también a sus miembros supuestamente más ilustrados, i.e., a las personas dedicadas a alguna rama de la ciencia que, ya sea por desconocimiento o por ideología[4], deforman la realidad reduciendo todo el saber a alguna de sus ramas o pretenden sacar conclusiones que exceden tanto las premisas como el método de su ciencia.

      Así, por ejemplo, muchos físicos que no son conscientes de los límites constitutivos del enfoque de su ciencia, no sólo niegan el valor de otras ciencias como las humanidades, sino que como sólo pueden brindar una explicación de las fuerzas y mecanismos materiales -que sólo permite explicar cómo hacer algo, e.g., un puente, supuesta su necesidad-, tornan absurda toda discusión acerca de los fines; en efecto, su reducción de la realidad a la materia es incompatible con la libertad del hombre y, consecuentemente, con las discusiones morales y políticas que presuponen su existencia. Paradójicamente, sin embargo, muchos de estos científicos no renuncian a decir qué debe y no debe ser hecho, sino que hablan con mucha vehemencia de la importancia de la ciencia y su avance, ya sea como fin en sí mismo o como medio para el progreso de la vida humana, y lo más absurdo es que lo hacen a partir de la ‘autoridad’ que les brindaría su propia condición de científicos.

      Ahora bien, como el progreso dentro de los supuestos asumidos no puede ser otra cosa que algo meramente subjetivo y su discurso, por tanto, equiparable a la manifestación de preferencia por un sabor de helado sobre otro, o el hombre está inevitablemente determinado a proponerse metas y límites prácticos sin ninguna clase de fundamento o sentido, o quizá se deba asumir que existen otras fuentes valiosas de conocimiento -como lo sugiere la enorme cantidad de ciencias y disciplinas de diversos enfoques y métodos- y que, consecuentemente, también existen otros aspectos de la realidad, aparte del que refleja el estudio de las regularidades del comportamiento de la materia expresadas a través de fórmulas matemáticas.

      Sin embargo, el ejemplo del reduccionismo físico citado es uno de tantos; existen personas que siguen ciegamente a gurúes que prometen técnicas mágicas -a veces a más de uno simultáneamente- y sin reparar en que lo que proponen unos y otros -y en ocasiones el mismo- es contradictorio. Muchos otros creen que reducir toda verdad al rango de la opinión es una buena manera de salvaguardar a la sociedad de los excesos del poder y de promover la concordia social, sin percatarse que la eliminación de la verdad conlleva de suyo la eliminación del fundamento de los derechos individuales. Los ejemplos son tan abundantes como diversos, pero lo cierto es que la sociedad se encuentra plagada de groseras inconsistencias intelectuales que tienen impacto tanto a nivel individual como social. Todo esto resulta aún más sorprendente si tenemos en cuenta que los índices de alfabetización y escolarización han crecido de manera exponencial en el último siglo, permitiendo una propagación del saber como nunca antes ha sucedido en la historia de la humanidad.

      ¿Cómo puede ser entonces que habiendo tanta información y capacitación disponible para tantas personas exista tanta confusión? La raíz del problema reside en que si bien la gente posee mucha información y ha desarrollado muchas capacidades particulares como, e.g., la capacidad de cálculo numérico, no posee una formación intelectual que le permita analizar, jerarquizar, relacionar y juzgar la información de modo que pueda tener una visión articulada de la realidad. Las personas que no saben juzgar acerca de las cosas en su fundamento se ven invadidas por un sinnúmero de ideas contrapuestas que no pueden sino aceptar o rechazar acríticamente, y que funcionan a modo de prejuicios que gobiernan su vida. El problema, como puede apreciarse, al tener su asiento en la propia racionalidad, funciona de manera semejante a una enfermedad autoinmune, pues para quien no posee claridad es imposible realizar un diagnóstico más o menos acertado de su condición y, lo que es peor aún, en ocasiones ignora por completo la existencia del problema.

La verdadera filosofía no es otra cosa que el orden de la razón.

