Archivo de la categoría: Arte

El mestizaje del barroco hispanoamericano

whatsapp-image-2016-09-30-at-1-57-45-am por Rodrigo Ledesma Gómez, historiador del arte

   Como es sabido el término barroco fue acuñado como tal, por primera vez, por el historiador suizo Jakob Buckhardt en el año de 1855 dentro de su trabajo El Cicerone, aunque lo hace de manera despectiva al definirlo como una decadencia del renacimiento, ya que lo propone como una degeneración de esa época. Años más tarde, en 1888, el también suizo Henrich Wölfflin en su obra Renacimiento y Barroco, habla ya del barroco como un periodo posterior al clasicismo italiano y desarrollado en el siglo XVII, por lo tanto, le da características propias de un estilo, ya que: “Intentó la caracterización de fenómenos específicamente barrocos utilizando pares antitéticos como ‘lineal – pictórico’, ‘movimiento – estatismo’, ‘abierto – cerrado’, ‘aprehensible no aprehensible’ ”.[1]

  En el siglo XX el alemán-suizo Werner Weisbach trata al barroco como un arte emanado de lo que se conoce como la Contrarreforma de la Iglesia Católica, después del Concilio de Trento y las directrices para el arte dictadas por San Carlos Borromeo. Ya bien entrado el siglo XX, uno de los más reconocidos historiadores del arte, el austriaco-inglés Ernst Gombrich, en su afamada Historia del Arte, explica que el vocablo barroco:

“…fue un término empleado por los comentaristas de una época posterior que combatieron las tendencias del siglo XVII y desearon ridiculizarlas. Barroco significa, realmente, absurdo o grotesco, y la palabra fue empleada por personas que insistieron en que las formas de los edificios clásicos nunca debían ser aplicadas o combinadas de otra manera que como lo fueron por griegos o romanos. Desdeñar las reglas estrictas de la arquitectura antigua les parecía a esos críticos una lamentable falta de gusto; de ahí que denominaran estilo barroco al de los que tal hacían”.[2]

    Desde finales del siglo XVI, hasta mediados del siglo XVIII, el desarrollo del arte barroco se dio en numerosas modalidades en las artes plásticas en los diversos territorios de Europa occidental. En los países católicos este arte estará fuertemente vinculado con la fe, por lo que la gran mayoría de las obras realizadas denotan sus rasgos religiosos.

  Así pues, en los virreinatos españoles de la Nueva España y del Perú, desde el siglo XVII el furor del estilo se arraigará fuertemente tanto en las capitales, como en las ciudades, a la vez que en pueblos de indios, elaborándose obras tanto por maestros españoles, como criollos, mestizos y hasta “naturales”, consiguiéndose trabajos que van desde el más estricto purismo académico, hasta variantes barrocas netamente regionales.

 Vastos territorios, geografías disímiles, climas variados, materiales locales, etnicidades nativas, dieron como consecuencia una arte que se adaptaba a las necesidades de cada lugar, con aportaciones propias del reflejo del arte español, que en el caso de los doscientos años del barroco que se dio en variantes regionales, hay que estudiarlo desde su propia perspectiva, sin querer encajonarlo dentro de una visión eurocéntrica.

 Sobre la convivencia entre los distintos pobladores en los vastos territorios conquistados por los españoles en el “Orbe Novo” y que esto se vio irradiado en el arte, bien nos puede servir la explicación que da el historiador mexicano Rodrigo Martínez Baracs cuando expone cómo era esa relación social:

En la Nueva España jamás hubo un aislamiento de los grupos étnicos, desde la conquista comenzó un permanente entrecruzamiento de europeos, indios y africanos que dará lugar a una población muy variada con un alto grado de movilidad social y económica, que no dependía tanto de la ‘calidad racial’, como de factores personales, familiares, culturales y circunstanciales de todo tipo”.[3]

  Si bien esta descripción es para uno de los virreinatos españoles, se puede aplicar a los otros tres: el del Perú y los creados durante las reformas borbónicas de Carlos III, el de la Nueva Granada y el del Río de la Plata.

  Así pues, al respecto de esa mezcla de etnicidades, el historiador del arte español-chileno Leopoldo Castedo en su amplia obra Historia del Arte Iberoamericano ofrece la siguiente afirmación:

“A mayor abundamiento, el mestizaje, afortunada expresión del ser americano de fusión ibérica, contribuyó en sus diversas latitudes y dimensiones a enraizar el espíritu del Barroco en el alma popular. Peninsulares, criollos, mestizos, mulatos, negros e indios, los alarifes-arquitectos, los pintores y escultores, los poetas y dramaturgos, los oradores sagrados, fueron capaces en la América colonial de equiparar y, en no pocas ocasiones, superar, el modelo europeo, sobre todo en cuanto ornamentación, tanto visual como literaria”.[4]

   Catedrales, parroquias, conventos masculinos y femeninos, santuarios, iglesias de barrio, todo fue construido, reconstruido, adornado bajo los influjos del barroco durante doscientos años. Fue en la arquitectura donde más podemos ver las variantes barrocas y especialmente en la religiosa, pues el fervor, la fe y el prestigio social hacían que se llevaran a cabo obras de gran envergadura en los diversos sectores sociales y étnicos.

   Dentro de construcciones barrocas híbridas, mestizas, que reflejan el encanto de las creaciones regionales está la iglesia de San Lorenzo de Carangas[5] en la ciudad de Potosí, Bolivia. Iniciada desde la fundación de la ciudad en 1548 tuvo una importante reconstrucción en siglo XVIII, cuya profusa y exuberante fachada fue construida entre 1728 y 1744 “que marcó el momento culminante del estilo mestizo y del barroco potosino”.[6]

   La fachada-retablo de la iglesia de San Lorenzo trabajada en cantera, se empotra dentro de un arco a manera de un gran nicho. El extradós del arco de la puerta está decorado con roleos y la clave lleva el signo de la cruz. Las impostas se conforman por unas cariátides con el torso desnudo que sostienen el arranque del arco, mientras que el resto del cuerpo se integra a la pilastra. La puerta se encuentra flanqueada por unas columnas con fuste salomónico en la primera mitad y la otra parte la conforma unas “indiátides”, término utilizado para describir cariátides, pero que llevan elementos indígenas, cuyos brazos descansan en la cintura, de donde parte una falda confeccionada con plumas. Precisamente esas “indiátides” son una de las características distintivas del “estilo mestizo”.

image

Portada de la iglesia de San Lorenzo de Carangas en Potosí (Bolivia)

