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Ética y fraternidad en la Roma antigua

 por Edison Tabra, jurista

             Desde una perspectiva contemporánea puede presentarse el concepto de fraternidad desarrollado por algunos autores latinos como uno de los antecedentes de la actual acepción de solidaridad. Ciertamente, sin recurrir a dicho término, Séneca, Cicerón y Marco Aurelio ahondaron en cuestiones referidas al deber in solidum de hacerse responsable de una realidad compartida con otro. De ahí la importancia ética de la amistad, concebida como virtud indispensable para el desarrollo personal y de la convivencia humana.

            Séneca hizo de la providencia –disposición que mira a la consecución de un fin− y de la fortuna el motor de la existencia de la res publica, esto es, lo que atañe a todos en el modo de articular las relaciones y organización de la sociedad. De ahí que mencionara queResultado de imagen de Séneca la actuación de la conciencia personal del sabio –la minoría dirigente− debiera estar integrada en el destino colectivo de las personas para impulsar la consecución efectiva del bien común. Eso exigiría la imprescindible fraternidad; la correspondencia de los sabios al servicio de los demás. No extraña entonces que algunos pensadores recientes hayan tomado esta hermandad como núcleo para sostener una noción de solidaridad, fundada en la razón natural: la amistad o el amor que alcanza a todo el género humano habría de inspirar así la ayuda mutua de los que integran el cuerpo social. Para Cicerón, la naturaleza sociable de toda persona miraría al bien compartido con los demás. Aunque dicha observación aludiera necesariamente a las potencias espirituales como fuerza motriz para el desempeño de la virtud, interpretaciones posteriores prescindirían de toda metafísica a la hora de explicar los lazos de la fratría humana.

            El hecho de que la afirmación y superioridad de lo eterno –a decir de Aristóteles− resultara inalcanzable para la persona desde un plano de igualdad y trato recíproco (no sería equiparable lo humano y lo divino) en la relación de amistad (entendida como búsqueda y promoción del bien del otro); llevó a ciertos teóricos a desentenderse por completo del ámbito sobrenatural para explicar los vínculos solidarios o de hermandad. Así las cosas, ésta se cimentaría sobre el deseo mutuo por materializar la fraternidad entre las personas a modo de altruismo o filantropía a partir de la formación de la conducta −ethos− dentro de su aspiración natural a la felicidad.

            Con esta pretensión, en el siglo IV a. C se había iniciado un movimiento filosófico centrado en una búsqueda activa y pragmática del bien moral, asociado a la consecución efectiva de la vida dichosa. El estoicismo espoleó una comprensión del hombre con el universo a partir de su propio razonamiento con el que habría de desplegar una vida coherente y apropiada a ese objeto. En este sentido, Marco Aurelio, emperador de Roma entre 161 y 180 d. C, consignó en sus Meditaciones los presupuestos de dicha filosofíaResultado de imagen de marco aurelio desde una perspectiva serena y majestuosa. La imperturbabilidad de ánimo resultaría de la aceptación del propio destino sin acritud ni aspavientos ante las dificultades. La vida buena consistiría en el dominio de sí, actuando como premisa para irradiar bondad y nobleza de espíritu, indispensables para la paz personal y colectiva. Por medio de la razón, presentada como cualidad divina, la sociedad humana habría de mostrarse hermanada en torno a unos mismos anhelos de felicidad. De ahí la mutua y necesaria colaboración con los semejantes.

            Como señala Duvignaud, Marco Aurelio destaca la pasión existente por la condición humana, porque genera un pensamiento conforme a la regla general del universo, y de la cual formamos parte debido a realidades como el amor al prójimo, la veracidad, la conciencia y la creencia. Asimismo, refiere el deseo de una “humanidad solidaria” sujeta a una sustancia universal, aunque se disperse en mil cuerpos individuales.

            De estas ideas se deduce que este emperador moldeó un concepto de solidaridad (en términos modernos) basado en una naturaleza del hombre tendente a la colaboración de unos con otros. Con ello observamos una clara coincidencia de los autores romanos a la hora de apreciar los basamentos perennes de la vida comunitaria. Tanto para Cicerón como para Marco Aurelio, la solidaridad se anuda con el principio de reciprocidad al procurarse el bien del todo. Un presupuesto asumido por la tradición cristiana y elevado al plano metafísico al sortear el obstáculo que percibían los clásicos griegos en la relación limitada del ser humano con la eternidad intangible de Dios mediante la persona de Jesucristo, Dios encarnado y manifestado a la humanidad. Desde esta óptica, la amistad del hombre con Dios sería posible, adquiriendo la fraternidad un sentido más sublime: una común filiación con la divinidad. De esta manera, la solidaridad se fundamentaría en la donación gratuita del amor, despojado de todo interés a imitación de Cristo.

