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Los ideales de caballería en el siglo XXI

 por Antonio Cañellas, historiador

            Alrededor de 1275 Ramón Llull, ya por completo entregado a su labor misionera en la orden franciscana de los frailes menores, agrupó en un breve tratado las que debían ser virtudes propias del caballero. Buen conocedor de la corte –en este caso del reino de Mallorca− en la que había servido como mayordomo del infante don Jaime, el autor quiso retomar los principios de la caballeríaJaume II de Mallorca - Viquipèdia, l'enciclopèdia lliure conforme a su valor original. En pleno auge de la filosofía y la teología escolástica, Llull sentó los cimientos de un humanismo que habría de responder con eficacia a los retos del siglo XIV. Y es que frente a las tesis nominalistas de otro fraile franciscano, Guillermo de Ockham, según las cuales sólo puede conocerse lo concreto o individual[1], Llull había afirmado la directa comunicación entre la realidad empírica o demostrable y la dimensión abstracta o trascendente –igualmente real−, que confluye en la naturaleza humana[2]. De este modo, fe y razón forman en la persona una unidad que, en planos distintos pero complementarios, la capacitan para conocer y merecer. El libre albedrío tiene aquí una importancia capital, por cuanto puede disponer el entendimiento hacia la virtud, a la que también ordena la voluntad para su ejercicio efectivo. Por eso Cervantes presentó, de labios de don Quijote, la libertad como «uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los Cielos»[3]. De esto modo, la libertad se contempla como una dádiva que, ejercitada de acuerdo con la recta razón, asemeja al ser humano con Dios. En este sentido, otros autores del Siglo de Oro abundaron en esta interpretación, reconociendo la inmutabilidad de lo ético por la fuerza del intelecto, que se decantaría por la verdad, subordinándose a ella[4]. Al actuar así, la libertad se desplegaría mediante la acción coordinada del entendimiento y la voluntad ordenados a la consecución del bien, destino último de la persona humana[5]. De aquí derivaría la misión del caballero que, según Llull, habría de servir a la caridad, la justicia y la verdad, restableciéndolas de acuerdo con el ordenamiento moral inscrito en la Creación:

Cuando en el mundo cundió el menosprecio de la justicia por disminución de la caridad, fue preciso que la justicia retornase por su honor. Por eso eligió de entre el pueblo el que fuese más amable, y más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor instrucción y de mejores costumbres que los demás[6].

            Así pues, estas cinco facultades, adquiridas con ese esfuerzo interior que armoniza la trascendencia, el intelecto y el deseo, constituyen virtudes propias del caballero (lo mismo puede decirse de la dama) al encauzar todo su potencial hacia la justicia y el bien. En este sentido, la amabilidad que, según su etimología, alude al que tiene capacidad de amar, es una manifestación clara de la caridad o del amor. Esto supone un acto de entrega a los demás, tratándolos como nos gustaría que hicieran con nosotros. Desde el siglo IV a. C se percibe la fuerza de esta corriente de pensamiento, tanto en la cultura griega, hebrea, oriental o romana, aunadas por un humanismo compartido. La conciencia acerca de la realidad antropológica, común a todo el género humano, establecería vínculos de fraternidad e implicaciones éticas basadas en el respeto mutuo[7]. Dicha premisa entrañaría un compromiso de donación a una promesa por parte del caballero; la que éste habría asumido de aprovechar sus dones en servicio y edificación de sus semejantes. Una tarea ardua, sólo superada por la capacidad amorosa de sacrificar la propia comodidad en bien del otro. Y es que el amor en sus distintas expresiones −a la familia, a los amigos, a la patria, etc.− supone una entrega que, al sobrenaturalizarse, se convierte en agapé o amor sublime fundado o plasmado por la fe religiosa[8]. Por consiguiente, al reconocer la condición creatural de la persona y su filiación divina por el bautismo, el caballero se ofrecería a los demás por Dios a imitación de Jesucristo[9].

            En cuanto a la sabiduría, apunta don Quijote en una de sus digresiones a Sancho Panza que jamás la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza. Es decir, el servicio a las armas es conciliable, y aún necesario, con el cultivo de la inteligencia; pues de todo han de saberCVC. El Conjuro de los libros. Don Quijote le lee a Sancho la ... los caballeros andantes[10]. Pero ¿qué es la sabiduría? Los latinos distinguían el verbo sciô-scire de sapio-sapere, que designa la formación del recto juicio y no la exclusiva acumulación de conocimientos. Sólo su ordenación a comprender la causa primera de las cosas es identificada con la sabiduría. La que permite dar cuenta y razón de la existencia del ser humano de un modo completo e integral.

            Por lo que respecta a la lealtad cabe distinguirla de la fidelidad, aunque vayan habitualmente de la mano si miran al bien que se busca. La lealtad, en efecto, exige de la fidelidad, esto es, la adhesión constante a un código de honor definido por la hombría de bien. No es leal quien, por ahorrarse un mal momento, calla cuando puede hacer un bien con lo que dice, con ánimo siempre de contribuir a lo mejor para la persona o grupo al que se dirige. Se trata, pues, de corregir con espíritu constructivo cuando resulta menester en bien de todos.

            La fortaleza referida por Llull no es la simple fuerza física o de medios, sino la virtud de la perseverancia en la decisión prudentemente adoptada, inclinada por tanto al bien en cada circunstancia y sostenida en el tiempo a pesar de las dificultades que se puedan presentar. No es fuerte el soberbio, sino el humilde, conocedor de sus propias limitaciones. Bien lo advirtió Cervantes al calificar «la humildad como el fundamento de todas las virtudes, pues sin ella no hay virtud que lo sea realmente». Por eso recuerda el doctor iluminado que la fuerza del caballero no reside tanto en la energía corporal como en la virtud del buen ánimo[11]. Se trata, en definitiva, de que el espíritu noble del caballero le obligue en conciencia a prestar con sencillez -sin aparatosidad- un servicio útil y constante a la sociedad en la que vive. La persona noble no es aquí la que ostenta un título y nada más, sino la cualidad moral de quien merece ser conocido por sus virtudes.

            Dentro de esta concepción, el espíritu de caballería exige gobernanza, señorío personal, con el que poder prestarse a los demás. Aquí estriba la cualidad moral del honorpatrimonio del alma[12], como evocara Pedro Calderón de la Barca−, que lleva al cumplimiento del deber por dignidad propia y ajena. Sobre este presupuesto Cervantes elaboró un perfil muy preciso del caballero: único en ingenio, sólo en cortesía, extremo en gentileza, fénix de la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno[13].

            Más recientemente, filósofos como José Ortega y Gasset asociarían estos altos ideales a la acción de las minorías escogidas, precisamente por su responsabilidad en el servicio. Con la expresión nobleza obliga, el autor apela también al buen ánimo; un atributo interior que marca la autoexigencia y el esfuerzo personal con el que alcanzar la excelencia para contribuir así a la edificación de las otras personas[14]. Sin esta actitud resulta harto difícil lanzarse a unCómo motivar al Equipo Directivo de una Empresa crecimiento −personal y colectivo− que, por oposición, deriva en parálisis o estancamiento ante la vida. La pregunta clave para este representante de la razón vital reside en el propósito u objeto al que, una vez aplicada la inteligencia, fijamos nuestra atención a la hora de encarar la existencia. En caso de desenfoque, por omisión –falta de optimismo vital− o por equivocación −al errar en la finalidad; bien por presunción de medios o por ausencia de ideales justos y buenos− la vida humana carece de la debida articulación, pues «caminará desvencijada, sin tensión y sin forma. […] perdida en el laberinto de sí misma por no tener a qué entregarse»[15]. Es lo que Henri Bergson –exponente francés del vitalismo filosófico− calificó como individuos o sociedades de moral cerrada. A saber, los que se ensimisman en su egoísmo incapacitándose para la apertura a la trascendencia y a la consiguiente fuerza del espíritu, auténtico motor del dinamismo vital que mira siempre al bien objetivo[16]. En realidad, se apela a una ascesis −del griego asketés: el que se ejercita o entrena−, con una práctica recurrente de las virtudes que acaban dibujando el genio de la persona. Las mismas que desglosara Llull y que, por su naturaleza −siempre inalterable− persisten vinculadas a la ética o moral, característica de la condición humana. La realización personal propia del caballero y de la dama radica entonces en esa vertebración con la que ofrecerse al progreso integral de la sociedad, tan apremiante o más en nuestros días que en los del doctor iluminado.

[1] Rafael Ramón Guerrero, Historia de la filosofía medieval, Akal, Madrid, 1996, p. 224.

[2] Luis Suárez, «Los fundamentos humanistas de Ramón Llull» en CIDESOC (08/06/2017).

[3] Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Libro II, Cap. LVIII.

[4] Véase Juan Cruz, Fragilidad humana y ley natural. Cuestiones disputadas en el Siglo de Oro, Eunsa, Pamplona, 2009, pp. 25-26.

[5] Sth, I-II, q. 1, a. 1

[6] Ramón Llull, Libro del orden de caballería, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1949, p. 21.

[7] Para el caso, consúltese la obra de Aristóteles, Confucio, Séneca o la tradición judía, al menos desde los últimos profetas del Antiguo Testamento, que anticipan el mensaje evangélico posterior.

[8] Benedicto XVI, Deus caritas est, Palabra, Madrid, 2006, p. 20.

[9] «Si eres caballero, es que recibes la honra y la servitud  propias de los amigos de caballería; porque, en cuanto tienes más nobles principios, eres tanto más obligado a ser bueno y agradable a Dios y a las gentes». Ramón Llull, op. cit, pp. 23-24.

[10] Miguel de Cervantes, op. cit, Libro I, Cap. XVIII.

[11] Ramón Llull, op. cit, p. 36.

[12] Pedro Calderón de la Barca, El alcalde de Zalamea, Jornada I, escena XVIII, vv. 875-877.

[13] Miguel de Cervantes, op. cit, Libro I, Cap. XIII.

[14] José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Espasa-Calpe, Madrid, 2007 (1ª ed. 1937), pp. 130-132.

[15] Ibid, p. 203.

[16] Henri Bergson, Las dos fuentes de la moral y de la religión, Editorial Sudamericana, 1962 (1ª ed, 1907).

La conquista española de California: verdad y mito

 por Antonio Cañellas, historiador

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Actualidad de la cuestión

            Desde 2015 en Estados Unidos ha ido tomando forma un movimiento social opuesto a las directrices nacionalistas y populistas de Donald Trump. La alarma del progresismo ante la proliferación de grupos ultranacionalistas,TikTok y WeChat en Estados Unidos | Donald Trump ordena a las ... seguidores de las tesis de la supremacía racial blanca, ha terminado implicando al presidente a quien consideran responsable de alentarlos con sus soflamas. Las tensiones se han agravado especialmente en los Estados del sur que integraron la Confederación durante la guerra civil (1861-1865). Ciertamente, la convivencia entre la población afroamericana y la de origen europeo en dichos territorios sigue sin resolverse. Las acusaciones de unos y otros se entremezclan con cuestiones políticas candentes a la hora de plantear la relación entre ambas comunidades. Con la fundación de Black Lives Matter, después de la muerte violenta del adolescente negro Trayvon Martin, se han recrudecido los enfrentamientos.

            Las exigencias de este movimiento en la defensa de los derechos civiles de los afroamericanos ha supuesto la pareja vindicación de la memoria de quienes padecieron su conculcación en el pasado. Un extremo que, sin duda, comporta una revisión de la historia que apoye su discurso. En esta línea se inscriben las campañas para la retirada de estatuas de personalidades controvertidas como el general confederado Robert E. Lee, contrario a la concesión del derecho de voto a los esclavos negros liberados tras el fin de la contienda[1]. Petición a la que el alcalde del Partido Demócrata de Charlottesville (Virginia), Mike Signer, dio curso en 2017. Inmediatamente estalló una oleada de protestas protagonizada por los nacionalistas confederados que derivó en un grave altercado. Uno de los manifestantes embistió a la contramarcha con su coche causando un muerto y diecinueve heridos[2]. El choque social ha estallado con toda su magnitud a raízManifestaciones a favor y en contra del movimiento Black Lives ... de la muerte del afroamericano George Floyd mientras era arrestado por la policía en mayo de 2020. El suceso ha desatado la indignación del movimiento Black Lives Matter, al que se han sumado otras asociaciones con el ataque y derribo de monumentos que vinculan históricamente con el sometimiento o discriminación de la etnia subsahariana.