   En las columnas se aprecian las “indiátides”. En el segundo cuerpo, el Arcángel San Miguel ataviado con faldellín, con su espada, escudo y casco, yace en un nicho de arco de medio punto. Las columnas que enmarcan al nicho también llevan en la mitad del fuste decoración del barroco salomónico, con uvas y vides, mientras que la otra sección está ornada con unos ángeles coronados que se encuentran parados sobre unos originalísimos adornos que circundan la columna.

imagen barroco 2

Segundo cuerpo de la portada de San Lorenzo de Carangas

  El Arcángel Miguel y en las columnas los ángeles parados sobre adornos. Sobre el muro del fondo, a cada lado, aparecen unas sirenas tocando un instrumento musical de cuerdas, que seguramente son charangos, típico instrumento musical andino. Para equilibrar la disposición de las sirenas, la del lado derecho rasguea su instrumento con la mano izquierda. Las alucinantes creaturas marinas se ubican dentro de un cielo estrellado, acompañadas respectivamente por el sol y la luna. Y, entonces, viene la pregunta. ¿Qué tienen que hacer unas sirenas símbolo del pecado en la portada de una iglesia cristiana?

barroco lateral 2 (2)

Extremo del segundo cuerpo de la Iglesia de San Lorenzo de Carangas

   Existe una historia andina que en el lago Titicaca habitaban dos sirenas, Quesintuu y Umantuu, quienes copularon con Tunupa, deidad del cosmos andino pre-inca, por lo tanto se les asocia con el pecado carnal.[7] De aquí es que se puede interpretar lo siguiente:

“Las sirenas que aparecen en la portada de la iglesia de San Lorenzo cargan un instrumento musical, motivo que puede tener dos explicaciones. Por un lado, la teoría de Platón, que atribuye a la música de ocho sirenas el movimiento de las esferas celestes lo que estaría reforzado en la portada por la presencia del sol, la luna y las estrellas que representan el cielo y la presencia de otros personajes portando  instrumentos musicales como los ángeles. Por el otro lado, a la simbolización del pecado, la lujuria y la tentación, que suelen ser personificados en las figuras de sirenas que tañen un instrumento musical como la vihuela, el laúd o el charango. En esta segunda explicación se incluiría la historia de Tunupa, Quesintuu y Umantuu. Sin embargo, se considera que la teoría que más se ajusta a la presencia de las sirenas en esta portada es la de Platón, ya que la segunda teoría se relaciona con el lago Titicaca y sus representaciones aparecen en iglesias cercanas a éste”.[8]

   Al final de la portada, en el remate, San Lorenzo acompañado por dos ángeles, está representado a la derecha con su traje de Diácono y la palma de mártir, y de lado izquierdo, con su misma vestimenta porta el símbolo de su martirio, la parrilla donde fue asado durante la persecución del emperador Decio, emprendida a mediados del siglo III. Dos cartelas indican las fechas de inicio y conclusión de la obra: 1728 y 1744.

barroco lateral 2 (3)

San Lorenzo con la parrilla y con la palma del martirio

  La portada de piedra fue esculpida magistralmente por manos indígenas, con composiciones escultóricas planas, de una profusión decorativa abundante, particularidades que la convierten en uno de los más excelsos prototipos del arte barroco mestizo hispanoamericano.

  En México hay un ejemplo extraordinario de barroco mestizo, donde la presencia de lo indígena se aprecia notablemente. Es la iglesia del poblado Santa María Tonanzintla, en el municipio de Cholula, en el estado de Puebla, la cual tiene sus remotos orígenes desde la llegada de los frailes franciscanos a la región.

“El pueblo de Santa María Tonantzintla surgió a mediados del siglo XVI como resultado de un reagrupamiento de la población indígena que había sido afectada por devastadoras epidemias que redujeron la población de Cholula en un 70%.La aldea recién fundada recibió el nombre de Santa María Tonantzintla, asociando el nombre de la nueva localidad con el desaparecido santuario donde se veneraba a Tonantzin”.[9]

   Su etimología es en legua náhuatl: “to” nuestro(a), “nantli” carne, madre, “tzin”, sufijo que simboliza pequeño(a); entonces su significación es “nuestra madrecita”. Los franciscanos substituyeron a Tonantzin por la Virgen María, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, a quien los indios del lugar la nombraron Tonanzintla, con el sufijo “tlan” que en náhuatl es “lugar conquistado”. Así pues, la iglesia, que funciona como santuario significa: lugar de nuestra madrecita.

   Durante el siglo XVIII se dio en varios lugares de la Nueva España una fiebre constructiva y de renovación de edificios tanto civiles como religiosos, debido a las bonanzas económicas de producción agrícola, comercio y de la minería, entre otras. La región de Cholula rica en barros y yesos no se quedó atrás y los lugareños de Santa María Tonantzintla iniciaron una nueva construcción de su santuario para erigir en estuco una maravilla barroca decorativa, cargada de símbolos y personajes.

   Hacia el segundo tercio del siglo XVIII se realizó el nuevo edificio con planta de cruz latina dedicado a la madre de Jesús. La portada que se desplaza hacia el frente está confeccionada con ladrillo y azulejos de talavera poblana manufacturada en la región, la cual no ofrece la idea de la grandeza artística de su interior. La razón de que esté hacia el frente y más adelante de la torre fue porque se agregó hacia el último tercio del siglo XVIII.

imagen barroco 6

Santuario de San María Tonantzintla, Cholula, Puebla, México

   Por dentro el santuario es un derrame de ornatos con representaciones de jaculatorias marianas, del Hijo, de los cuatro Padres de la Iglesia y los cuatro Evangelistas, a quienes es difícil de identificar por la falta de sus atributos, de santos franciscanos y atiborrado de ángeles, vides, uvas y donde el Espíritu Santo en su representación de paloma, arroja sus llamas de espiritualidad desde lo alto de la cúpula a través de nervaduras cilíndricas profusamente aderezadas. No hay un espacio vacío, un verdadero “horror vacui” confeccionado con manos indígenas, produciendo un barroco mestizo popular de lo más excelso de lo que se ha realizado en el barroco hispanoamericano.

imagen barroco 7

Santa María Tonantzintla, interior, parte izquierda de la cúpula y muro

   San Diego de Alcalá con la cruz y un canasto. Con túnica azul un Evangelista, posiblemente San Mateo y arriba con tiara obispal un Padre de la Iglesia, tal vez San Agustín.