            Se concluye entonces un avance cualitativo en la cooperación y unión entre las personas con un intercambio mayor de los bienes que se prestan –al incorporar el valor de la trascendencia y la virtud de la religión− en orden a un servicio integral de los particulares que, de este modo, constituyen y definen una realidad social más predispuesta a la excelencia.

Los valores de la milicia

  por Juan Carlos Rodríguez, historiador

            Creo que en ciertos momentos de nuestras vidas nos hemos identificado con alguno de esos soldados que aparecen en películas célebres de la historia del cine; sobre todo por los valores que encarnaban. Films como Los últimos de Filipinas (1945), Cateto a Babor (1970), Salvar al soldado Ryan (1998),  Black hawk derribado (2001), Zona Hostil (2017), Dunkerque (2017), y un largo etcétera, pueden ser buen ejemplo de ello. Reclutas como Alfredo Landa en elResultado de imagen de cateto a babor papel de Miguel Cañete, un humilde labrador que debe incorporarse al servicio militar y afrontar no pocas vicisitudes, puede despertar en cualquiera de nosotros ese momento en el que nos separamos de nuestra zona de confort y damos nuestros primeros pasos como hombres o mujeres adultos, con independiencia de que se haya prestado o no el servicio de las armas. A pesar de las primeras dudas que pueden aparecer en los albores de esa transición, no se duda de la importancia de la misma y  con el mayor empeño posible, se intenta estar a la altura de las circunstancias.

En buena medida, el Ejército representa esa vivencia de valores que puede desarrollar una persona. Compañerismo, disciplina, ejemplaridad, espíritu de sacrificio, servicio, excelencia profesional, honor, lealtad, sentido del deber y amor a la patria, están presentes en un buen soldado.

El compañerismo es el vínculo que se establece entre compañeros que forman parte de un grupo o comunidad, en este caso, del Ejército, con todas y cada una de sus unidades. Es el compromiso que impulsa a entregarse mutuamente, con generosidad y desinterés en beneficio del prójimo: Dos son mejores que uno; porque tienen una buena recompensa por su trabajo. Porque si caen, uno levantará a su compañero: pero qué desgracia para aquél que no tiene a otro que lo ayude a levantar (Eclesiastés 4:9-10).

La palabra disciplina deriva del latín discipulus, que significa discípulo, quien recibe una enseñanza de otro. La disciplina está definida como la manera ordenada y sistemática de hacer las cosas, siguiendo un conjunto de reglas y normas. Los militares no se cuestionan dicho valor, ya que de él dependerá el éxito de la misión. La disciplina conlleva obedecer con diligencia y exactitud las órdenes de los superiores, pero también, la responsabilidad de los mandos con las decisiones por éstos tomadas, siendo modelos de disciplina para la tropa. A pesar de que en los últimos tiempos este valor está en declive, en la escuela, en la familia y en la sociedad en general, debido a un mal planteamiento de la modernización del sistema pedagógico, no podemos renunciar a él, si queremos lograr los mejores resultados en un ambiente ordenado. La disciplina conlleva respeto mutuo y cooperación, con firme dignidad y acatamiento como base para la enseñanza de las experiencias y destrezas en la vida.

Resultado de imagen de la rendición de bredaEl valor de la ejemplaridad tiene una gran fuerza cuando nos movemos en el ámbito de los valores. Difícilmente una persona puede ser un auténtico ejemplo de vida para el resto si no actúa en coherencia entre el ser y el hacer. Cada uno de los miembros del Ejército debe aspirar a ser tenido como modelo de soldado y ciudadano. El mando debe ser un anexo de ejemplaridad, en palabras del filósofo José Ortega y Gasset.

El espíritu de sacrificio antepone el cumplimiento del deber a las comodidades, los intereses y las aspiraciones personales. Educa al militar en la austeridad, le hace más resistente frente a las dificultades y esfuerzos prolongados, y le ayuda a superar las adversidades. Todos deberemos sacrificarnos para lograr algo en la vida. Debemos educar enseñando a sacrificarse, a privarse, a sacar partido del tiempo y de los talentos dados, vencer nuestros defectos e incorporar virtudes. El espíritu de sacrificio debiera generar un estilo de vida de pequeñas pero múltiples renuncias en gustos, ataduras, compromisos… siempre en beneficio de un bien superior.