      Al hombre contemporáneo le hace falta mucha luz. Y ésta no puede ser alcanzada si no se posee una buena formación intelectual proporcional a las demandas de su vida y de su cultura. Para quienes viven en sociedades modernas de gran desarrollo científico, aunque parezca excesivo, esto implica saber -al menos a grandes rasgos- acerca de cuestiones como: cómo se argumenta de manera válida, qué son las ciencias y cuál es el alcance y limite de cada una, así como también acerca de cuestiones tales como el fundamento de nuestros derechos, el fundamento del poder político y su fuente de legitimidad, entre otras cuestiones.

      De todas las ciencias y las artes es justamente la filosofía la que estudia tales temas; no posee todas las repuestas, pero sí posee los criterios para distinguir, jerarquizar y determinar el alcance de las preguntas y de los problemas; no es un sustituto de las demás ciencias -tiene su propio campo de estudio- pero sí constituye el fundamento y el principio de articulación de todas las demás.

      Ahora bien, ¿ofrecen todos los filósofos una teoría acerca del conocimiento, una explicación de las operaciones intelectuales y una lógica que permita juzgar la validez de los argumentos? ¿Acaso todos aportan una teoría de la ciencia por la que se pueda entender el alcance y límites de éstas, una teoría de la ley, del derecho y del Estado? Ciertamente no, muchos de ellos sólo hablan de algunos temas particulares y no proporcionan una doctrina suficientemente robusta sobre la cual asentar grosso modo el resto del saber humano. Otros, no ofrecen elementos suficientes para dialogar, entender y articular las distintas ciencias y problemas contemporáneos. Finalmente, algunos han sido los causantes de la crisis de la racionalidad y de su disolución llegando incluso a declarar la futilidad de toda indagación racional.

      Los filósofos o escuelas filosóficas que poseen un sólido cuerpo doctrinal, compatible con la pluralidad de ciencias y métodos, capaces de articular el conocimiento ordinario y el científico y de dar cuenta tanto de la dimensión teórica como práctica de la vida humana son -contrariamente a lo que pueda pensarse-, bastante pocas. La filosofía de Tomás de Aquino es una de ellas. En sus escritos -y en la de los principales exponentes de su escuela- se pueden encontrar los principales elementos para una adecuada formación integral de la persona. Y si bien no puedo decir que todo lo que dijo Tomás de Aquino sea acertado -algunas cosas que dijo estaban ciertamente equivocadas-, lo central de su doctrina goza de vigencia; ésta provee y analiza los principales conceptos articuladores del saber humano, por lo que incluso brinda los elementos de juicio necesarios para disentir con él.

      La formación intelectual de una persona debe asentarse sobre cimientos sólidos pues como dice Tomás en un célebre opúsculo: Parvus error in principio magnus in fine[5]. La filosofía de Tomás y su escuela ofrecen una excelente alternativa para quienes deseen correr o al menos cojear por una buena senda intelectual[6].

Juan M. Pardo Van Thienen, doctor en Filosofía.

[1] Si la pregunta por la importancia de la filosofía de Tomás estuviera en boca de una persona que se ha de iniciar en el estudio especializado de la filosofía o que ya la ha empezado a transitar de la mano de otros autores, la pregunta merecería una respuesta algo diferente,  quizá más técnica y/o específica a la que aquí he de ofrecer.
[2] El adagio viene a decir que la vida es breve mientras que las artes y las ciencias requieren mucho tiempo para ser aprendidas.
[3] Un ejemplo común de la falacia de pregunta compuesta suele ser: ¿dónde se encontraba la noche que mató a su esposa? Si se responde a la pregunta tal y cómo se encuentra formulada, i.e., si se dice ‘estaba aquí o allí’ aún si el lugar fuera incompatible con la comisión del crimen se acepta el presupuesto que ésta contiene, a saber, que en efecto se ha cometido asesinato.
[4] Entendida como conjunto de ideas simples, poco definidas o no articuladas con verdaderas razones de sustento, que funcionan a modo de prejuicios que sustituyen el verdadero análisis de las cosas.
[5] Un pequeño error o desviación al comienzo se hace grande hacia el final.
[6] Los medievales decían que más vale cojear por la buena senda que correr por la mala, pues quien corre por la mala cuanto más rápido corre más se aleja de la meta, mientras que el que cojea por la buena, por lento que avance, a la meta se aproxima.