   Pedro Rojas, uno de los investigadores mexicanos que hizo una de las mejores monografías de Santa María Tonantzintla, habla del interior del templo manifestando:

 “La contemplación del interior de la iglesia es muy importante. Produce un arrobo tan singular que las palabras son pobres para expresarlo. Las vivencias se sacuden lo mismo a la vista del conjunto que por el detenido examen. Y se sienten con una inseparable unidad de sentidos religiosos y estético. Todo el fervor religioso y la inventiva plástica, puestos en juego para rendir un amoroso culto a la Virgen María, aparecen impresos en el recogimiento del pequeño ámbito”.[10]

   Uno de los más asiduos estudiosos del barroco mexicano, Manuel González Galván, dentro de su categorización estilística a la que le llama “Modalidades formales del barroco en México”, clasifica a la iglesia de Santa María Tonantzintla dentro del Barroco Estucado, al cual lo describe así:

El barroco estucado se caracteriza por ser puramente decorativo y didáctico; es pues anástilo: no emplea el apoyo arquitectónico, pero se sujeta a composición y no rebasa los límites que le marcan los paños en que se aplica. Cubre pilastras, arcos y bóvedas sin ocultarlos”.[11]

   Debido al lugar de ubicación y por los múltiples elementos decorativos, el referente popular de los habitantes de Santa María Tonontzintla ha creado discursos relativos a ver influencias de dioses mexicas, o de flores y frutos indígenas de la época prehispánica y que siguieron produciéndose después de la conquista y hasta la fecha, pero no hay un sustento iconográfico más allá de la libre interpretación. Sin embargo, autores como María Ester Ciancas, basada en las investigaciones del prolífero investigador Francisco de la Maza, ofrece una exégesis al respecto de figurillas de las que podrían ser ángeles, pero que carecen de alas: “Por eso se ha pensado que esa cúpula, que cubre un no menos adornado ciprés (unos dos siglos posterior, ya que data de principios del siglo XX), es más la imagen del paraíso indígena, lleno de tlaloques,[12] que la del paraíso católico”.[13]

            imagen barroco 8

San María Tonantzintla, cúpula

   De esta manera y con mayor razón es que estamos hablando de un barroco híbrido, mestizo, elaborado por manos indígenas, que representa una iconografía católica venida de España, pero que es trabajada a la manera de las confecciones artesanales oriundas de la zona.

   La torre de dos cuerpos con cúpula y linternilla ostenta columnas de inspiración salomónica. En las esquinas del segundo cuerpo, están de pie los cuatro evangelistas con sus respectivos atributos. Son de una sencillez plástica, manufacturados con una creatividad que expresa su libertad compositiva y que asemejan a las cándidas figurillas de los nacimientos navideños mexicanos.

imagen barroco 9

San María Tonantzintla, detalle de la torre con la escultura de San Lucas

   Y sobre el barroco mexicano, en este caso mestizo, Justino Fernández afirmaba:

“Pero el barroco, tan atractivo y gustado, no fue suficiente a las ansias de expresión de lo sublime y transgrediendo sus propios límites fue lanzado a nuevas aventuras…y toda suerte de expresiones libres que dieron cabida a creaciones populares de fino sentimiento y original expresividad”.[14].

   Bien se puede aplicar esta tesis a la iglesia de Santa María Tonantzintla.

[1] Barbara Borngässer y Rolf Toman: “Introducción”, en El Barroco. Arquitectura. Escultura. Pintura, Könemann, Köln, 1997, p. 7.

[2] Ernst Gombrich: Historia del Arte, Garrida, Barcelona, 1992, pp. 313-314.

[3] Rodrigo Martínez Barac: “La idea del México Colonial”, Letras Libres, Año XXIV, número 283, julio 2022, p.13.

[4]Leopoldo Castedo: Historia del Arte Hispanoamericano, Alianza Editorial, Madrid, 1988, p. 191.

[5] Juan Víctor Mamani: “Los carangas y la parroquia de San Lorenzo en el Potosí colonial (s. XVI y XIX)”, arqueológicas, Año 5, No. 5, 2015, p. 73. El autor aclara que los indios carangas fueron llevados a Potosí desde el altiplano centro sur rodeado por el lago Titicaca. Los que participaron en la construcción de la fachada del siglo XVIII ya eran indios criollos.

[6] Ana María Telesca de Abbondio: Arquitectura Colonial, Centro Editor de América Latina,  Buenos Aires, 1977, p.53.

[7]María Eugenia Bifareti, Guillermina Cabra, Camila García Martín, Jorgelina Araceli Sciorra: “El sincretismo como afirmación de identidad: la permanencia de lo autóctono frente a lo europeo en las portadas de la iglesia de San Lorenzo y de la casa de Ricardo Rojas”, III Jornadas Estudiantiles de Investigación en Disciplinas Artísticas y Proyectuales, Facultad de Bellas Artes, Universidad Nacional de La Plata, octubre 2017, p. 6.

[8] Ídem.

[9] Julio Glockner: El paraíso barroco de Santa María Tonantzintla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, 2018, p. 17.

[10] Pedro Rojas: Tonantzintla. UNAM, México, 1978, p. 62.

[11] Manuel González Galván: “Génesis del barroco y su desarrollo formal en México”, en Historia del Arte Mexicano. Arte Colonial II, Salvat, SEP, México, 1982, p. 817.

[12] Los tlaloques son en el mundo de los muertos, las almas buenas que llegan al Tlalocan, el paraíso donde vive Tláloc, el dios de la lluvia, y ellos le ayudan a repartir el agua.

[13] María Ester Ciancas: El arte en las iglesias de Cholula. Secretaría de Educación Pública, México, 1974, p. 51.

[14] Justino Fernández: “La conciencia estética del arte mexicano dese aquí y ahora”. Estética del Arte Mexicano, UNAM, México, 1990, p. 544.

La crucifixión en el arte contemporáneo

  por Rodrigo Ledesma, historiador del arte

           El 14 de febrero de 1946 se consagraba e inauguraba la iglesia de La Purísima Concepción en Monterrey (Nuevo León, México). Una gran obra de arquitectura moderna que rompía con los paradigmas tradicionales de los templos católicos y abría paso a una nueva concepción de los espacios sagrados. Su autor, el arquitecto Enrique de la Mora y Palomar (1907-1978) fue acreedor del Premio Nacional de Arquitectura 1946 por esta obra. “Es importante destacar que La Purísima puso a Monterrey en la historia de la arquitectura moderna, misma que no había encontrado en la ciudad una manifestación de tal relevancia”.[1]

            El VII Arzobispo de Monterrey, Guillermo Tristchler y Córdova  (1878-1952), quien estuvo al frente de la Arquidiócesis por once años, desde 1941 hasta 1952, tuvo la idea de erigir esta iglesia y además convertirla en un museo de Arte Sacro Moderno. Para esto invitó a los afamados pintores Jesús Guerrero Galván (1910-1973), Federico Cantú Garza (1907-1989) y Jorge González Camarena (1908-1980), entre otros artistas, para que realizaran obras. González Camarena fue el autor de dos pinturas: San Felipe de Jesús y La Crucifixión, ambas en 1946.