            Sin embargo, el fenómeno no se ha limitado a este colectivo. También se ha extrapolado –por la demanda de algunos de sus descendientes− a las poblaciones indígenas que La estatua de Fray Junípero Serra en San Francisco ya es historiahabitaron al oeste de los actuales Estados Unidos. De este modo, se ha pretendido criminalizar la acción de España en la región de California durante el siglo XVIII. De ahí las agresiones contra las esculturas de fray Junípero Serra[3] y de otras figuras anteriores como Cristóbal Colón o la reina Isabel la Católica[4] en un intento por enmendar la totalidad de la intervención española en América.

            Los párrafos que siguen aspiran a desentrañar la verdad histórica de lo acaecido en California, diferenciando la realidad –documentalmente constatable dentro de su contexto− del mito o leyenda que lo ha acompañado.

Las circunstancias históricas

            Las expediciones de la Corona española al norte del río Bravo fueron consecuencia de la situación internacional del momento. El inicio de la Guerra de los Siete Años en 1756, en la que Francia y Gran Bretaña se disputaron la hegemonía occidental, implicó también a España en su objetivo por recuperar las posiciones perdidas tiempo atrás. Si ésta claudicó en su liderazgo después de la rúbrica del Tratado de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1659) a favor de Francia, el Acuerdo de París de 1763 sentenció la primacía de la monarquía británica. Con este conflicto –el primero a escala planetaria, por cuanto involucró a las principales potencias europeas extendiendo la lucha a Asia y América− quedaban orilladas las cuestiones religiosas de las contiendas de antaño para centrarse en los intereses eminentemente comerciales. Es el siglo de La riqueza de las naciones de Adam Smith, fundamento teórico del liberalismo económico posterior. Esta inquietud por el descubrimiento de nuevas INFORMACIÓN: El siglo XVIII como el siglo del mar (I ...fuentes de bienestar, resultado de la corriente cultural de la Ilustración –confiada en la potencialidad de la razón humana y del consiguiente progreso científico−, despertó la competencia entre los distintos reinos de un mundo todavía eurocéntrico. Un punto que, por otro lado, demostró la fragilidad del principio de equilibrio europeo por el que se rigieron las relaciones exteriores desde el ocaso del siglo XVII.

            En el frente americano se trataba de dirimir si las Trece Colonias inglesas −embrión de los futuros Estados Unidos de Norteamérica− quedarían aisladas por la presencia franco-española (coronas aliadas por los Pactos de Familia suscritos por la dinastía Borbón, reinante en ambos países) en el Canadá, la Luisiana y la Florida, territorios colindantes al área anglosajona. La balanza se decantó por los británicos que, con la activa participación de las milicias coloniales, conquistaron el Quebec a los franceses. LaGuerra de los Siete Años – Montando la Historia entrada de España en la guerra se produjo cuando las hostilidades se trasladaron al Caribe con la ocupación británica de las islas francesas de Guadalupe, Martinica y Granada por los perjuicios en las rutas marítimas que esos enclaves −ahora ingleses− ocasionaban a la flota española. La presencia aglosajona suponía un agravio añadido desde que el Tratado de Utrech de 1713 sellara la entrega a Inglaterra de Gibraltar y Menorca, además de conceder el derecho de navío de permiso y el asiento de negros. Fueron las condiciones por las que pudo detenerse la guerra que librara Felipe V de Borbón para ceñirse en paz la corona que le legara en testamento el último Habsburgo español en 1700. De este modo, los ingleses se aseguraron desde el Atlántico el control de la ruta de la seda en el Mediterráneo hacia el Oriente. Asimismo, lograron el reconocimiento legal del fin del monopolio comercial de España con sus virreinatos de América, agudizándose el problema del contrabando en detrimento de las mercancías españolas. Con el contrato o asiento de negros Gran Bretaña se hizo con el control exclusivo del comercio de esclavos desde África hasta la América española.

                El sistema previsto por el derecho hispano establecía estas licencias con compañías particulares por razones consideradas de utilidad pública. Tal había sido el caso a comienzos del siglo XVI. Las bajas entre la población indígena americana a causa de las enfermedades infecciosas importadas por los europeos obligaron a este recurso que, a su vez, buscaba la protección de los indios ante la amenaza de servidumbre[5]. Sin embargo, el tráfico de subsaharianos continuaría por nuevas motivaciones económicas. El hecho de que las Leyes de Indias garantizaran a sus moradores la condición de súbditos de la Corona −libres y sujetos a derecho, al igual que sus homólogos europeos− repercutió necesariamente en las relaciones laborales con exigencias menos gravosas y salarios más elevados. Los productores indianos prefirieron mano de obra esclava, consentida por las autoridades, puesto que su rentabilidad también contribuía a erosionar el comercio ilícito de los contrabandistas ingleses[6]. Aunque la monarquía española nunca gestionó directamente el comercio de esclavos, éste se apoyaba en las tesis desarrolladas por Aristóteles en el siglo IV a. C. Para el filósofo griego, la esclavitud sería de derecho natural en tanto que en la naturaleza se distinguirían seres humanos aptos para autogobernarse por medio de la razón y otros que, aun participando del intelecto, no alcanzarían a poseerlo en plenitud, mostrando una inclinación natural por los trabajos corporales más duros. Éstos serían los esclavos[7]. La complexión física de los pueblos subsaharianos, caracterizados por su primitivismo, –según percibieran la casi totalidad de los europeos hasta bien entrado el siglo XIX− se ofreció idónea para el caso. Cuestión que, al menos para el clásico, no debía significar maltrato o abuso, porque «al señor y al esclavo interesa lo mismo»[8]. Ya en el siglo XVI la Escuela deLa controversia de Valladolid, por Miguel Casado ~ Elba teólogos de Salamanca abundó en esta consideración progresando hacia una perspectiva paternalista de la servidumbre. Ésta prescindía de cualquier concepción absoluta de la esclavitud, que reducía al sometido a simple mercancía. Desde muy pronto quedó sentado que las circunstancias de los pueblos indios diferían de los subsaharianos al reconocérseles, conforme se argumentara en la Junta de Valladolid de 1551, una racionalidad y libertad ontológica, probada en sus civilizaciones (azteca e inca)[9].

América siglo XVIII

        Lo cierto es que, a la altura de 1763, la intervención bélica de España resultó funesta para sus intereses. La firma de la paz forzó la entrega de la Florida. Como compensación, recibió la Luisiana de su aliado francés. Es a partir de este instante cuando se activa todo un operativo destinado a consolidar la presencia española en el lugar; también en el amplio territorio situado al norte de la California mexicana y al oeste del Mississippi. Había llegado la hora de una nueva incursión hacia el Pacífico.

Misiones en la Alta California

            Con la fundación del Colegio Apostólico de la Santa Cruz de Querétaro en las postrimerías del siglo XVII se habían sentado los cimientos de la labor misionera de los frailes franciscanos al norte del virreinato de Nueva España (México). En esta ocasión la iniciativa partió del Padre Antonio Llinás, oriundo de la isla mediterránea de Mallorca (España). Cabe notar la importancia de este origen en la relación misional que sellarían no pocos frailes mallorquines en los años venideros. Fue el Papa Inocencio XI quien en 1682 emitió el Breve creando esta primera institución para la propagación de la fe católica en América. El Pontífice no hizo sino seguir la línea que marcaran sus predecesores desde que Alejandro VI, con motivo del descubrimiento en 1492, proclamara la siguiente necesidad:

Enviar a las dichas tierras firmes e islas hombres buenos, temerosos de Dios, doctos, sabios y expertos, para que instruyan a los susodichos naturales y moradores en la fe católica, y les enseñen buenas costumbres, poniendo en ello toda la diligencia que convenga[10].

            La asignación y reparto del territorio, principalmente en beneficio de la Corona de Castilla, procedía de la potestad que se atribuía el Papa al actuar in nomine Christi, de quien «proceden todos los bienes, imperios y señoríos»[11]. Este derecho contraía, sin embargo, un deber para los reyes: subordinar cualquier interés material al servicio de un bien superior, a saber, la enseñanza de la fe y de las sanas costumbres a la población autóctona. Sólo aquí residía la legitimidad de la conquista americana, como luego subrayarían los tratadistas de la Universidad de Salamanca al calor de los debates acerca de la moralidad de la acción de Castilla en el Alejandro VI - Wikipedia, la enciclopedia libreNuevo Mundo. Esa exhortación de la Iglesia pronto se tradujo en normativas de la Corona a los descubridores para que trataran correctamente a los indios. La permisividad inicial de las autoridades civiles ante la esclavitud de los indígenas –continuación de la inercia de lo acontecido durante el siglo XV en las costas africanas− fue tempranamente rectificada al ordenarse su puesta en libertad y que, en adelante, se considerara libres a los naturales del lugar. Entre otras razones, porque si el principal cometido de aquella empresa radicaba en la propagación de la fe verdadera ésta exigía la aceptación libre y no forzada de sus tomadores, concebida como don gratuito de Dios. Atiéndase que los textos de la época siempre indican el requerimiento de instruir, no de forzar la adhesión a la fe, con las consecuencias que de ella se derivan[12].

            Todas estas provisiones de los Reyes Católicos –título con implicaciones morales concedido por la Santa Sede y que habrían de heredar sus sucesores− conformarían la estructura básica de las Leyes de Indias, que prohibieron expresamente la esclavitud de los nativos americanos. En todo este proceso se habían asentado los contenidos teológicos y filosóficos desplegados desde antiguo por los Padres de la Iglesia y sus primeros Doctores, que incidían en la recepción voluntaria de la fe[13]. Había que atraer a los gentiles (desconocedores del cristianismo) por la fuerza de la caridad y del argumento razonado, inspirados por las exhortaciones del apóstol Pedro a las comunidades primitivas (1Pe 3, 15). La espiritualidad de San Francisco de Asís apuntaló estas directrices, luego desarrolladas por algunos miembros de su orden como Ramón Llull. Este pensador y misionero mallorquín del sigloBiografia de Ramon Llull XIII recurriría al razonamiento y al diálogo como instrumentos preferentes para alentar la conversión de los no cristianos. Así lo consignó en el Llibre del Gentil. Y es que, de acuerdo con la raíz que definiría el corpus doctrinal de Llull –el lulismo−, sólo el amor que acerca a Dios puede marcar el camino de perfección en la vida cristiana[14].

            Con la llegada a México de fray Junípero Serra y otros misioneros mallorquines de la orden franciscana a mediados del siglo XVIII se ratificó esta línea en la acción pastoral emprendida al norte de Sierra Gorda. Formado en los presupuestos lulistas, que enseñaría en calidad de profesor en la Universidad Luliana de Mallorca, el Padre Serra habría de plasmarlos en las misiones californianas[15]. Así lo Junípero Serra - Wikipedia, la enciclopedia libreprueba la documentación referente al trato dispensado a los indígenas y en la organización del sistema de misiones. La expulsión de la Compañía de Jesús de todos los territorios de la Corona española decretada en 1767 por el rey Carlos III –celoso de su autoridad temporal frente al Papado (recuérdese el especial voto de obediencia de los jesuitas al Pontífice)− precipitó que el virrey de Nueva España, marqués de Croix, encargara a los franciscanos la administración de las tierras californianas que rigieran los hijos espirituales de San Ignacio de Loyola. Fue cuando el Visitador del Virreinato, José de Gálvez, atendió la propuesta de la comunidad religiosa del Colegio de San Fernando de México, nombrando a fray Junípero Serra presidente de los misioneros destinados a California[16]. Aunque el mando de las antiguas misiones jesuitas recayera en los comisionados del ejército de la Corona española, que brindaron protección a los Padres franciscanos por medio de presidios o fuertes, la labor de éstos no era tanto reemplazar sin más a los expulsos como dar comienzo real a la obra misional católica en la California Alta[17]. Así las cosas, en poco tiempo se completaron las misiones creadas por los jesuitas, elaborándose un itinerario que debían seguir las expediciones y la forma de realizarse. Entre las primeras se contaron las de San Fernando, San Diego y San Carlos Borromeo, convertida en sede del Padre Serra para el gobierno de aquella empresa.