El espíritu de servicio es el amor, entusiasmo y alegría por servir a los demás. Algo que se necesita mucho en las familias, las empresas y la sociedad en general. Disposición permanente para anteponer siempre el bien común al propio o particular, dando a nuestra vida un sentido de compromiso desinteresado en beneficio de los demás. El espíritu de servicio es uno de los componentes principales de la vocación militar. Exige abnegación en el cumplimiento del deber y se manifiesta en una actitud de permanente disponibilidad y compromiso. Se ejerce sin esperar nada a cambio y la recompensa que se recibe es la satisfacción del deber cumplido.

La excelencia profesional va ligada al espíritu de superación, la iniciativa y el afán de mejora continua. Como el resto de los valores, no es exclusivo de las milicias, sino que es compartido por muchos otros profesionales. En las Fuerzas Armadas es esencial, si se quiere estar a la altura de los ejércitos más preparados y cumplir con eficacia las misiones asignadas. La formación y la actualización de los conocimientos, prácticas y medios, son imprescindibles.

El honor es la cualidad moral que obliga al hombre al más estricto cumplimiento de sus deberes consigo mismo y con los demás. Es un sentimiento inspirado en la lealtad que nos lleva a demostrar una conducta coherente. El honor es un valor esencial para el militar porque actúa como guía de su conducta y como motor que le impulsa a obrar siempre bien en el cumplimiento del deber. Es un símbolo de la vida virtuosa y un elemento esencial de la dignidad humana.

El mundo actual, si se siguen los dictámenes de la moda, no parece lugar para hombres de honor. El hombre del siglo XXI no piensa a largo plazo, se reduce a la inmediatez. La integridad, la caballerosidad, la justicia y la honradez, son conceptos anacrónicos, denostados principalmente por las ideologías de tendencia “progresista” o liberaloide, que buscan el éxito inmediato aunque sea a costa o en perjuicio del bien común de la nación. De ahí esa conocida sentencia de Otto Von Bismarck: el político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación. Por eso el buen ciudadano y estadista es como el buen militar.

La lealtad trata básicamente de cumplir con lo que hemos prometido y de asistir al bien del otro, incluso cuando las circunstancias son adversas. La lealtad es una virtud, y como tal debemos desarrollarla desde nuestra conciencia. Ser leal con otra persona es una obligación moral que tenemos con un familiar, un amigo, una pareja, etc. Junto al honor es otra cualidad en declive. El compromiso asusta y la deslealtad está más que extendida en el mundo occidental. El militar leal mantiene sus valores y sus obligaciones para consigo mismo y en servicio de los otros, por encima de la conveniencia y de la adversidad.

El sentido del deber va más allá de la mera obligación forzosa. Nace del espíritu militar, del amor al servicio y del compromiso personal con el Ejército y con todos los compatriotas. Los deberes se relacionan con actitudes que se esperan de todos los seres humanos, para asegurar formas comunitarias con igualdad de derechos para toda la humanidad. El deber es la otra dimensión del derecho, son aliados íntimos, ya que para disponer de ciertos derechos debemos cumplir con  una serie de obligaciones. Como decía Inmanuel Kant en su libro Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, el deber del hombre no depende de los propios hombres, sino que es algo universal y necesario (válido para todos y en cualquier situación), es decir, a priori.

Hemos dejado para el final, el valor del amor a la patria. Éste aparece reflejado en el servicio al pueblo, en la defensa del territorio o sencillamente en el respeto a unos símbolos patrios. Sin patria no tiene sentido el Ejército. Su misión fundamental es defenderla, mejorarla, pero sobre todo, amarla.  Bien lo aseveró Ramiro de Maeztu en una de sus reflexiones: en el amor a la Patria se acumulan todos los valores humanos.

La amistad como eje de la convivencia social

 por Edison Tabra, jurista

Los antecedentes conceptuales de la solidaridad se encuentran en la época de los estoicos, pero fue Aristóteles quien expuso la solidaridad como un conjunto de personas con características y deberes comunes, en un espacio limitado y partiendo de una solidaridad “cerrada”. A saber: aquélla que parte de la amistad, entendida como el principal bien que poseen los ciudadanos en la comunidad dentro de un régimen de igualdad. Por tanto, la solidaridad constituye el vínculo en común que une a las comunidades.