            La Crucifixión es un lienzo en forma de cruz bajo la técnica de óleo sobre madera con 4 metros de alto por 2.5 metros de ancho. Se ubica en el crucero suspendido por unas cadenas, con el objetivo de tener una imagen gravitando en el espacio sagrado. La idea fue tener la Crucifixión como centro de atención de los feligreses en función de lo que significó el sacrificio de Cristo. La extraordinaria composición hace figurar que se tratara de una pintoescultura, ya que el cuerpo cobra volumen y pareciera estar recargado sobre el madero. En colores ocre, café claro, dorado y crema la corporeidad del Redentor se resalta gracias a los efectos del cloroscuro. Debajo del letrero de INRI los brazos extendidos y en una tenue disposición oblicua, resaltan la tensión de los músculos, mientras que los gruesos clavos, diferente uno de otro, están insertos a la altura de las muñecas y no sobre las palmas de las manos como se pintan tradicionalmente. Muy escasa sangre escurre sobre el travesaño de la cruz.

            La cabeza caída sobre el pecho exhibe la agresiva corona de espinas y el rostro oculto transmite la última exhalación de Cristo. Las costillas remarcadas y el vientre hundido denotan el cuerpo inanimado, con la originalidad en el tratamiento de la herida del costado, la cual está en posición inversa. El paño levemente fracturado se compone a través de intensas líneas sesgadas. Las piernas tenuemente flexionadas hacia el frente muestran una rodilla descarnada, mientras que unos enérgicos clavos horadan ambos pies plantados sobre una ménsula.

       Cabe destacar que González Camarena interpreta esta Crucifixión sin derramamiento de sangre en la cabeza, el costado y los pies, con lo que entra en una estética distinta al dramatismo de los Cristos que ostentan en las heridas abundancia del vital líquido rojo.

            Una característica muy excepcional de esta Crucifixión es que no solamente está pintada en la parte frontal, sino también en la parte trasera, en donde está presentada la escalera con la peculiaridad de tener la sábana sostenida en los extremos del travesaño y en la parte del entrecruce de los maderos, el sudario cae suavemente. Los colores grises en diferentes tonalidades conforman la composición de esta parte de la cruz, con la acentuación del blanco de la mortaja, imprimiendo así la significación del duelo por la muerte del Redentor. Alrededor de la cruz, en los flancos, en una filacteria que va de derecha a izquierda desde la parte trasera, están inscritas las Siete Palabras de Cristo con letras blancas en el siguiente orden: 1. Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lucas, 23: 43); 2. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lucas, 23: 34); 3. Mujer ahí tienes a tu hijo (Juan, 19: 26-27); 4. Dios mío Dios mío por qué me has abandonado (Mateo, 27: 46); 5. Tengo sed (Juan, 19: 28); 6. Todo ha sido consumado (Juan, 19: 30); 7. En tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas, 23: 46).[3]

           Si bien esta sección de la cruz no es visible para los feligreses, está concebida para que sea considerada por el presbítero para recordarle en todo momento que él está tomando el lugar de Jesucristo en la celebración de la cena del Señor.

            Podríamos inferir que Jorge González Camarena se inspiró en el célebre Cristo Crucificado o Cristo de San Plácido de Diego de Velázquez (1599-1660) pintado hacia 1630 [4] y que se encuentra en el Museo del Prado. Esto por la postura de la Cristo crucificado (Velázquez) - Wikipedia, la enciclopedia librecabeza y el resto del cuerpo, aunque los brazos cuelgan del travesaño de la cruz, pero los pies están clavados por separado, tal como lo hizo también González Camarena. “Si Velázquez no se atrevió a pintar la angustia de Emmanuel y escondió bajo un mechón el dolor…, Camarena [sic] tembló al imaginarse el Divino Rostro y lo cubrió todo con el crimen despiadado de las espinas”.[5]

            La Crucifixión de González Camarena con la estética de la gravitación se adelanta al famoso Cristo de San Juan de la Cruz de 1951 pintado por Salvador Dalí (1904-1989) y que se encuentra en la Art Gallery de Glasgow. En ambos la carencia de sangre, más en el de Dalí, es una invención novedosa en la representación de Cristo en Cristo de San Juan de la cruz - Salvador Dalíla cruz. En el de Dalí “representado por medio del audaz escorzo desde arriba, sobre el fondo de la bahía de Port-Lligat” [6] consuma la escena de una crucifixión flotante, mientras que en el de González Camarena al estar suspendido en el cruce de las naves, el fondo es la concha del presbiterio forrada en mosaicos venecianos dorados, así como el vitral hiperbólico de La Inmaculada Concepción del artista húngaro Erno Koch (1898-1970), diseñado para los Estudios Hackert de Chicago y montado por la Casa Montaña de Torreón del vidriero español Ramón Montaña (1892-1972).

            La composición de La Crucifixión de González Camarena lleva un trazo geométrico equilibrado, de líneas oblicuas y perpendiculares, ya que hacia finales de los años 30 del pasado siglo “…experimenta su propio método de composición basado en la geometría armónica” [7], ya que “Desarrolló su propia teoría para dividir geométricamente la superficie del cuadro” [8], tal como apreciamos en esta versión del tormento de Cristo en la cruz, en donde la figuración del cuerpo a la vez conlleva una delineación de las formas anatómicas que con todo y su hieratismo, expresa el dolor, la agonía y la muerte de la figura sacrificada del Salvador, consiguiendo una pintura portentosa que se adelantó en el tiempo en la manera de concebir otra forma de la Pasión de Jesús.

        El Padre Aureliano Tapia Méndez (1931-2011), quien fue párroco de la iglesia de La Purísima de 1980 a 2003, opinó sobre la creación de Jorge González Camarena: “El genio hizo que la imagen de Jesucristo palpite como agonizante aún y se oigan sus últimas Siete Palabras”.[9]

[1] J. Roberto Romero Ramírez. “Basílica de La Purísima”, en: Recorridos Culturales 1. Monterrey, N.L., CONARTE, 2013, p. 19.