Propuestas para «la espiritual conquista»[18]

            A la altura de 1773, ya creadas las misiones de San Antonio, San Gabriel y San Luis, fray Junípero se dispuso a redactar unas extensas sugestiones dirigidas al nuevo virrey, Antonio Mª Antonio María de Bucareli y Ursúa - Wikipedia, la enciclopedia libreBucareli, para incrementar el progreso de las misiones y adelantar la presencia de aquel Estado misional católico[19] representado por la Corona en las tierras de la Alta California.

            A lo largo de treinta y dos proposiciones el fraile franciscano se detiene mayormente en cuestiones logísticas, imprescindibles para el buen funcionamiento de las misiones. Ciertamente, después de los elogios a su católica majestad, el rey Carlos III, fray Junípero repasa el estado general de la situación. Las vías de tránsito, tanto marítima como terrestre, son presentadas como asuntos de primer orden para sostener la labor misionera. La provisión de alimentos, utensilios de labranza y ganado se revelan capitales para la subsistencia de sus habitantes, sobre todo los amerindios. Y es que el objetivo de las misiones, diseñadas a modo de pequeñas ciudades, consistía en allegar a la población indígena concentrándola en dichos núcleos a fin de instruirlas en los presupuestos informantes de la civilización cristiana. Para ello debían resultar atractivas, acondicionando las viviendas, talleres y graneros, además de los servicios médicos y catequéticos, con la iglesia-capilla como centro neurálgico de su estructura[20]. Dicho patrón no distaba en exceso del promovido en España por los reinos cristianos durante la Reconquista con las Cartas de Población[21]. Realmente se adaptaba un modelo preexistente a las circunstancias de la California Septentrional:

Es punto importantísimo –escribía fray Junípero− el que se provean las misiones de algunos peones para el cultivo de la tierra y procurar levantar algunas cosechas para su manutención […] vayan en los barcos mozos entre los que se hallarán labradores, vaqueros y arrieros […]; suplico a V.E [el virrey] una nueva fragua con un herrero […] con lo que además de quedar mejor servidas [las misiones] podremos poner muchachos [indios] recién convertidos a que aprendan un oficio[22].

            En este sentido, la misión era la traslación de una imagen celestial: la ciudad de Dios en la tierra frente a un estado inhóspito, apartado del amor divino, el cual ofrece a todos la felicidad y la salvación eterna. Entre la población indígena más joven −generalmente receptiva a la predicación evangélica− se contaban la mayoría de sus moradores; bien como catecúmenos (iniciados en la fe) o recién bautizados[23]. En todo momento el Padre Serra Memoria y defensa de fray Junípero Serra | Alfa y Omegainsiste en el cuidado y buen trato a los indios, de acuerdo con la filosofía que inspiraba a la Iglesia y, por ende, a la legislación española. Los indígenas sólo podrían permanecer bajo la custodia de los Padres franciscanos, evitando así cualquier abuso o violencia por parte de los militares que defendían las misiones de posibles ataques:

Que ningún castigo o maltratamiento se haga en alguno de ellos [los indios], ni por el oficial, ni por soldado alguno sin el dictamen del Padre misionero, por ser lo dicho costumbre inmemorial del reino desde su conquista, muy conforme al derecho natural concerniente a la crianza de los hijos, y circunstancia esencial para la conveniente educación de los pobres neófitos[24].

        Esta concepción paternalista, inserta en algunos planteamientos de la Escuela de teólogos de Salamanca –como se ha visto− y muy presente en el siglo XVIII por la teoría del orden natural (en una familia espiritual como la de las misiones el padre encargado actuaría como cabeza, velando por el bien de los hijos), guio el ánimo de los frailes franciscanos en California. A mediados de la centuria fue muy comentado el Itinerario para párrocos del obispo de Quito, Alonso de la Peña. En sus páginas proponía una relación respetuosa con la dignidad de los nativos americanos, señalando que los sacerdotes no podían actuar como jueces ni infringir directamente castigos físicos a los indios. Llegado el caso, la corrección debíaFray Junípero Serra | Imperio espanol, Español, Imperio regirse por la caridad[25]. Un planteamiento enraizado, por otra parte, en los estándares pedagógicos de la época hasta tiempos recientes. Aunque en las zonas más conflictivas como la misión de San Diego se recomendaran los azotes para templar los ánimos revueltos de algunos pobladores[26], la tónica general fue la benevolencia. De hecho, en las mentadas sugestiones para la conquista espiritual de California, fray Junípero abogó para que se indultara a todos los que hubieran desertado de las misiones, desvaneciendo temores e inquietudes entre «los gentiles y descarriados cristianos»[27].

            Este anhelo por conjurar miedos que retrajeran a los nativos de las misiones se materializó en la petición cursada al virrey para que removiera de la comandancia militar del presidio a Pedro Fages por «el malísimo trato y modales de dicho oficial», cuya conducta había causado serios atrasos a las misiones[28]. Solicitud que fue atendida por Bucareli, nombrando al patrocinado por el Padre Serra: el sargento José Francisco Ortega, por ser «juicioso, prudente y sin exasperación»[29]. De esta manera, resultaría más fácil apartar a los soldados que dieran mal ejemplo a instancias de los Padres encargados de cada misión[30]. En este punto, también la autoridad militar debía sujetarse a las prescripciones eclesiásticas.

            Dentro de este amplio programa, fray Junípero no ignoraba la trascendencia del mestizaje para la supervivencia e impulso de la obra misional. Primero, invitando a algunas familias indígenas a desplazarse a otras misiones donde ya había hogares de españoles o criollos. Se trataba de favorecer la convivencia entre distintas etnias, unidas por una misma fe, de acuerdo con la pauta El mestizaje en America - la Historia sin Historietasprogresivamente adoptada en la conquista de América. Asimismo, se procuraba el conocimiento de familias de cristianos viejos entre los nativos casados, extrañados de la sola presencia de frailes (hombres célibes) en los comienzos de cada misión. Al incentivar los matrimonios mixtos entre soldados y amerindias, fray Junípero aspiraba a que se estrecharan las relaciones humanas entre los súbditos de la Corona e hijos de la Cristiandad, logrando una mayor estabilidad en la organización y estructura de las misiones[31].

            El aprendizaje de las lenguas aborígenes por los franciscanos allanó la aproximación a los indios[32], a quienes también se les enseñara el español para un entendimiento más fluido con el resto de los integrantes de las misiones, igualándolos a su misma categoría. Aunque el desarrollo de todo este cometido deviniera dispar y a veces extremadamente complejo, la actitud de los indígenas fue generalmente de acogida y receptividad, según apuntan las fuentes[33]. Sin este comportamiento parece difícil que las misiones se hubieran diseminado por aquella geografía con relativa celeridad[34], a pesar de la escasez de medios, convirtiéndose en el basamento de las futuras urbes californianas a partir del siglo XIX.

Reflexiones finales

            Por lo dicho hasta aquí resulta evidente que las acusaciones de racismo contra fray Junípero Serra carecen de todo fundamento. Quienes agredieron o destruyeron sus imágenes en pleno frenesí antirracista del movimiento Black Lives Matter ignoran la realidad histórica. Y es que el racista margina y desprecia a quien noAtacan y vandalizan la estatua de fray Junípero Serra en Palma con ... pertenece a su raza condenándolo al ostracismo. Todo lo contrario de lo que hiciera fray Junípero y la orden franciscana en California, con la asistencia de las autoridades civiles, procurando la inserción de los aborígenes en la Cristiandad. Un hecho nada baladí, puesto que significaba una toma de conciencia no sólo de la dignidad natural de los indios, sino también sobrenatural al adquirir la condición de hijos de Dios por el bautismo, al igual que los españoles. Que se promoviera el mestizaje entre nativos y europeos es otra muestra clara de la ausencia de racismo. En ningún caso los indígenas sufrieron la persecución y el exterminio que habrían de padecer después –ya a mediados del siglo XIX− con la conquista anglosajona del oeste americano.

            Ciertamente que algunas comunidades actuales de indígenas han tildado la acción de fray Junípero y de la Corona española de represora contra el modo de vida de sus ancestros. Es verdad que hubo episodios de violencia por ambas partes (tribus y ejército), pero la constante fue la de atraer a los aborígenes por el diálogo, el ejemplo de vida y la organización de las misiones. En este sentido, procuró seguirse el estilo pastoral de San Francisco de Asís (el respeto por toda criatura como obra de Dios) y de Ramón Llull (el argumento antes que la espada). La mención de alguna carta en la que el fraile mallorquín justificaba los azotes como método correctivo no puede elevarse a categoría, ya que se planteó como último recurso de acuerdo con la pedagogía de aquella época y que Los indios de California piden al Papa que frene la canonización ...ha perdurado hasta fechas relativamente recientes. La crítica a la conculcación del patrimonio nativo –su lengua y costumbres− parece más la manifestación de una de las corrientes ideológicas del indigenismo, radicada en el mito del buen salvaje de Rousseau (opuesto a toda civilización) y próxima al pensamiento marxista aplicado a la lucha de etnias o razas (blancos contra indios y viceversa), que una denuncia real del despojo de los usos nativos y de sus derechos. Un extremo que, como se ha visto, procuró ampararse desde los albores de la conquista americana por la Iglesia y las leyes de la Monarquía. Ésta, por su sentido innato de la continuidad en lo fundamental, permite explicar el reconocimiento de la familia real española a la obra de fray Junípero con la visita a su casa paterna y museo en la localidad mallorquina de Petra el pasado 10 de agosto de 2020.

            Sin embargo, que algunas autoridades civiles como la actual presidenta del Senado del Estado de California −Toni G. Atkins−, antigua alcaldesa de San Diego por el Partido Demócrata, hayan condescendido con el derribo de estatuas del fraile franciscano y apoyado las peticiones para retirar del capitolio las imágenes de Isabel la Católica y Cristóbal Colón, responde a un motivo claro: secundar el activismo de grupos ideológicos afines. Cabe recordar que la señora Atkins es una de las principales abanderadas del colectivo LGTB, cuya lucha por sus derechos civiles se ha equiparado a la de otros sectores históricamente marginados como los afroamericanos. En realidad, la senadora intenta aplicar en su ámbito de influencia la hoja de ruta trazada por la resolución aprobada en Ginebra en 2014 por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. En ella se da carta de naturaleza a los llamados derechos de identidad de género y orientación sexual. Un planteamiento arraigado en la autosuficiencia radical del ser humano, que necesariamente se contrapone a la realidad objetiva de la naturaleza en la que se apoya el derecho natural, sostenido por la Iglesia y secundado en su tiempo por Isabel la Católica y la obra de la Monarquía hispánica en América. De ahí que para los promotores de la ideología de género, aprovechando la confusión generada por las reivindicaciones antirracistas, deban tomarse medidas para borrar la huella española La Misión de San Gabriel sufre enormes daños tras un incendio de ...y católica de los Estados Unidos. A este propósito se dirigen las agresiones a estatuas e iglesias de las misiones californianas[35], con el consiguiente perjuicio; también para un patrimonio declarado de la humanidad en 2003 por su alto valor histórico y artístico, muestra del barroco indígena de la segunda mitad del siglo XVIII[36].

            La erradicación de la herencia cristiana pretende acelerar el cambio cultural de nuestros días. Sin la objetividad de la ley natural, cuya visión antropológica reconoce la dignidad de toda persona por su naturaleza racional y libre −imagen de Dios creador cuando se eleva al plano suprasensible−, los derechos quedan al arbitrio del legislador. Paradójicamente, la experiencia de las últimas décadas demuestra que, bajo el espejismo de mayores libertades, se ha constreñido la libertad personal al propiciarse el capricho e intemperancia de la voluntad sobre la recta disposición de obrar conforme a las virtudes, humanas y sobrenaturales. De esta forma, se ha oscurecido paulatinamente la conciencia acerca de la dignidad integral de la persona humana. Los particulares se convierten así en piezas más fácilmente manejables por el poder político, a pesar de que adopte apariencias democráticas.