Para Aristóteles, la virtud es un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y a la que se ajustará la actuación humana. El término mImagen relacionadaedio lo es entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, y también por no alcanzar en un caso y sobrepasar en otro el justo límite en las pasiones y acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término medio. Por eso, desde el punto de vista de su entidad y de la definición que enuncia su esencia, la virtud es un término medio, pero desde el punto de vista de lo mejor y del bien.

Interpretando estas ideas, las decisiones voluntarias del hombre serán virtuosas si son un intermedio entre la “escasez” y la “abundancia”. Por ejemplo, la virtud de la generosidad es el intermedio entre la tacañería y la prodigalidad. De esta manera, Aristóteles aconseja y esclarece las virtudes existentes en las decisiones diarias del hombre, en las cuales debe trabajar para su búsqueda y aplicación. En este marco se ubica la solidaridad.

Sin embargo, el término “solidaridad” no aparece literalmente en las ideas del filósofo griego, sino en la noción de la amistad como virtud dirigida a la búsqueda del bien y la propia realización de la persona por medio del ejercicio de una justa medida de la acción. Esta concepción aristotélica de la amistad es la práctica del amor de forma recíproca entre las personas, guiadas no por razones de utilidad, placer o beneficio, sino por su carácter y/o formación. Es la virtud necesaria para la vida del ser humano porque le permite tener amigos; es decir, permite la socialización del hombre con sus iguales (sin diferencias económicas, sociales o raciales). Lo mismo sucede a nivel de grupos en lo que se refiere a la amistad entre “las ciudades”. Por tanto, el ejercicio de la amistad convierte en innecesaria la justicia, pero aun siendo justos necesitan además de la amistad, y parece que son los justos los que son más capaces de amistad.

La necesidad de contar con amigos con quienes desarrollarla constituye la condición esencial para el ejercicio. En tal sentido, Aristóteles considera tres tipos de amigos: por interés, por placer y por virtud. De estos, el ser humano debe optar por el tercer tipo. Asimismo, el objeto de la amistad es desear el bien del amigo. En este sentido, Aristóteles establece la diferencia con la benevolencia: de los que así desean el bien de otro, decimos que son benévolos si de la parte del otro no se produce el mismo sentimiento, pues cuando la benevolencia es recíproca decimos que es amistad.

La amistad, de acuerdo con las personas participantes, se clasifica de dos maneras. La primera clase corresponde a la amistad entre personas de igual condición y virtuosas. El bien que se cree entre ellas permanecerá mientras la amistad dure, a expensas de tiempo y trato para su configuración. Por su parte, el segundo tipo de amistad se constituye entre las personas con desigualdad social, política o económica, entre las cuales la amistad está regida por la “proporcionalidad de los afectos y servicios”, conocida como la compensación entre la persona que aporta más afecto pero menos servicio y aquella que ofrece menor afecto y pero más servicio; de modo que la relación de amistad termina igualándose.

Resultado de imagen de grupos de amigos

La práctica de la amistad tiene como objetivo la búsqueda del bien común o el “bien de la ciudad”; para alcanzarlo las personas deben ser virtuosas en la búsqueda del bien de sus semejantes. La solidaridad surge como producto de esta práctica; es decir, en las relaciones creadas entre las personas de igual condición y que buscan el bien entre sí. Así, por la existencia de lazos comunes y subjetivos, como los gustos personales o profesionales, la amistad es recíproca y no admite diferencia alguna entre las personas.

De otro lado, la comunidad política es el marco ideal en el que se ejerce la amistad con el fin de conseguir una convivencia adecuada y propiciadora del bien común: unos dan y otros reciben procurando el bien esperado, de modo que el que aporta lo hace de la misma manera en que espera que le aporten. A diferencia de la amistad por interés, en el caso de la amistad como virtud, la reciprocidad igual, probable o cierta queda solo como intencional. De este modo, la noción, aunque primigenia, de la solidaridad es entendida por Aristóteles como la consecuencia del ejercicio virtuoso de la amistad, lo cual hace posible la convivencia entre las personas de igual o diferente condición política, social, económica o cultural. Para realizar esto debe configurarse la amistad, la “igualdad” de las personas y la búsqueda del bien por el bien. Como consecuencia, se logrará el bien común en la comunidad, de manera que la reciprocidad no será necesaria sino intencional.