[2] Fotografía de Roberto Ortiz Giacomán en: Arturo Eduardo Villarreal Reyes (Coordinador editorial). Arte Religioso del Noreste. Saltillo, Coahuila, Fondo Regional para la Cultura y Las Artes del Noreste, 2019, p. 80.

[3] Las Siete Palabras están corroboradas en: José Miguel Petisco. Sagrada Biblia. Valencia, Alfredo Ortells, 1986.

[4] VV.AA. La obra completa de Velázquez. Barcelona, Origen, p. 69

[5] Aureliano Tapia Méndez. La Purísima. Historia de una imagen y su templo. Monterrey, N.L., Al Voleo-El Troquel, 1989, p. 90.

[6] Juan Manuel Prado (Dirección). Dalí. Barcelona, Orbis, 1989, P. 28

[7] Delmari Romero Keith. “La segunda generación de muralistas” en: Historia del Arte Mexicano. Arte Contemporáneo II. México, Sep, Salvat, 1982, p. 2115.

[8] Lily Kassner. Diccionario de escultores mexicanos del siglo XX. Tomo I. México, CONACULTA, 1997, p. 339.

[9] Aureliano Tapia Méndez. La Virgen Chiquita. Historia de una imagen y de sus templos. Monterrey, N.L., Al Voleo El Troquel, 2003, s/p.

La espiritualidad católica en el arte mexicano (II)

 por Rodrigo Ledesma, historiador del Arte

Como dijimos en nuestro anterior artículo (https://cidesoc.wordpress.com/2017/11/26/la-espiritualidad-catolica-en-el-arte-mexicano/), en la obra del muralista Ángel Zárraga abundan los pasajes bíblicos y evangélicos en la zona noreste de la catedral de Monterrey, que son expuestos en el mural izquierdo o muro norte. (F. 1)  Al centro La Piedad, donde la Virgen vestida con túnica morada, símbolo del luto y manto azul en relación con lo celestial sostiene a su hijo muerto, que yace en su regazo con los brazos caídos; detrás de ella un resplandor simboliza la luz de la salvación y al mismo tiempo la luz solar de la región montañosa donde se ubica la ciudad de Monterrey. Toda la escena descansa sobre un pedrusco montículo. Aquí un referente del mismo Zárraga: en los Vía Crucis de la iglesia del Sagrado Corazón en la Ciudad Universitaria de París, 1936, y en el de la Iglesia de Saint-Martin de Meudon de 1940, la Estación XIII que narra cuando Cristo es entregado a su madre después de ser bajado de la cruz, la Virgen ataviada con largo velo azul y vestido largo morado, sostiene a su hijo muerto, representación que el artista reutiliza en el mural de la Catedral de Monterrey.

Debajo de La Piedad, un franciscano carga a un indio delante de una hoguera: ambas sucesos significan la redención, ya que Cristo al morir da la vida eterna y el fraile evangelizador salva de las llamas eternas al natural a través de la cristianización, por lo que de todo el conjunto emanan unas radiaciones transparentes denotando la expansión del cristianismo. Del lado derecho en un primer plano un franciscano da la comunión a un indígena hincado, que por su vestimenta con la capa era un personaje de mayor jerarquía; en el extremo unos cactus hieráticos entornan la evangelización de estas tierras. En un segundo plano está representado otro milagro de Jesús que es la Resurrección de Lázaro (Jn. 11. 1-46). De la cueva donde fue inhumado el hermano de Marta y María sale andando envuelto en vendas y Cristo con túnica blanca y manto rojo levanta la mano para llevar a cabo su prodigio. Arriba de la cueva, un árbol hueco guarece a la pequeña Virgen del Roble, la advocación mariana local y que es una de las pocas representaciones existentes. Del lado izquierdo del mural en primer plano está el milagro de la Sanación de un ciego (Jn. 9, 1-34), en el que Jesús con la mismas vestiduras, unta el lodo en los ojos del invidente al cual Zárraga viste como un personaje del siglo XX; el bastón roto alude al milagro de la recuperación de la vista, pues ya no será necesario usarlo. Una barda de tabiques separa a la escena del segundo plano en donde un franciscano sostiene una cruz y consuela a un indígena quien se hinca recibiendo la confortación espiritual. Al fondo unas edificaciones con almenas infieren el conjunto conventual franciscano de San Andrés que existió en la ciudad. Un maguey pinta el paisaje mexicano y en el fondo del mural la cordillera de la Sierra Madre ambienta todos los acontecimientos narrados en la localidad. Remata el mural igual que el anterior con ángeles de gran tamaño, ahora sustentando una cartela con el anagrama de Cristo y un par de indígenas sostienen el escudo de Monterrey. La firma en el ángulo inferior derecho: “ANGEL ZÁRRAGA 1945”. Esto nos indica que fue terminado antes que el de enfrente que fue el último.

(F. 1)

En la bóveda dividida en cuatro partes, ocho de las Bienaventuranzas de San Mateo (Mt. 5, 1-11) están representadas alegóricamente por medio de ángeles y filacterias con los textos en latín en letras mayúsculas, pero sin seguir el orden del texto bíblico. (F. 2)

Al fondo colindando con el muro del ábside, a la izquierda la cuarta Bienaventuranza: “BEATI, QUI ESURIUNT, ET SITIUNT JUSTITIAM: QUONIAM IPSI SATUBUNTUR”,  Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados; un ángel con vestido entallado azul extiende su mano diestra para consolar a una mujer hincada con velo y túnica en gris, mientras con la otra abraza al ángel compañero y en un segundo plano tanto trigo como frutos representan la abundancia. A la derecha la primera de las Bienaventuranzas: “BEATI PAUPERES SPIRITU: QUONIAM IPSORUM EST REGNUM CAELORUM”, Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; el ángel con vestido blanco de pliegues sueltos sostiene una esfera azul rodeada de estrellas y dentro de ella una pareja alude a las almas en el cielo.

En el siguiente tramo junto al muro sur y a la derecha la tercera Bienaventuranza: “BEATI MITES: QUONIAM IPSI POSSIDEBUNT TERRAM”, Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra. Un ángel con túnica marrón y sombrero encasquetado sostiene una esfera armilar y toca la cabeza de un joven con el torso desnudo quien se sostiene cogiendo la esfera celeste. Luego la Bienaventuranza ocho: “BEATI, QUI PERSECUTIONEM PATIUNTUR PROPTER JUSTITIAM: QUONIAM IPSORUM EST REGNUM CAELORUM”, Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos. El ángel con túnica verde y capa blanca, carga en sus piernas un cosmos del cual un hombre flechado toca con una de sus manos, personaje que es una clara referencia a san Sebastián.