            En definitiva, la polémica generada es de orden ideológico, no histórico, aunque para ello tenga que manipularse la historia. Su contexto y documentación desmienten el discurso de quienes buscan falsearla.

[1] Esta postura respondió más a una cuestión socioeconómica que racial, pues era un lugar común en la época del liberalismo asociar la libertad individual a los títulos de propiedad (como también ocurría en Europa, donde apenas existía variedad racial). De hecho, el eminente educador afroamericano Booker T. Washington (1856-1915) abogó primeramente por medidas que permitieran la adquisición de poder económico por parte de la comunidad negra para que a posteriori lograra las ventajas políticas correspondientes. Véase «Libres al fin: el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos», Dpto. de Estado de los Estados Unidos, 2008, p. 21.

[2] Joan Faus, Pablo de Llano: «Tres muertos durante la jornada de caos desatada en Charlottesville por una manifestación racista», El País (13/08/2017).

[3] «Los activistas derriban la estatua de fray Junípero Serra en el Golden Park de San Francisco», ABC (22/06/2020).

[4] Pablo Scarpellini: «California aprueba retirar una estatua de Colón e Isabel la Católica de su capital», El Mundo (18/06/2020).

[5] Francisco Frías Valenzuela: Manual de Historia de Chile, Nascimiento, 1982, p. 36.

[6] Stanley J. Stein; Barbara H. Stein: El apogeo del Imperio. España y Nueva España en la era de Carlos III, 1759-1789, RBA, Barcelona, 2006, p. 70.

[7] Política, Libro I, cap. II y V.

[8] Política, Libro I, cap. II.

[9] Francisco Fernández Buey, «La controversia entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Una revisión», Boletín Americanista, nº 42-43, 1992, p. 335.

[10] Silvino Zavala: Las instituciones jurídicas en la conquista de América, Porrúa, México, 1971, pp. 213, 215.

[11] Ibid., pp. 214-215.

[12] Idoya Zorroza: «La idea de dominio en el siglo XVI y sus repercusiones en Hispanoamérica» en Antonio Cañellas (coord.): América y la Hispanidad. Historia de un fenómeno cultural, Eunsa, Pamplona, 2011, p. 51.

[13] «En efecto, confesar es decir lo que tienes en tu corazón; si empero en el corazón tienes una cosa y dices otra, hablas, no confiesas. Porque se cree en Cristo con el corazón, cosa que nadie hace forzado». San Agustín de Hipona: Comentarios a San Juan, trat. 26, n. 2.

[14] Luis Suárez: «Amor, religión y diálogo en la obra de Ramón Llull», CIDESOC (23/12/2017).

[15] Véase esta influencia en Josep Amengual: «Fra Juníper Serra: pastoral missionera inspirada en l´estil de Ramon Llull i per l´Escola de Salamanca en temps de l´absolutisme», Revista Catalana de Teologia, 40/1, 2015, pp. 144-145.

[16] Fray Francisco Palou: Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerable padre fray Junípero Serra, Consell de Mallorca, Palma, 2013 (1ª ed. 1787), p. 86. Se variaba así el plan defensivo inicial en una zona rica en recursos y disputada desde antiguo por franceses y británicos. Los conflictos armados con las tribus nativas, reñidas también entre sí (apaches y comanches), precipitaron un cambio de táctica por parte de las autoridades españolas con una promoción más decidida de las misiones y del proceso de inculturación de los indígenas. Desde el punto de vista estratégico, se trataba de ganar aliados nativos para repeler los ataques de sus contrarios y acelerar la pacificación del territorio con el consiguiente dominio de la Monarquía. Véase Antoni Picazo: «El impacto de las guerras nativas en el norte de Nueva España», Illes i Imperis, 12, 2009, pp. 8-10.

[17] Gaspar Sabater: Junípero Serra. Colonizador de California, Editora Nacional, Madrid, 1944, p. 87. Véase también la imprescindible biografía del profesor Bartolomé Font Obrador: Fray Junípero Serra. Doctor de gentiles, Miquel Font, Palma, 1998, pp. 13-15.

[18] Término utilizado por el Padre Palou, contemporáneo y primer biógrafo de fray Junípero: op. cit, p. 180.

[19] Sobre este concepto, véase Vicente Rodríguez Casado: De la monarquía española del Barroco, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1955, pp. 120-122.

[20] Carta de fray Junípero Serra al virrey Antonio Mª Bucareli (13/03/1773) en Escritos de fray Junípero Serra (Edición preparada por el P. Salustiano Vicedo e introducida por el P. Jacinto Fernández-Largo), Tomo II, Petra, 1984, p. 92.

[21] Véase uno de estos ejemplos en Josep Francesc López Bonet: «Les Ordinacions d´en Jaume II per a l´establiment de noves viles a Mallorca (1300)», Estudis Balearics, nº 6, Palma, 1982.

[22] Carta de fray Junípero Serra al virrey Antonio Mª Bucareli (13/03/1773), op. cit, pp. 89, 93.

[23] Amengual: art. cit, p. 155.

[24] Carta de fray Junípero Serra al virrey Antonio Mª Bucareli (13/03/1773), op. cit, pp. 86-87.

[25] El texto del prelado afirmaba que «La crueldad es vicio opuesto a la clemencia y es una aspereza de ánimo que sin piedad castiga con exceso la culpa del inferior. Y la virtud de la clemencia obliga a todos los que tienen superioridad sobre otros, templando con piedad el rigor de la ley en el castigo». De ahí que en relación con los indios encareciera a un trato benevolente «porque sus culpas no tienen tanto de malicia como en otros, mas antes se disminuye por muchas cosas como son la simplicidad, ignorancia, embriaguez, pobreza y ser tan nuevos en la fe, que aún no han olvidado la gentilidad. Saco la conclusión y es que si el castigo excede a la culpa con grave daño del indio, es pecado mortal» Fragmento extraído del estudio de Bartolomé Font Obrador: «Fray Junípero Serra. De Doctor de Gentes a Doctor de Gentiles», Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana, 53, 1998 p. 239.

[26] Según refiere el Padre Palou, San Diego sufrió uno de los más violentos ataques de las tribus del lugar. El suceso tuvo su origen en la captación por parte de grupos hostiles de dos neófitos que se ausentaron de la misión sin licencia, valiéndose de ellos para divulgar la falsa noticia de que «los Padres [franciscanos] querían acabar con toda la gentilidad haciéndolos cristianos a la fuerza, para lo cual daban por prueba los muchos que en un día habían bautizado». Así las cosas, en el asalto fray Luis Jaume fue desnudado y «empezaron a darle golpes con las macanas y le descargaron innumerables flechas […] después de muerto, le machacaron la cara, la cabeza y demás cuerpo, de modo que desde los pies hasta la cabeza no se quedó parte sana más que las manos consagradas». Palou: op. cit, pp. 204-205.

[27] Carta de fray Junípero Serra al virrey Antonio Mª Bucareli (13/03/1773), op. cit, p. 100.

[28] Ibid., p. 82.

[29] Ibid., p. 85.

[30] Ibid., p. 86.

[31] «Al que así se case, se le mantenga de pie en la misión de su consorte, sin irlo remudando a otras; que se le dé por de pronto una bestia en que andar si no la tiene, y que, después de un año o algo más de servicio de su misión en el laborío de las tierras, se le den, de las del rey, un par de vacas y una mula […] y que a su tiempo podamos señalarles su pedazo de tierra que pueda sembrar por sí». Ibid., p. 100.

[32] Carta de fray Junípero Serra a fray Francisco Palou sobre la necesidad de dominar las lenguas indígenas (18/08/1772). Ibid.

[33] Véase, a título de ejemplo, la correspondencia de fray Junípero Serra con los Padres Juan Andrés, Rafael Verger, Francisco Palou o Francisco Pangua entre 1769 y 1774, en Escritos…, Tomos I y II.

[34] Para constatar la disposición colaboradora de los nativos, puede consultarse la relación del Padre Palou referida a la fundación de la misión de San Buenaventura en Los Ángeles en 1782. La violencia inicial ante la empresa misional en el recorrido del Canal de Santa Bárbara se trocó completamente cuando los misioneros, con la ayuda de los conocimientos lingüísticos de un neófito de la misión de San Gabriel, pudieron dar a conocer sus intenciones evangelizadoras. Los indios se prestaron entonces a construir la capilla y las casas de la misión. Al año siguiente se había formado una comunidad de 53 cristianos nuevos. Palou: op. cit., p. 265.

[35] Javier Ansorena: «Arde la histórica iglesia fundada por fray Junípero Serra en Los Ángeles en 1771», ABC (14/07/2020).

[36] El pasado 15 de julio de 2020, festividad de San Buenaventura en el calendario litúrgico de la Iglesia Católica y coincidiendo con el fragor de la controversia, el Papa Francisco I erigió en basílica menor la misión de tal nombre que fundara fray Junípero Serra (proclamado santo en 2015). Véase Vida Nueva (16/07/2020).

La espiritualidad católica en el arte mexicano (II)

 por Rodrigo Ledesma, historiador del Arte

Como dijimos en nuestro anterior artículo (https://cidesoc.wordpress.com/2017/11/26/la-espiritualidad-catolica-en-el-arte-mexicano/), en la obra del muralista Ángel Zárraga abundan los pasajes bíblicos y evangélicos en la zona noreste de la catedral de Monterrey, que son expuestos en el mural izquierdo o muro norte. (F. 1)  Al centro La Piedad, donde la Virgen vestida con túnica morada, símbolo del luto y manto azul en relación con lo celestial sostiene a su hijo muerto, que yace en su regazo con los brazos caídos; detrás de ella un resplandor simboliza la luz de la salvación y al mismo tiempo la luz solar de la región montañosa donde se ubica la ciudad de Monterrey. Toda la escena descansa sobre un pedrusco montículo. Aquí un referente del mismo Zárraga: en los Vía Crucis de la iglesia del Sagrado Corazón en la Ciudad Universitaria de París, 1936, y en el de la Iglesia de Saint-Martin de Meudon de 1940, la Estación XIII que narra cuando Cristo es entregado a su madre después de ser bajado de la cruz, la Virgen ataviada con largo velo azul y vestido largo morado, sostiene a su hijo muerto, representación que el artista reutiliza en el mural de la Catedral de Monterrey.

Debajo de La Piedad, un franciscano carga a un indio delante de una hoguera: ambas sucesos significan la redención, ya que Cristo al morir da la vida eterna y el fraile evangelizador salva de las llamas eternas al natural a través de la cristianización, por lo que de todo el conjunto emanan unas radiaciones transparentes denotando la expansión del cristianismo. Del lado derecho en un primer plano un franciscano da la comunión a un indígena hincado, que por su vestimenta con la capa era un personaje de mayor jerarquía; en el extremo unos cactus hieráticos entornan la evangelización de estas tierras. En un segundo plano está representado otro milagro de Jesús que es la Resurrección de Lázaro (Jn. 11. 1-46). De la cueva donde fue inhumado el hermano de Marta y María sale andando envuelto en vendas y Cristo con túnica blanca y manto rojo levanta la mano para llevar a cabo su prodigio. Arriba de la cueva, un árbol hueco guarece a la pequeña Virgen del Roble, la advocación mariana local y que es una de las pocas representaciones existentes. Del lado izquierdo del mural en primer plano está el milagro de la Sanación de un ciego (Jn. 9, 1-34), en el que Jesús con la mismas vestiduras, unta el lodo en los ojos del invidente al cual Zárraga viste como un personaje del siglo XX; el bastón roto alude al milagro de la recuperación de la vista, pues ya no será necesario usarlo. Una barda de tabiques separa a la escena del segundo plano en donde un franciscano sostiene una cruz y consuela a un indígena quien se hinca recibiendo la confortación espiritual. Al fondo unas edificaciones con almenas infieren el conjunto conventual franciscano de San Andrés que existió en la ciudad. Un maguey pinta el paisaje mexicano y en el fondo del mural la cordillera de la Sierra Madre ambienta todos los acontecimientos narrados en la localidad. Remata el mural igual que el anterior con ángeles de gran tamaño, ahora sustentando una cartela con el anagrama de Cristo y un par de indígenas sostienen el escudo de Monterrey. La firma en el ángulo inferior derecho: “ANGEL ZÁRRAGA 1945”. Esto nos indica que fue terminado antes que el de enfrente que fue el último.