En conclusión, la solidaridad aristotélica destaca tres puntos que servirán para construir o elaborar un criterio subjetivo de la solidaridad. El primero es la función reguladora de la solidaridad en relación con los criterios de libertad e igualdad y en orden a garantizar el bienestar o bien común de la comunidad. La libertad está restringida a los sacrificios que el ser humano hace para favorecer la convivencia social con los demás, con quienes comparte lazos en común. El segundo punto es la primacía de la virtud en la práctica solidaria, entendida como el término medio de dos extremos. La práctica virtuosa de la amistad (solidaria) es la expresión del comportamiento mesurado del hombre (pasiones y acciones) para conseguir su bienestar y desarrollo. En tercer lugar se encuentra la importancia de la sociabilidad y la gratuidad en la práctica de la virtud solidaria. La preocupación por el otro, por los lazos de amistad, la perseverancia en la práctica de la virtud de la amistad y la consiguiente reciprocidad del prójimo sintetizan el éxito de la solidaridad como logro de una adecuada convivencia en la comunidad.

cocktail nocturno

 por Antonio Cañellas, historiador

A nadie se le escapa que estos meses de verano son prolíficos en fiestas nocturnas. Parece que el cronotipo de muchos se troca en vespertino. El fresco de la noche y el misterio de la oscuridad abren paso a la vida desenvuelta, liviana o reflexiva en nuestro ambiente mediterráneo.

No es fácil asistir a un cocktail de medianoche cuando uno no dispone de las señas del evento. Llega entonces la hora de enfrentarse con un jeroglífico callejero. De poco sirven los dispositivos electrónicos. Las circunstancias obligan a abandonar el ensimismamiento digital para adentrarse en el trato real con las gentes. El tour por bares y restaurantes adquirió tonos conmovedores cuando unos niños interrumpieron su cena con sus padres para ofrecerse como guías. Se hizo patente esa fuerza cautivadora que transmiten siempre los sencillos de corazón. Por poco reelaboramos el plano urbano del municipio, pero ¡por fin! …una llamada, la que devolvió el anfitrión a nuestros anteriores requerimientos. En medio de la noche se hizo la luz.

La llegada a la residencia se nos presentó como un tránsito. El de la ignorancia al conocimiento. ¡Qué gusto hallar el camino acertado y orillar los extravíos! En compañía del celebrante (que festejaba su pronta incorporación al estado matrimonial) entramos en el jardín de la casa. Fue él quien me presentó a su hermosa prometida, a sus padres y amigos. Enseguida un gin and tonic y a departir con el público asistente. No era aquella una reunión al uso. La delicadeza del trato y el buen hacer no dejaban lugar a vulgaridades. Mucho tenían que ver los convocantes y sus invitados, con una educación a la vez formal y alegre. Y es que la alegría no consiste sólo en un estado fisiológico (propenso a la risotada fácil), sino en un estado del alma, como recordó José Ortega y Gasset. La alegría hunde así sus raíces en el contento más profundo de una motivación sublime y elevada. La misma que debía albergar un joven recién graduado en filosofía y dispuesto a ingresar en el seminario diocesano. Es claro que su afable presencia imprimía al cocktail un acento poco común. También el de una bella alumna de medicina que cursa sus estudios en la Universidad de Malta. Un enclave sin duda emblemático, pues fue allí donde se instalaron los Caballeros Hospitalarios (hoy conocidos como la Orden de Malta). La asistencia sanitaria y el cuidado de los menesterosos son dos rasgos característicos de su naturaleza. Su lema, “guarda de la fe y regalo de los pobres”, revela ese afán de servicio cristiano que anima los fines de la fundación desde el siglo XI.

El diálogo con estos jóvenes trajo a mi memoria aquella célebre sentencia del Eclesiastés: “yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva”. Comprendí que los novios tenían en sus familiares y amigos a unos seguidores entusiastas de Aristóteles, porque muestran esa capacidad de entrega desinteresada en bien de la persona querida. Tal es la definición del amor formulada por el clásico.

Llegó la hora del baile, de las bromas y de las risas. También el de la despedida. Pensé, entre los besos corteses y afectuosos de la anfitriona (despojados de esa amargura existencial que los catalogaría como sexistas), que los prometidos tenían muy buenos ejemplos en la construcción de su proyecto matrimonial.

De nuevo me adentré en la opacidad de la noche considerando que en nuestra existencia hay un tiempo para todo, pero si hay amor pocas cosas faltan. La vida es cocktail, como ya observara José María Pemán.