En el segmento que da hacia la nave principal la segunda Bienaventuranza: “BEATI; QUI LUGENT: QUONIAM IPSI CONSOLABUNTUR”, Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados, que es lo que hace el ángel ataviado con un largo vestido rojo, reconfortando a una mujer con velo y vestido café. Continúa la quinta de las bendiciones: “BEATI MISERICORDES: QUONIAM IPSI MISERICORDIAM CONSEQUENTUR”, Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. El espíritu celestial porta un vestido naranja y con las manos en actitud orante mira al cielo, mientras que en el lado inferior derecho un hombre rescata a otro que se encuentra desfallecido.

Las dos últimas bienaventuranzas junto al muro norte corresponden a la sexta y séptima: “BEATI MUNDO CORDE: QUONIAM IPSI DEUM VIDEBUNDT”, Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Un sonriente ángel con vestido rojo y en la cabeza pañoleta con caídas en tablones traslúcidos, exhibe un pequeño libro en su mano derecha y la otra la recarga en el hombro de su compañero; abajo dentro de la figura de un corazón una pareja eleva sus oraciones. Y la séptima de las bienaventuranzas: “BEATI PACIFIC: QUONIAM FILII DEI VOCABUNTUR”, Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios.  La paz se representa con la paloma que lleva una rama en el pico, un hombre en el mar portando una cruz en el cuello y un arco iris, significando el perdón y la unión después de la tormenta todo el relación con el diluvio universal; es decir, la concordia entre el mundo antiguo y el moderno, el cual se simboliza con el rayo que es aparado en un pararrayos sostenido por el ángel con vestido naranja.

(F. 2)

Estos magníficos murales llevan una composición con figuras algo rígidas tal y como se trazaban los diseños pictóricos de esa época. Los colores suaves remiten a los grandes murales del Renacimiento italiano como los mismos de Fra Angelico y que Zárraga adapta a sus necesidades contemporáneas. El equilibrio de las formas en cada una de las escenas consigue transmitir un conjunto armonioso de gran riqueza espiritual, no sólo por los temas mismos, sino por la suavidad del tratamiento de los murales en sí.

A pesar que en el tiempo en que fueron pintados los murales se publicaron notas periodísticas en el diario local de Monterrey El Norte y en El Universal de la ciudad de México, o bien en las revistas capitalinas Tiempo y Revista de Revistas, los murales de la Catedral de Monterrey son poco conocidos y apreciados. Muchos años pasaron para que estos trabajos de Zárraga fueron al menos citados, como fue el caso de la publicación de la Historia del Arte Mexicano en 1982, en cuya sección de Arte Contemporáneo en el escrito de Delmari Romero Keith “Otras figuras del muralismo mexicano. Ángel Zárrga”, apenas si hace una mención al decir “y también trabajó en el interior de la Catedral de Monterrey”.[1]

Fue hasta principios de 1985 cuando se hizo una exposición sobre Zárraga en el Museo Tamayo de la ciudad de México que se escribieron algunos artículos periodísticos valorando más la obra del pintor. Uno de estos fue el de Antonio Rodríguez, “Al rescate de Ángel Zárraga”, donde escribe: “En su patria, Zárraga pinta tres murales: uno excelente, con una síntesis de religión y modernidad, en la Catedral de Monterrey”.[2] Otro texto fue el de la crítica e historiadora del arte Teresa del Conde, “Exposiciones de Ángel Zárraga y Aníbal Angulo”; aquí expresa que “Ángel Zárraga (1886-1946) es un ´pintor al que se menciona mucho, pero aparte de sus cuadros sobre futbolistas y del merecidamente famoso Exvoto de san Sebastián, de las colecciones del INBA, su obra es prácticamente desconocida para la generalidad del público y aun para los entendidos. En lo personal, recuerdo sus murales en la Catedral del Monterrey…”.[3]

Seis años más tarde, en 1991, se llevó a cabo una exposición en el Museo Nacional del Arte titulada Modernidad y modernización del arte mexicano, 1920-1969, en cuyo catálogo Jorge Alberto Manrique escribió el ensayo “Otras caras del arte mexicano”, en el que aborda la obra de Zárraga, diciendo escuetamente que “ejecutó murales en el Club de Banqueros de la ciudad de México y en la Catedral de Monterrey”.[4]

Con todo esto no queremos decir que no hubo escritos o crítica sobre la obra de Zárraga, sino que fue poco lo que se había publicado al respecto.

Guillermo Sheridan, escritor que estaba emparentado por ascendencia familiar con Zárraga, comenta de sus encuentros con su pariente a través de sus obras pictóricas. Para la exposición sobre el artista que se llevó a cabo en su natal Durango en el año de 2007 en el museo que llevaba su nombre, Sheridan escribió un texto para un pequeño catálogo en el que habla de los murales de Monterrey, siendo uno de los pocos que le otorgan un espacio a esas pinturas. “En Monterrey, en el umbral de la adolescencia, me halagó reencontrar al tío Ángel en la Catedral. Su ábside, decorado con sus fastuosos murales a la encáustica, era un respiro anímico y climático, un asidero a la tradición en una ciudad que la había suplantado por la acción industrial y comercial. La Catedral era la más valiosa y relevante prenda de esa ciudad remisa al arte. ¡Cómo me gustaba, escabullendo la vigilancia de un sacristán gotoso, llegar bajo el cenit de ese bermellón y cerúleo, y mirar hacia ese cielo accesible, donde un concierto de ángelas y ángeles pregonan las bienaventuranzas en sus airosas filacterias!” [5]

En la retrospectiva exposición en el Palacio de Bellas Artes Ángel Zárraga. El sentido de la creación, llevada a cabo entre mayo y julio de 2014, se exhibieron ochenta y cinco piezas, entre las que destacaron los dieciocho murales movibles al óleo Art Déco que el artista realizó para la Embajada de México en París en 1927 y que nunca se habían expuesto en conjunto. Uno de los temas de la muestra fueron los trabajos con tema religioso, pero que en su mayoría se mencionaron los que trabajó en Francia, haciendo mínima mención de los murales de Monterrey.