(F. 1)

En la bóveda dividida en cuatro partes, ocho de las Bienaventuranzas de San Mateo (Mt. 5, 1-11) están representadas alegóricamente por medio de ángeles y filacterias con los textos en latín en letras mayúsculas, pero sin seguir el orden del texto bíblico. (F. 2)

Al fondo colindando con el muro del ábside, a la izquierda la cuarta Bienaventuranza: “BEATI, QUI ESURIUNT, ET SITIUNT JUSTITIAM: QUONIAM IPSI SATUBUNTUR”,  Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados; un ángel con vestido entallado azul extiende su mano diestra para consolar a una mujer hincada con velo y túnica en gris, mientras con la otra abraza al ángel compañero y en un segundo plano tanto trigo como frutos representan la abundancia. A la derecha la primera de las Bienaventuranzas: “BEATI PAUPERES SPIRITU: QUONIAM IPSORUM EST REGNUM CAELORUM”, Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; el ángel con vestido blanco de pliegues sueltos sostiene una esfera azul rodeada de estrellas y dentro de ella una pareja alude a las almas en el cielo.

En el siguiente tramo junto al muro sur y a la derecha la tercera Bienaventuranza: “BEATI MITES: QUONIAM IPSI POSSIDEBUNT TERRAM”, Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra. Un ángel con túnica marrón y sombrero encasquetado sostiene una esfera armilar y toca la cabeza de un joven con el torso desnudo quien se sostiene cogiendo la esfera celeste. Luego la Bienaventuranza ocho: “BEATI, QUI PERSECUTIONEM PATIUNTUR PROPTER JUSTITIAM: QUONIAM IPSORUM EST REGNUM CAELORUM”, Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos. El ángel con túnica verde y capa blanca, carga en sus piernas un cosmos del cual un hombre flechado toca con una de sus manos, personaje que es una clara referencia a san Sebastián.

En el segmento que da hacia la nave principal la segunda Bienaventuranza: “BEATI; QUI LUGENT: QUONIAM IPSI CONSOLABUNTUR”, Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados, que es lo que hace el ángel ataviado con un largo vestido rojo, reconfortando a una mujer con velo y vestido café. Continúa la quinta de las bendiciones: “BEATI MISERICORDES: QUONIAM IPSI MISERICORDIAM CONSEQUENTUR”, Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. El espíritu celestial porta un vestido naranja y con las manos en actitud orante mira al cielo, mientras que en el lado inferior derecho un hombre rescata a otro que se encuentra desfallecido.

Las dos últimas bienaventuranzas junto al muro norte corresponden a la sexta y séptima: “BEATI MUNDO CORDE: QUONIAM IPSI DEUM VIDEBUNDT”, Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Un sonriente ángel con vestido rojo y en la cabeza pañoleta con caídas en tablones traslúcidos, exhibe un pequeño libro en su mano derecha y la otra la recarga en el hombro de su compañero; abajo dentro de la figura de un corazón una pareja eleva sus oraciones. Y la séptima de las bienaventuranzas: “BEATI PACIFIC: QUONIAM FILII DEI VOCABUNTUR”, Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios.  La paz se representa con la paloma que lleva una rama en el pico, un hombre en el mar portando una cruz en el cuello y un arco iris, significando el perdón y la unión después de la tormenta todo el relación con el diluvio universal; es decir, la concordia entre el mundo antiguo y el moderno, el cual se simboliza con el rayo que es aparado en un pararrayos sostenido por el ángel con vestido naranja.

(F. 2)

Estos magníficos murales llevan una composición con figuras algo rígidas tal y como se trazaban los diseños pictóricos de esa época. Los colores suaves remiten a los grandes murales del Renacimiento italiano como los mismos de Fra Angelico y que Zárraga adapta a sus necesidades contemporáneas. El equilibrio de las formas en cada una de las escenas consigue transmitir un conjunto armonioso de gran riqueza espiritual, no sólo por los temas mismos, sino por la suavidad del tratamiento de los murales en sí.

A pesar que en el tiempo en que fueron pintados los murales se publicaron notas periodísticas en el diario local de Monterrey El Norte y en El Universal de la ciudad de México, o bien en las revistas capitalinas Tiempo y Revista de Revistas, los murales de la Catedral de Monterrey son poco conocidos y apreciados. Muchos años pasaron para que estos trabajos de Zárraga fueron al menos citados, como fue el caso de la publicación de la Historia del Arte Mexicano en 1982, en cuya sección de Arte Contemporáneo en el escrito de Delmari Romero Keith “Otras figuras del muralismo mexicano. Ángel Zárrga”, apenas si hace una mención al decir “y también trabajó en el interior de la Catedral de Monterrey”.[1]

Fue hasta principios de 1985 cuando se hizo una exposición sobre Zárraga en el Museo Tamayo de la ciudad de México que se escribieron algunos artículos periodísticos valorando más la obra del pintor. Uno de estos fue el de Antonio Rodríguez, “Al rescate de Ángel Zárraga”, donde escribe: “En su patria, Zárraga pinta tres murales: uno excelente, con una síntesis de religión y modernidad, en la Catedral de Monterrey”.[2] Otro texto fue el de la crítica e historiadora del arte Teresa del Conde, “Exposiciones de Ángel Zárraga y Aníbal Angulo”; aquí expresa que “Ángel Zárraga (1886-1946) es un ´pintor al que se menciona mucho, pero aparte de sus cuadros sobre futbolistas y del merecidamente famoso Exvoto de san Sebastián, de las colecciones del INBA, su obra es prácticamente desconocida para la generalidad del público y aun para los entendidos. En lo personal, recuerdo sus murales en la Catedral del Monterrey…”.[3]

Seis años más tarde, en 1991, se llevó a cabo una exposición en el Museo Nacional del Arte titulada Modernidad y modernización del arte mexicano, 1920-1969, en cuyo catálogo Jorge Alberto Manrique escribió el ensayo “Otras caras del arte mexicano”, en el que aborda la obra de Zárraga, diciendo escuetamente que “ejecutó murales en el Club de Banqueros de la ciudad de México y en la Catedral de Monterrey”.[4]

Con todo esto no queremos decir que no hubo escritos o crítica sobre la obra de Zárraga, sino que fue poco lo que se había publicado al respecto.

Guillermo Sheridan, escritor que estaba emparentado por ascendencia familiar con Zárraga, comenta de sus encuentros con su pariente a través de sus obras pictóricas. Para la exposición sobre el artista que se llevó a cabo en su natal Durango en el año de 2007 en el museo que llevaba su nombre, Sheridan escribió un texto para un pequeño catálogo en el que habla de los murales de Monterrey, siendo uno de los pocos que le otorgan un espacio a esas pinturas. “En Monterrey, en el umbral de la adolescencia, me halagó reencontrar al tío Ángel en la Catedral. Su ábside, decorado con sus fastuosos murales a la encáustica, era un respiro anímico y climático, un asidero a la tradición en una ciudad que la había suplantado por la acción industrial y comercial. La Catedral era la más valiosa y relevante prenda de esa ciudad remisa al arte. ¡Cómo me gustaba, escabullendo la vigilancia de un sacristán gotoso, llegar bajo el cenit de ese bermellón y cerúleo, y mirar hacia ese cielo accesible, donde un concierto de ángelas y ángeles pregonan las bienaventuranzas en sus airosas filacterias!” [5]

En la retrospectiva exposición en el Palacio de Bellas Artes Ángel Zárraga. El sentido de la creación, llevada a cabo entre mayo y julio de 2014, se exhibieron ochenta y cinco piezas, entre las que destacaron los dieciocho murales movibles al óleo Art Déco que el artista realizó para la Embajada de México en París en 1927 y que nunca se habían expuesto en conjunto. Uno de los temas de la muestra fueron los trabajos con tema religioso, pero que en su mayoría se mencionaron los que trabajó en Francia, haciendo mínima mención de los murales de Monterrey.

Bien dijo Teresa del Conde que a Zárraga se le conoce poco, a pesar que se han escrito varios textos sobre su obra. Uno de los mejores trabajos es el de Elisa García Barragán titulado Ángel Zárraga. Entre la alegoría y el nacionalismo, publicado en México por la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1992, libro en el cual hace una recopilación de la obra conocida del pintor y en donde incluye una crítica realizada por José María González de Mendoza sobre los murales de Monterrey, enarbolándolos y afirmando que superan a los que el autor realizó en Francia: “La magnífica decoración realizada por Ángel Zárraga en el ábside de la Catedral de Monterrey cubre más de doscientos cincuenta metros cuadrados. Supera en amplitud y en variedad a las ejecutadas por el mismo artista en Francia, en la cripta de Surenes, en las capillas de Guébriant y de la Ciudad Universitaria de París, y en las iglesias de Réthel, Meudon y Saint Ferdinand des Ternes. Ojalá marque el comienzo de la renovación del arte religioso en México”.[6]

El hecho de que los murales de Monterrey no estén en la ciudad de México, tal vez sea una de las causas por las que no se les ha dado la importancia debida ni la valoración que merecen, al mismo tiempo que son poco conocidos, o bien, porque no tratan de los temas con los que identificamos al Muralismo Mexicano como son los triunfos obreros y campesinos de la Revolución, o la lucha de clases entre capitalistas y proletarios, o pasajes de la historia nacional, ya que su tema es religioso y porque Ángel Zárraga no estuvo en el grupo de los tres grandes, aunque sí se conoció y trató con Diego Rivera, pero como escribió Tersa del Conde: “Ellos se conocieron y se trataron, pero Zárraga no debe haber comulgado con la ideología de su colega. Era tan católico, que compró una casa en ruinas en Meudon, al sureste de París, sólo porque en la vencidad vivía o había vivido Jacques Maritain” [7]; sin embrago, son unos de los murales más logrados dentro del arte mexicano del siglo XX, por supuesto con estilo propio, pero con algunos influjos del muralismo mexicano.

[1] Delmari Romero Keith, “Otras figuras del muralismo, Ángel Zárraga”, en Historia del Arte Mexicano. Arte Contemporáneo II. México, SEP, Salvat, 1982, t. 14, p. 1999.

[2] Antonio Rodríguez, “Al rescate de Zárraga”, Excélsior, México, D.F., miércoles 25 de enero de 1985,  p. 4.

[3] Teresa del Conde, “Exposiciones de Ángel Zárraga y Aníbal Angulo”, Uno más Uno, México, D.F., sábado 9 de febrero de 1985, p. 17.

[4] Jorge Alberto Manrique, “Otras caras del arte mexicano”, en Modernidad y modernización del arte mexicano. 1920-1960, México, Museo Nacional de Arte, 1991, p. 138.

[5] Guillermo Sheridan, “Aires de familia. Zárraga y yo”, Letras Libres, Año IX, febrero de 2007, número 98, pp. 95-96.

[6] Elisa García Barragán, Entre la alegoría y el nacionalismo, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1992, p. 74.

[7] Teresa del Conde, Una visita guiada. Breve Historia del Arte Contemporáneo en México, México, Plaza & Janés, 2003, p. 57.

La espiritualidad católica en el arte mexicano

 por Rodrigo Ledesma, historiador del Arte

Guillermo Tritschler y Córdova (1878-1952) ocupó la silla episcopal de la Arquidiócesis de Monterrey a partir del 22 de febrero 1941 (aunque toma posesión del cargo el 25 de junio), hasta el 29 de julio de 1952. Con una enérgica formación artística adquirida en sus catorce años de estancia en Roma, pensó en cómo podría enaltecer con obras de arte sacro moderno las parroquias y la Catedral de la Diócesis. Así pues, invitó al pintor Ángel Zárraga (1886-1946) a trabajar en un proyecto para decorar el presbiterio de la Catedral. Zárraga y el Arzobispo Tritschler se habían conocido en la ciudad de México en la casa del sacerdote y poeta Octaviano Valdés (1901-1991), donde se celebraban tertulias intelectuales entre clérigos, poetas, historiadores y artistas. Zárraga quien había vivido en Europa desde 1907, al no poder integrarse al movimiento del Muralismo, entre 1933 a 1941 pintará diversos murales con temas religiosos al fresco y a la encáustica en iglesias de Francia como el Vía Crucis de la capilla del sanatorio de Guébriant, hoy villa de descanso, 1933, el Vía Crucis y la Resurrección en la iglesia del Sagrado Corazón dentro de la Ciudad Universitaria de París, 1936; el Vía Crucis en la iglesia de Saint-Martin de Meudon, 1940, la cripta dedicada a Santa Teresa del Niño Jesús en la iglesia de Saint Ferdinad des Ternes, 1941, y en Marruecos en la iglesia de Fedhala un Exvoto a Jacques Hersent, 1934. A su regreso al país también pinta murales en el Club de Banqueros y los laboratorios Abbott, 1943. No concluyó un encargo mural para la biblioteca de La Ciudadela, pues la muerte lo alcanzó el 22 de septiembre de 1946.

Los murales de la Catedral fueron trabajados entre 1942 a 1945 con la técnica de la encáustica y fueron los primeros que realizó Zárraga en México. El diseño original no corresponde a lo que finalmente se pintó, ya que el P. Raúl Mena Seifert, quien fungió como Capellán entre 2007 y 2011, hizo una exhaustiva catalogación y encontró unas fotografías de la época con los dibujos del proyecto inicial. Aunque ya han sido descritos de manera general en el libro de La Catedral de Monterrey de Tomás y Xavier Mendirichaga[1], analizaremos los elementos iconográficos, además de mencionar algunos hallazgos dentro de los murales. La disposición de los mismos para describirlos será: ábside, muro derecho (sur), muro izquierdo (norte)  y bóveda.

El ábside (F. 1) se inicia de arriba hacia abajo con el Espíritu Santo sobre un resplandor de veintiún rayos. Tres líneas de cada lado bajan hacia la escena de la Virgen María y de la Señora Santa Ana. El resplandor apunta hacia una corona, simbolizando el poder de Dios Padre, quien del lado derecho vestido con túnica dorada apunta con una mano hacia Jesús y con la otra sostiene la corona de espinas. La Santísima Trinidad está puesta de manifiesto. Debajo del Padre un ángel con manto púrpura en la mano izquierda muestra un manifestador con la hostia y con la derecha carga un cáliz, ambos objetos en referencia a la eucaristía. El arcángel Gabriel con manto rosa y diadema extendida de flores, porta la azucena de la pureza, misma que es irradiada por el Espíritu Santo; con la mano derecha apunta hacia una estrella en el broche del otro ángel en alusión a la Stella Maris, (estrella del mar, como madre guía) de las Letanías Lauretanas; María con vestido rojo y manto azul como viste la Inmaculada Concepción, acepta en actitud de sumisión su encarnación y de su vientre irradia luz en forma de ondas, porque dará vida al Salvador. Según citan Tomás y Xavier Mendirichaga el tema de este mural en palabras del propio artista es La Glorificación de la Virgen bajo el Misterio de la Trinidad.[2] Al fondo se aprecia el Cerro de La Silla, con lo cual Zárraga coloca a la Anunciación en la ciudad de Monterrey, imponiéndole un fuerte carácter regional a la escena.

Del lado izquierdo del mural, Cristo con túnica blanca abre las manos para recibir la corona de espinas que le envía el Padre. Debajo unos ángeles sostienen un papel que refiere a las Bienaventuranzas de la bóveda, una de las cuales es señalada por uno de los seres seráficos y el otro muestra el Sagrado Corazón de Jesús, devoción expandida en el siglo XVII a partir de 1673 por la monja salesa Santa Margarita María Alacoque (1647-1690). En el broche de la capa del ángel con túnica rosa están inscritas las letras AZ, iniciales del nombre del artista, lo que fue descubierto por el P. Raúl Mena. Santa Ana con túnica color vino y manto dorado en alusión a la Leyenda Dorada del siglo XIII de Santiago de la Vorágine (1228-1298), recibe también los rayos del Espíritu Santo porque fue concebida sin contacto sexual, según el tratado del benedictino alemán Johannes Trithemius (1492-1516) publicado en 1494.[3] Ella instruye en la lectura a través del alfabeto griego a la Virgen niña quien porta vestido rojo, casaca y pañoleta blanca, estas dos últimas prendas en correlación con su pureza terrenal; esta tradición de enseñar a leer a la Virgen fue iniciada en el siglo XIV.[4] El alfa y la omega son la interpretación de Cristo anotada en El Apocalipsis 22, 11, y la delta, el triángulo, según la tradición griega,[5] es la denotación de lo femenino de Ana y María, abuela y madre respectivamente del Redentor. La firma está debajo del asiento de la Virgen y dice: “ÁNGEL ZÁRRAGA mexicano 1942 43”.

En el mural del lado derecho o muro sur, (F. 2) en la parte de abajo se relatan tres pasajes bíblicos. Del lado izquierdo el milagro de las Bodas de Caná (Jn. 2, 1-11). La Virgen con su traje en azul y rojo detrás de Jesús le dice de la falta de vino a lo que el Redentor ordena vaciar agua en unas ánforas. Al sirviente no se le ve el rostro y en su brazalete se leen las letras AZ, iniciales del nombre del muralista.[6] Del lado derecho se narra la multiplicación de los panes y los peces, relatado en los cuatro evangelios: Mt. 14, 15-21; Mr. 6, 34-44; Lc. 9, 12-17; Jn. 6, 5-13. Pedro con túnica blanca le explica a Jesús de la necesidad de comida, a lo que Cristo pide los panes, que aquí sólo aparecen tres en lugar de cinco como narran los evangelios, y los dos peces que son acercados por un sirviente vestido con túnica amarilla; una serie de triángulos con base curvada forman un tapiz azulado para simular el mar. Al centro en un primer plano y con mayor tamaño, la Resurrección (Mt. 28, 1-7; Mr. 16, 1-6; Lc. 24, 1-8; Hch. 10, 40) en el momento preciso en que Cristo sale de su tumba y se eleva hacia los cielos con la mano en alto símbolo de su triunfo. El resplandor de su cabeza con siete rayos es en alusión a las siete palabras y carga un largo pendón con el emblema de la cruz. Un soldado duerme sobre su escudo y el otro en actitud de asombro levanta los brazos y suelta su pica: en el cinturón de este centinela se lee ÁNGEL ZÁRRAGA, palabras descubiertas por el P. Mena. Toda la narración bíblica se enlaza a través de arcadas unas en rojo y otras en negro.

En la parte superior son presentadas dos actividades laborales de Nuevo León: del lado izquierdo el trabajo agrícola de los naranjales son caracterizados por un hombre con sombrero, agachado, de piel morena a quien no se le ve el rostro y que recoge en un cesto los frutos; al fondo se aprecian los sembradíos del cítrico. Hacia la derecha un obrero en plena faena de fundición se enlaza a través de un tubo que pasa por debajo de la ventana con dos compañeros posicionados en el otro extremo. Llamas, chimeneas, tubos ambientan la industria del acero de Monterrey que en esos años se producía en grandes cantidades en la legendaria Fundidora, símbolo del progreso industrial de esta ciudad. Por arriba de la ventana unos ángeles de gran tamaño sostienen una cartela con el anagrama de la Virgen, mismo que resguarda el escudo del Arzobispo Tritschler, el cual lleva los vocablos latinos “CRECAMUS-INILLO PEROMNIA”.

Este mural está firmado debajo de la escena de las Bodas de Caná. “ALELUJA, 6-V-1945”. La palabra aleluya con la fecha la escribió Zárraga en señal de haber terminado todos los murales.

Tal como lo afirmó Olivier Debroise: “Ángel Zárraga se vuelve el caso particular de un muralista marginado que decide por su propia cuenta “representar” al muralismo lejos del contexto histórico que permitió su desarrollo.

 

 

 

 

[1] Tomás y Xavier Mendirichaga, “Los Murales de Zárraga”, La Catedral de Monterrey, Monterrey, EMEDICIONES, 1990, 2ª., ed. pp. 57-61.

[2] Ibídem, p. 57.

[3] La complicada historia de la Señora Santa Ana ha sido construida de los Evangelios Apócrifos Protoevangelio de Santiago, Natividad de María, Historia de la Natividad de María, Historia de la Infancia de Jesús de donde se basaron los dominicos Vicente de Beauveais y Santiago de la Vorágine en el siglo XIII para construir su historia. Véase: Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Iconografía de la Biblia, Madrid, Serbal, 1997 y Emile Mále, El gótico: la icnografía de la Edad Media y sus fuentes, Madrid, Encuentro, 1986.

[4] Las más antiguas representaciones de esta iconografía y tradición están en los muros de la iglesia de Croughton, Northam-Lonshire, Inglaterra y en los vitrales de la catedral de Orvieto, Italia, ambas del siglo XIV y de aquí viene su expansión.  Véase: Pamela Sheingorn, “The Wise Mother: The Image of St. Anne Teaching the Virgen Mary”, Gesta, XXXII/1,  The Internacional Center of Medieval Art, 1993,  pp. 69-70.

[5] José Antonio Pérez-Rioja, Diccionario de Símbolos y Mitos, Madrid, Tecnos, 2008, 8ª., ed., p. 432.

[6] El lunes 15 de marzo de 2010 al platicar con el P. Mena de algunos detalles de los murales, descubrimos dichas letras del brazalete.

[7] Delmari Romero Keith, “Otras figuras del muralismo, Ángel Zárraga”, en Historia del Arte Mexicano. Arte Contemporáneo II. México, SEP, Salvat, 1982, t. 14, p. 1999.

[8] Antonio Rodríguez, “Al rescate de Zárraga”, Excélsior, México, D.F., miércoles 25 de enero de 1985,  p. 4.

[9] Teresa del Conde, “Exposiciones de Ángel Zárraga y Aníbal Angulo”, Uno más Uno, México, D.F., sábado 9 de febrero de 1985, p. 17.

[10] Jorge Alberto Manrique, “Otras caras del arte mexicano”, en Modernidad y modernización del arte mexicano. 1920-1960, México, Museo Nacional de Arte, 1991, p. 138.

[11] Guillermo Sheridan, “Aires de familia. Zárraga y yo”, Letras Libres, Año IX, febrero de 2007, número 98, pp. 95-96.

[12] Elisa García Barragán, Entre la alegoría y el nacionalismo, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1992, p. 74.

[13] Teresa del Conde, Una visita guiada. Breve Historia del Arte Contemporáneo en México, México, Plaza & Janés, 2003, p. 57.