Bien dijo Teresa del Conde que a Zárraga se le conoce poco, a pesar que se han escrito varios textos sobre su obra. Uno de los mejores trabajos es el de Elisa García Barragán titulado Ángel Zárraga. Entre la alegoría y el nacionalismo, publicado en México por la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1992, libro en el cual hace una recopilación de la obra conocida del pintor y en donde incluye una crítica realizada por José María González de Mendoza sobre los murales de Monterrey, enarbolándolos y afirmando que superan a los que el autor realizó en Francia: “La magnífica decoración realizada por Ángel Zárraga en el ábside de la Catedral de Monterrey cubre más de doscientos cincuenta metros cuadrados. Supera en amplitud y en variedad a las ejecutadas por el mismo artista en Francia, en la cripta de Surenes, en las capillas de Guébriant y de la Ciudad Universitaria de París, y en las iglesias de Réthel, Meudon y Saint Ferdinand des Ternes. Ojalá marque el comienzo de la renovación del arte religioso en México”.[6]

El hecho de que los murales de Monterrey no estén en la ciudad de México, tal vez sea una de las causas por las que no se les ha dado la importancia debida ni la valoración que merecen, al mismo tiempo que son poco conocidos, o bien, porque no tratan de los temas con los que identificamos al Muralismo Mexicano como son los triunfos obreros y campesinos de la Revolución, o la lucha de clases entre capitalistas y proletarios, o pasajes de la historia nacional, ya que su tema es religioso y porque Ángel Zárraga no estuvo en el grupo de los tres grandes, aunque sí se conoció y trató con Diego Rivera, pero como escribió Tersa del Conde: “Ellos se conocieron y se trataron, pero Zárraga no debe haber comulgado con la ideología de su colega. Era tan católico, que compró una casa en ruinas en Meudon, al sureste de París, sólo porque en la vencidad vivía o había vivido Jacques Maritain” [7]; sin embrago, son unos de los murales más logrados dentro del arte mexicano del siglo XX, por supuesto con estilo propio, pero con algunos influjos del muralismo mexicano.

[1] Delmari Romero Keith, “Otras figuras del muralismo, Ángel Zárraga”, en Historia del Arte Mexicano. Arte Contemporáneo II. México, SEP, Salvat, 1982, t. 14, p. 1999.

[2] Antonio Rodríguez, “Al rescate de Zárraga”, Excélsior, México, D.F., miércoles 25 de enero de 1985,  p. 4.

[3] Teresa del Conde, “Exposiciones de Ángel Zárraga y Aníbal Angulo”, Uno más Uno, México, D.F., sábado 9 de febrero de 1985, p. 17.

[4] Jorge Alberto Manrique, “Otras caras del arte mexicano”, en Modernidad y modernización del arte mexicano. 1920-1960, México, Museo Nacional de Arte, 1991, p. 138.

[5] Guillermo Sheridan, “Aires de familia. Zárraga y yo”, Letras Libres, Año IX, febrero de 2007, número 98, pp. 95-96.

[6] Elisa García Barragán, Entre la alegoría y el nacionalismo, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1992, p. 74.

[7] Teresa del Conde, Una visita guiada. Breve Historia del Arte Contemporáneo en México, México, Plaza & Janés, 2003, p. 57.

La espiritualidad católica en el arte mexicano

 por Rodrigo Ledesma, historiador del Arte

Guillermo Tritschler y Córdova (1878-1952) ocupó la silla episcopal de la Arquidiócesis de Monterrey a partir del 22 de febrero 1941 (aunque toma posesión del cargo el 25 de junio), hasta el 29 de julio de 1952. Con una enérgica formación artística adquirida en sus catorce años de estancia en Roma, pensó en cómo podría enaltecer con obras de arte sacro moderno las parroquias y la Catedral de la Diócesis. Así pues, invitó al pintor Ángel Zárraga (1886-1946) a trabajar en un proyecto para decorar el presbiterio de la Catedral. Zárraga y el Arzobispo Tritschler se habían conocido en la ciudad de México en la casa del sacerdote y poeta Octaviano Valdés (1901-1991), donde se celebraban tertulias intelectuales entre clérigos, poetas, historiadores y artistas. Zárraga quien había vivido en Europa desde 1907, al no poder integrarse al movimiento del Muralismo, entre 1933 a 1941 pintará diversos murales con temas religiosos al fresco y a la encáustica en iglesias de Francia como el Vía Crucis de la capilla del sanatorio de Guébriant, hoy villa de descanso, 1933, el Vía Crucis y la Resurrección en la iglesia del Sagrado Corazón dentro de la Ciudad Universitaria de París, 1936; el Vía Crucis en la iglesia de Saint-Martin de Meudon, 1940, la cripta dedicada a Santa Teresa del Niño Jesús en la iglesia de Saint Ferdinad des Ternes, 1941, y en Marruecos en la iglesia de Fedhala un Exvoto a Jacques Hersent, 1934. A su regreso al país también pinta murales en el Club de Banqueros y los laboratorios Abbott, 1943. No concluyó un encargo mural para la biblioteca de La Ciudadela, pues la muerte lo alcanzó el 22 de septiembre de 1946.

Los murales de la Catedral fueron trabajados entre 1942 a 1945 con la técnica de la encáustica y fueron los primeros que realizó Zárraga en México. El diseño original no corresponde a lo que finalmente se pintó, ya que el P. Raúl Mena Seifert, quien fungió como Capellán entre 2007 y 2011, hizo una exhaustiva catalogación y encontró unas fotografías de la época con los dibujos del proyecto inicial. Aunque ya han sido descritos de manera general en el libro de La Catedral de Monterrey de Tomás y Xavier Mendirichaga[1], analizaremos los elementos iconográficos, además de mencionar algunos hallazgos dentro de los murales. La disposición de los mismos para describirlos será: ábside, muro derecho (sur), muro izquierdo (norte)  y bóveda.

El ábside (F. 1) se inicia de arriba hacia abajo con el Espíritu Santo sobre un resplandor de veintiún rayos. Tres líneas de cada lado bajan hacia la escena de la Virgen María y de la Señora Santa Ana. El resplandor apunta hacia una corona, simbolizando el poder de Dios Padre, quien del lado derecho vestido con túnica dorada apunta con una mano hacia Jesús y con la otra sostiene la corona de espinas. La Santísima Trinidad está puesta de manifiesto. Debajo del Padre un ángel con manto púrpura en la mano izquierda muestra un manifestador con la hostia y con la derecha carga un cáliz, ambos objetos en referencia a la eucaristía. El arcángel Gabriel con manto rosa y diadema extendida de flores, porta la azucena de la pureza, misma que es irradiada por el Espíritu Santo; con la mano derecha apunta hacia una estrella en el broche del otro ángel en alusión a la Stella Maris, (estrella del mar, como madre guía) de las Letanías Lauretanas; María con vestido rojo y manto azul como viste la Inmaculada Concepción, acepta en actitud de sumisión su encarnación y de su vientre irradia luz en forma de ondas, porque dará vida al Salvador. Según citan Tomás y Xavier Mendirichaga el tema de este mural en palabras del propio artista es La Glorificación de la Virgen bajo el Misterio de la Trinidad.[2] Al fondo se aprecia el Cerro de La Silla, con lo cual Zárraga coloca a la Anunciación en la ciudad de Monterrey, imponiéndole un fuerte carácter regional a la escena.