[14] Olivier Debroise, “Ángel Zárraga: aspectos de un muralismo olvidado”,  La Cultura en México, 18 de julio de 1979, http://www.arte-mexico.com/critica/od69.htm

Fe y Razón: repercusiones políticas y morales

por Guillermo Arquero, historiador

Repercusiones en la política:

En el orden de la política, se tiene generalmente la idea de que el Estado en Europa surgió mediante un proceso secularizador. Sin embargo, según diversos y renombrados autores (Schimdt, Albadalejo, Nieto Soria), el Estado moderno se fue generando a través de la adopción de los modelos organizativos y (en el orden intelectual) del uso de las categorías e ideas de la Iglesia[1]. Por ello, no será realmente hasta las revoluciones políticas anglosajonas y (de modo más traumático) la Revolución Francesa cuando haya una verdadera separación. Cabe preguntarse incluso si realmente se dio una división tajante. En el caso anglosajón, el discurso religioso siempre ha estado presente en la vida pública, y se ha planteado más una tolerancia religiosa que la omisión del hecho religioso en la vida pública. En el caso francés, cuyo laicismo es uno de los principales legados de la Revolución, cabe preguntarse si más que una separación entre Iglesia y Estado no se planteó un control del segundo sobre la primera con una nueva religiosidad laica (Constitución Civil del Clero, el culto al Ser Supremo con toda su liturgia en tiempos de Robespierre, persecución jacobina…). De ahí que muchas de las propuestas actuales de un laicismo de este corte vengan viciadas de una falta de comprensión de estos procesos históricos. Creo muy apropiada la distinción que hace Andrés Ollero de “laicidad” como la sana autonomía entre la esfera religiosa y laesfera civil (nacida a partir de la distinción hecha por los autores medievales, en mi opinión) y “laicisimo” (surgido de aquel espíritu jacobino y más tarde del marxismo), que vendría a ser “el diseño del Estado como absolutamente ajeno al fenómeno religioso”, una separación que “puede acabar resultando, más que neutra, neutralizadora de su posible proyección sobre el ámbito público y, en consecuencia, discriminatoria para los creyentes”[2].

No comprender bien la reflexión medieval sobre la complementariedad entre fe y razón, y la autonomía de ambas en sus respectivos dominios  plantea hoy día muchos obstáculos para encontrar una solución justa y equilibrada para la sana convivencia civil entre creyentes y no creyentes. Así, parece que la Iglesia o el creyente no tienen legitimidad para proponer a los demás una opción sobre aspectos diversos (bioética, por ejemplo) ya que deja interferir su fe en ello. Sin embargo, el equilibrio alcanzado en la Edad Media sigue permitiendo salvar esta supuesta contradicción, como han retomado los últimos pontífices[3]. Cuando la Iglesia tuvo la oportunidad de esgrimir la fe como única instancia para decidir sobre todos los aspectos de la vida humana no lo hizo. ¿Por qué iba a ser un peligro ahora? ¿Por qué no basta entrar en un debate, en un diálogo, en vez de privar a una de las partes de tener voz? Ya los pensadores medievales dejaron listo el campo para poder llevar a cabo un debate racional que no viciase la discusión con planteamientos de tipo fideísta. Tiene gracia que, en ocasiones, se hable de que volvemos a la Edad Media cuando no se usa la razón correctamente, cuando fue una época clave en la historia del pensamiento para hallar una solución.

Por otro lado, otra importante falacia que nace de no atender la historia del pensamiento cristiano es hablar, a la hora de plantear la realidad religiosa en la sociedad civil, de “religión” englobando en este concepto a todos los credos existentes, de modo que, cuando se plantea la laicidad, se use la palabra “religión” en singular para entender el cristianismo, el Islam, el judaísmo (con todas las vertientes que cada una de ellas tienen) y las demás religiones. El problema debe replantearse. El viejo molde para tratar las relaciones Iglesia-Estado o el papel de la religión en la sociedad ya no vale sin más, puesto que las reflexiones al respecto, desde el Etsi Deus non daretur de Grocio hasta la Ilustración y la llegada del liberalismo siempre tenían como referencia el cristianismo, aunque los inicios de la etnografía ofreciesen datos sobre otras religiones y credos.

Hoy día no se puede seguir hablando de “religión” en singular, porque no todas las religiones plantean la misma relación entre fe y razón. Es preciso por tanto ahondar en la historia de las religiones y ver cómo se ha comprendido en cada una de ellas la relación entre la esfera de la fe y la esfera de la razón, cómo distinguen el ámbito religioso del ámbito civil secular. ¿Es igual dicha comprensión en el cristianismo que en el Islam? La respuesta, en mi opinión, es no. No parece que el puesto que el ocupa Santo Tomás de Aquino en los planes de estudios teológicos cristianos sea el mismo que el puesto que ocupa Averroes en las madrasas religiosas del Islam, por ejemplo. Esto no significa necesariamente que estas diferencias sean todas negativas, pero si hay tales, deben tenerse en cuenta para hallar soluciones apropiadas. Ahí podemos encontrar la causa de tantas confusiones en torno a los problemas que afectan a las sociedades laicas y su relación con las diversas religiones, que llegan a ser problemas de primera magnitud (terrorismo, tensiones étnico-religiosas, etc.).

Por tanto, cada religión merece ser comprendida en sí misma en relación a la sociedad secular, y así no caer en injusticias e inexactitudes que lleven a la falta de comprensión de unos con otros en la sociedad. A modo de ejemplo, quisiera sugerir la lectura del trabajo “Desde la otra orilla: testimonio palestino” de Munther S. Dajani[4]. En este trabajo, el autor árabe critica que en Occidente se tenga la pretensión de inculcar en el mundo islámico el concepto de democracia que en los países occidentales (de tradición cristiana, nos guste o no) se tiene, ya que la relación entre la fe y la razón, entre lo que incumbe a la religión y al mundo civil es, al menos, diferente en el Islam. Por ello, propone una vía alternativa para el cambio político en los países de mayoría musulmana. Es un ejemplo de cómo hay que atender al debate fe-razón/religión-política en el seno de cada sociedad, según su tradición religiosa. Quizá no haber hecho una lectura de este tipo llevó a una idea equivocada de lo que significaban las Primaveras Árabes, por ejemplo.

Repercusiones en la moral:

El otro ámbito en el que la evolución de las relaciones entre fe y razón ha tenido gran repercusión es el ético. Podemos decir que los filósofos medievales, como habían hecho muchos de los filósofos clásicos, buscaban conocer el “ser”, identificado en Dios, pero reconocible en el ser de las cosas contingentes. Esto llevaba a un estudio de la moral, la política o la economía en lo que las cosas debían llegar a ser, estaban llamadas a ser. Por ello, el entendimiento y la voluntad ofrecían al ser humano la libertad para poder responder a su naturaleza. Ni qué decir tiene que este planteamiento es totalmente inadmisible para buena parte del panorama filosófico actual. Frente a ello, la senda iniciada en la Baja Edad Media con la ruptura de la relación entre razón (entendimiento de lo que las cosas son) y fe (la voluntad divina sobre dichas cosas) llevó, por un lado, a una comprensión de un cristianismo fundamentalista basado exclusivamente en la fe (que vemos manifiestarse en muchas ocasiones en los Estados Unidos, ya que que muchas de las comunidades cristianas reformadas hacia el fideísmo buscaron refugio en el Nuevo Mundo) y, por otro, ha llevado (conforme ha ido avanzando la secularización de las sociedades cristianas) al racionalismo de la Ilustración, que absolutizó la razón como cualidad esencial del ser humano. Como reacción a esta opción, surgirían después opciones que ensalzan la voluntad y el vitalismo como elemento esencial de la conducta humana.

Tenemos así las tres versiones rivales de la ética de las que trató Alasdair MacIntyre[5]: el cristianismo (con su equilibrio complementario entre razón y fe), el racionalismo (versión secularizada del primero, pero que anula uno de los términos, la fe) y el ideal voluntarista que surge especialmente a partir de Nietzsche. En el mundo secularizado de hoy, parece que se ha impuesto la última versión, surgida de la plena descristianización de la cultura occidental, ya que el proyecto ilustrado fracasó en cierta medida en sus expectativas[6]. El siglo XX (que surge del desencanto y la frustración tras el optimismo positivista del XIX que acabó abruptamente con la Primera Guerra Mundial[7]) vio el desarrollo y crecimiento del marxismo y los fascismos que hunden sus raíces en el pensamiento verdaderamente descristianizado de Nietzsche y otros. Pensemos si la trascendencia absoluta de la voluntad en Dios del pensamiento que arranca del siglo XIV no deriva, ya desacralizado, en la trasdendencia absoluta de la voluntad del Übermensch (que algunos prefieren, siendo más fieles al original alemán, traducir como “transhombre” en vez de “superhombre”, aquél que trasciende su voluntad, como el dios de Guillermo de Ockham).  Por último, durante el siglo XX, y parece que hoy más que nunca, ha triunfado otra ética fundada en el neoliberalismo, dominado por la lógica del consumo y la ambición, que se ha impuesto a aquellas ideologías, consiguiendo un poder uniformador mucho más rápido y eficaz, como denunciaba Pasolini en el caso de Italia[8]. Esta nueva ideología es menos sistemática quizá que las anteriores, pero se ha inculcado en la mentalidad de hoy a través del relativismo.

Todo este panorama, tan  resumido y simplificado aquí, ha llevado a la sociedad actual a un tiempo de enorme indefinición, de desasosiego, donde no parece que se pueda resolver satisfactoriamente los problemas, salvo quizá en la única verdad de que no hay verdad alguna. Pero esta contradicción in terminis no parece satisfactoria. La filosofía queda así relegada a lo que Foucault llamaba la ontología del tiempo presente, de una actualidad que para Deleuze es “lo que devenimos”[9]. Esta idea de Foucault quiere decir, a mi entender, que la filosofía ya no puede aspirar a buscar el orden natural de las cosas (ya que se niega tal supuesto), sino a interpretar los cambios basados en la voluntad, ese devenir que nos recuerda a Heráclito. Aunque con ello parezca que se consagra la libertad (como parece hacer el neoliberalismo), recordemos que, de acuerdo con el pensamiento medieval, la libertad nace de la confluencia del entendimiento (del orden de las cosas ajeno a la propia voluntad) y la voluntad, para elegir lo bueno y justo, lo que hace feliz al ser humano y le lleva a la vida lograda (eudaimonía) de la que hablaban los filósofos clásicos y que se ha incorporado al lenguaje actual en campos como la psicología, la psiquiatría o la neurobiología, dada quizá la constatación de la enorme ansiedad y frustración de la sociedad actual[10]. Desde este punto de vista, hoy día la libertad ha sido anulada por el voluntarismo consagrado por el relativismo moral, desde la ética que afecta a la persona particular hasta la sociedad en general, y está en la base del desarrollo de movimientos e ideologías como la globalización, la ideología de género, etc. que nos llevan por derroteros de los que realmente nadie sabe su final o sus consecuencias.

Conclusión:

Por ello, como historiador especializado en la Edad Media, creo que volver a la lectura de los pensadores medievales, y de su trascendencia histórica, puede ayudarnos a afrontar y dar solución a las grandes cuestiones de nuestro tiempo, en una época donde conviven esas tres versiones rivales de la ética de las que hablaba MacIntyre. Por tanto, tal vez debamos volver a la idea del ser  y naturaleza del mundo y del ser humano (diluido en una visión inmanetista del devenir), sin regresar sin más al pasado, ya que sólo se puede releer a los antiguos maestros desde los avances de la sociedad moderna, donde las ciencias naturales, la medicina o la tecnología nos plantean descubrimientos que nos obligan a encontrar una solución nueva.

Dado el desarrollo histórico que aquí hemos esbozado sobre la ruptura de la fe y la voluntad por un lado, y de la razón, por otro, debemos de buscar de nuevo el equilibrio, no la confrontación, ya que, de lo contrario, estaremos a merced de los vientos de una voluntad que no engrana con la razón que busca la verdad. Sólo entendiendo esa verdad podremos querer lo justo, y eso es lo que nos hará libres. Por otro lado, la convivencia social sería mejor entre creyentes y no creyentes en caso de tener claro qué ámbitos asisten más de cerca a la fe y cuáles a la razón, mostrando que en el fondo no existe contradicción. A día de hoy, el pensamiento imperante de la sociedad niega estos presupuestos, y podemos augurar, dada la experiencia histórica y las propias contrariedades de dicha postura, un fracaso rotundo, a no ser que tratemos de remontarnos a la complementariedad como factor de equilibrio que ya hace siglos se planteó.

[1] Vid. NIETO SORIA, José Manuel, Iglesia y génesis del Estado Moderno en Castilla (1369-1480), 1994, pp. 20-23

[2] Entrevista  a Andrés Ollero en Zenit, el 28 de abril de 2005, https://www.interrogantes.net/andres-ollero-es-o-no-espana-un-estado-laico-zenit-28-iv-05/, consultado en febrero de 2017. Para ver un desarrollo sistemático de esta cuestión en el caso de España ver OLLERO, Andrés, Un Estado laico: libertad religiosa en perspectiva constitucional, Aranzadi, 2009.

[3] Recomendamos aquí tres textos que hablan mucho mejor de todo esto que el presente artículos: Fides et Ratio de Juan Pablo II y los discursos de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona y en el Bundestag alemán. Estos textos pueden encontrarse en http://www.vatican.va.

[4] Publicado en LAZARRA, Mª del Mar (ed.),, Historia de Israel y del pueblo judío: guerra y paz en la Tierra Prometida, Navarra: Eunsa 2010, pp. 269-280

[5] MACINTYRE, Alasdair, Tres versiones rivales de la ética, Rialp, 1992

[6] Recomendamos aquí la introducción del libro La infancia y el filósofo, de Jorge Úbeda Gómez (Encuentro. Madrid, 2012), donde trata la cuestión de cómo la Ilustración, basada una incorrecta comprensión del tiempo, fracasó en sus expectativas.

[7] Para ver una magnífica visión del cambio, ver COMELLAS, José Luis, El último cambio de siglo: gloria y crisis de Occidente, Ariel, 2004.

[8] La entrevista a Pasolini donde trata esta cuestión puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=t3zjebS7_qc, consultado en febrero de 2017

[9] Nota de Santiago Cassarale y Angélica Vitales a su traducción del artículo “El sujeto y el poder” de Michel Foucault. http://www.campogrupal.com/poder.html, consultado en octubre de 2011

[10] En este punto me remito a los trabajos del médico y neurobiólogo Alfred Sonnenfeld, donde se hace eco del concepto de eudaimonía y lo desarrolla.

Fe y razón en la Edad Media: repercusiones actuales

   por Guillermo Arquero, historiador

En 2011 se estrenó una interesante película italiana sobre Juan Duns Scoto y el debate sobre la Inmaculada Concepción[1]. En ella, se aborda la cuestión de la relación entre la razón y la fe en este pensador y, especialmente, en qué medida la voluntad de Dios sería absolutamente trascendente o responde a la lógica de la razón. No hay duda de que los autores (la película está impulsada por los Franciscanos de la Inmaculada), deseaban plantear una cuestión del pensamiento medieval para los espectadores del tiempo presente. Ciertamente, este tema ha resultado de una enorme trascendencia en la historia.

Quisiera ofrecer por ello una reflexión personal sobre la importancia que el estudio de la relación entre fe y razón, llevado a cabo en la Edad Media, ha tenido en los tiempos posteriores y cómo puede ayudarnos en la actualidad ante los nuevos problemas que se nos plantean. Más allá de ser un aspecto relacionado exclusivamente con la religión,  ha tenido una influencia decisiva en los procesos de secularización posteriores. Ciertamente, los pensadores medievales, en cuanto creyentes, estaban preocupados por las cuestiones sobrenaturales. Pero, al mismo tiempo, los debates que llevaron a cabo, al darse en una sociedad donde la religión estaba presente en todos los aspectos de la vida, tenían implicaciones más allá de la mera fe (política, antropología, ética, economía…). De ahí el interés de pensadores no creyentes por el pensamiento religioso (como es el caso de L. Kolakowski), por cuanto a través de él se han conformado ideas esenciales de nuestra cultura actual secularizada.

Por otro lado, hay que señalar que la Edad Media, lejos de ser un periodo totalmente “pasado”  debe ser puesto en conexión con el tiempo presente. En efecto, suele hablarse de la aportación del Medievo a la historia con la creación de las universidades, la formación de lo que serían los futuros Estados, el desarrollo del papel y la imprenta…, como si estos adelantos sirvieran tan solo para reconocer a la Edad Media una aportación ya superada, como un simple estrato de un yacimiento arqueológico sobre el que se han superpuesto otras épocas que la han rebasado totalmente. Frente a ello, hay que decir que la historia del pensamiento y la filosofía tienen la especial virtud de que nos lleva a replantearnos constantemente los principios sobre los que se basa nuestra propia concepción del mundo y de nosotros mismos. Por ello, y ya que hemos puesto el ejemplo del estrato arqueológico, Husserl decía que a la filosofía bien se la podría llamar “arqueología” o “arcología”, el saber que vuelve al principio (arjé) de las cosas[2]. Desde esta consideración, el pensamiento medieval y el espíritu que creó la Universidad, siguen hoy vivos. Pensemos si, en el caso universitario, el olvido de dicho espíritu frente a la lógica del mercado no está llevando a una crisis de esta institución, en nuestro país al menos[3].

Por tanto, la Edad Media, en la medida en que ha sido una época imprescindible para la historia del pensamiento occidental (digan lo que digan algunos estudiosos actuales que pretenden prescindir de su aportación), sigue viva en el tiempo presente y ambas épocas deben ponerse en conexión, ya que no podemos dejar de estudiar el pensamiento medieval desde los condicionamientos de nuestra propia época. De ahí, por ejemplo, el interés de Étienne Gilson o Henri Pirenne por el pensamiento y el arte contemporáneos, aun cuando su objeto de estudio fuese el Medievo. La tarea de los historiadores del pensamiento puede ser, en este aspecto, releer a aquellos pensadores que en las circunstancias particulares de su tiempo trataron de establecer de modo crítico dichos principios, y ver en qué medida, con las de nuestra época, podemos reflexionar sobre nosotros mismos y nuestro tiempo teniendo en cuenta las respuestas que ellos dieron. No es fácil, ya que, como dice José Manuel Nieto Soria, hemos de analizar el pensamiento del pasado con las categorías del presente ajenas a aquella época[4].

Así pues, ¿qué puede decirnos hoy día la reflexión sobre las relaciones entre razón y fe? En primer lugar, hay que señalar que se trata de una enorme cuestión en la que se incluyen diversas cuestiones a su vez, y es preciso reconocer que hablar del tema de las relaciones entre razón y fe sea quizá demasiado genérico, pero aquí adoptaremos una visión general que sirva de visión panorámica para tratar diversas cuestiones.

Lo primero que quisiera decir, como medievalista, es que impresiona la enorme preocupación que los filósofos y teólogos medievales tuvieron por delimitar las relaciones entre razón y fe. Intentaron comprender los contenidos de la fe -siendo ésta un acto del entendimiento movido por la voluntad (impulsada por la gracia de Dios) para acoger las verdades de la revelación: credo ut intelligam, intelligo ut credam-, y en qué medida la razón podía actuar autónomamente. En una época donde socialmente se daba por hecho la existencia de Dios, no se dudaba de su ley y del acto razonable de creer con el consiguiente reconocimiento a la Iglesia, ¿qué necesidad tenían de definir estos límites y “poner freno” al dominio de la fe? En mi opinión, la causa radica en que la fe cristiana precisa del equilibrio y asistencia de la razón. No basta creer sin más, incurriendo en actitudes fideístas. La relación entre Dios y el ser humano es de amor y por eso se requiere la correspondencia inteligente de la persona a este don, conformando la voluntad a lo bueno, noble y elevado. Por tanto, resulta necesario comprender y querer (razón y voluntad). Creo que esta reflexión es la que fundamenta el famoso apotegma escolástico nihil volitum quin praecognitum, o la famosa sentencia de san Anselmo de Canterbury que aún hoy se repite: fides quaerens intellectum. Por ello, hay que comprender la fe ejercitando el entendimiento y el querer, al tiempo que la razón debe reconocer sus limitaciones naturales. Se precisa, por tanto, de un acto de humildad -que es andar en verdad, como afirmaba Santa Teresa de Jesús- y concluir que el ser humano no puede salvarse por sus solas fuerzas. Esta actitud, muy característica del pensador medieval, es la que ha periclitado en los últimos dos siglos del pensamiento, abocando a la humanidad a falsos mesianismos políticos (con un alto precio en vidas humanas aniquiladas o arruinadas) o a la angustia existencial de muchos pensadores contemporáneos.

Entendimiento, voluntad y libertad son, por tanto, conceptos esenciales en el pensamiento medieval. La complementariedad entre razón y fe parecen ir más allá de la simple cuestión entre las verdades de fe y las verdades de razón para el cristiano. El equilibrio entre el entendimiento y la voluntad para ordenar el ejercicio de la libertad hacia lo que se sabe bueno, y por eso mismo verdadero, define -a mi entender- la visión del mundo que los grandes pensadores medievales nos legaron y aún hoy nos puede ser de gran ayuda. El equilibrio del pensamiento medieval es de una enorme sutilidad, y nos aleja de la visión despectiva del Medievo, término que se originó en el Renacimiento para denostar esa época media (Medium Aevum, Media Tempestas) entre el pasado grecolatino y su nuevo renacer. Pensemos que también esa época generó el nombre “gótico” (arte de los godos, los bárbaros) para un arte de una enorme sutilidad y sensibilidad estética. La Summa theologica y la Saint-Chapelle de París responden, en el orden del pensamiento y el arte respectivamente, a ese espíritu medieval de sensibilidad, equilibrio, coherencia, perfección y belleza del que podemos aprender en nuestra época presente.

Pero este equilibrio, quizá por un abuso de los argumentos escolásticos, llevó al inicio de la ruptura de esa armonía entre razón y fe en el siglo XIV, con Guillermo de Ockham y otros. En esencia, lo que se dijo entonces es que la voluntad divina es inalcanzable para la razón humana, absolutamente trascendente, y por tanto el creyente debe limitarse a creer y dejar la razón para las cuestiones mundanas. Este planteamiento es el que adoptarían en buena medida los reformadores (luteranos, calvinistas, etc), dando lugar a un nuevo orden en Occidente. No significa que la Europa reformada y moderna no se valorase la razón, sino que, en buena medida,  se daba una ruptura con la fe y cada una habría de seguir su propio camino, aunque sin contradecirse necesariamente. Esta ruptura se aprecia también en autores del mundo católico. Pensemos por ejemplo en Maquiavelo, quien rompió la tradición de las obras políticas medievales, ya que éstas trataban de teorizar sobre “lo que debería ser” el ejercicio de la política, mientras que él introdujo un pragmatismo en el que la voluntad política del soberano era absoluta, dejando a la razón moral un mero carácter accesorio.

A mi entender, el debate sobre las relaciones entre razón y fe ha tenido repercusión en dos asuntos fundamentales. Por un lado, en lo que se refiere al papel de la religión en la sociedad, tanto en el ámbito de la política institucional como de la sociedad civil. Y, por otra parte -ya sin referencia a lo sobrenatural-, a la relación entre la razón y la voluntad, que es un problema ético que afecta a la persona particular y a la sociedad. La evolución de estos dos temas debe mucho a la herencia del debate sobre la relación fe-razón, de la ruptura de dicha armonía y complementariedad con la secularización iniciada a partir del siglo XVIII en Occidente. Ello responde a los procesos de larga duración que tanto comenzó a preocupar a los historiadores desde la escuela de los Annales, poco después de la Segunda Guerra Mundial. Cuestión que habremos de considerar en otro artículo.

[1] A partir del largometraje, se realizó en diciembre de 2013 una jornada titulada “Juan Duns Escoto: Los años críticos (1303-1305)”, dirigida por el profesor Francisco León Florido en el Seminario Permanente de Filosofía Medieval (Departamento de Historia de la Filosofía, Universidad Complutense de Madrid).

[2] ARANGUREN, José Luis, Ética, Barcelona: Atalaya, 1998, p. 15.

[3] No hace mucho se publicó un artículo en El País: “La mayoría de universidades del mundo van a desaparecer”, donde se entrevistaba a David Roberts, de la Singularity University, donde se trata del futuro de las universidades. Da la sensación de que, abandonado el espíritu humanista que fundó la Universidad en el Medievo, la lógica del mercado está acabando con la institución, y reduciéndola quizá a una escuela técnica o de negocios.

[4] NIETO SORIA, José Manuel, Fundamentos ideológicos del poder real en Castilla (siglos XIII-XVI), Madrid: Eudema, 1988, p. 35.