Del lado izquierdo del mural, Cristo con túnica blanca abre las manos para recibir la corona de espinas que le envía el Padre. Debajo unos ángeles sostienen un papel que refiere a las Bienaventuranzas de la bóveda, una de las cuales es señalada por uno de los seres seráficos y el otro muestra el Sagrado Corazón de Jesús, devoción expandida en el siglo XVII a partir de 1673 por la monja salesa Santa Margarita María Alacoque (1647-1690). En el broche de la capa del ángel con túnica rosa están inscritas las letras AZ, iniciales del nombre del artista, lo que fue descubierto por el P. Raúl Mena. Santa Ana con túnica color vino y manto dorado en alusión a la Leyenda Dorada del siglo XIII de Santiago de la Vorágine (1228-1298), recibe también los rayos del Espíritu Santo porque fue concebida sin contacto sexual, según el tratado del benedictino alemán Johannes Trithemius (1492-1516) publicado en 1494.[3] Ella instruye en la lectura a través del alfabeto griego a la Virgen niña quien porta vestido rojo, casaca y pañoleta blanca, estas dos últimas prendas en correlación con su pureza terrenal; esta tradición de enseñar a leer a la Virgen fue iniciada en el siglo XIV.[4] El alfa y la omega son la interpretación de Cristo anotada en El Apocalipsis 22, 11, y la delta, el triángulo, según la tradición griega,[5] es la denotación de lo femenino de Ana y María, abuela y madre respectivamente del Redentor. La firma está debajo del asiento de la Virgen y dice: “ÁNGEL ZÁRRAGA mexicano 1942 43”.

En el mural del lado derecho o muro sur, (F. 2) en la parte de abajo se relatan tres pasajes bíblicos. Del lado izquierdo el milagro de las Bodas de Caná (Jn. 2, 1-11). La Virgen con su traje en azul y rojo detrás de Jesús le dice de la falta de vino a lo que el Redentor ordena vaciar agua en unas ánforas. Al sirviente no se le ve el rostro y en su brazalete se leen las letras AZ, iniciales del nombre del muralista.[6] Del lado derecho se narra la multiplicación de los panes y los peces, relatado en los cuatro evangelios: Mt. 14, 15-21; Mr. 6, 34-44; Lc. 9, 12-17; Jn. 6, 5-13. Pedro con túnica blanca le explica a Jesús de la necesidad de comida, a lo que Cristo pide los panes, que aquí sólo aparecen tres en lugar de cinco como narran los evangelios, y los dos peces que son acercados por un sirviente vestido con túnica amarilla; una serie de triángulos con base curvada forman un tapiz azulado para simular el mar. Al centro en un primer plano y con mayor tamaño, la Resurrección (Mt. 28, 1-7; Mr. 16, 1-6; Lc. 24, 1-8; Hch. 10, 40) en el momento preciso en que Cristo sale de su tumba y se eleva hacia los cielos con la mano en alto símbolo de su triunfo. El resplandor de su cabeza con siete rayos es en alusión a las siete palabras y carga un largo pendón con el emblema de la cruz. Un soldado duerme sobre su escudo y el otro en actitud de asombro levanta los brazos y suelta su pica: en el cinturón de este centinela se lee ÁNGEL ZÁRRAGA, palabras descubiertas por el P. Mena. Toda la narración bíblica se enlaza a través de arcadas unas en rojo y otras en negro.

En la parte superior son presentadas dos actividades laborales de Nuevo León: del lado izquierdo el trabajo agrícola de los naranjales son caracterizados por un hombre con sombrero, agachado, de piel morena a quien no se le ve el rostro y que recoge en un cesto los frutos; al fondo se aprecian los sembradíos del cítrico. Hacia la derecha un obrero en plena faena de fundición se enlaza a través de un tubo que pasa por debajo de la ventana con dos compañeros posicionados en el otro extremo. Llamas, chimeneas, tubos ambientan la industria del acero de Monterrey que en esos años se producía en grandes cantidades en la legendaria Fundidora, símbolo del progreso industrial de esta ciudad. Por arriba de la ventana unos ángeles de gran tamaño sostienen una cartela con el anagrama de la Virgen, mismo que resguarda el escudo del Arzobispo Tritschler, el cual lleva los vocablos latinos “CRECAMUS-INILLO PEROMNIA”.

Este mural está firmado debajo de la escena de las Bodas de Caná. “ALELUJA, 6-V-1945”. La palabra aleluya con la fecha la escribió Zárraga en señal de haber terminado todos los murales.

Tal como lo afirmó Olivier Debroise: “Ángel Zárraga se vuelve el caso particular de un muralista marginado que decide por su propia cuenta “representar” al muralismo lejos del contexto histórico que permitió su desarrollo.

 

 

 

 

[1] Tomás y Xavier Mendirichaga, “Los Murales de Zárraga”, La Catedral de Monterrey, Monterrey, EMEDICIONES, 1990, 2ª., ed. pp. 57-61.

[2] Ibídem, p. 57.

[3] La complicada historia de la Señora Santa Ana ha sido construida de los Evangelios Apócrifos Protoevangelio de Santiago, Natividad de María, Historia de la Natividad de María, Historia de la Infancia de Jesús de donde se basaron los dominicos Vicente de Beauveais y Santiago de la Vorágine en el siglo XIII para construir su historia. Véase: Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Iconografía de la Biblia, Madrid, Serbal, 1997 y Emile Mále, El gótico: la icnografía de la Edad Media y sus fuentes, Madrid, Encuentro, 1986.

[4] Las más antiguas representaciones de esta iconografía y tradición están en los muros de la iglesia de Croughton, Northam-Lonshire, Inglaterra y en los vitrales de la catedral de Orvieto, Italia, ambas del siglo XIV y de aquí viene su expansión.  Véase: Pamela Sheingorn, “The Wise Mother: The Image of St. Anne Teaching the Virgen Mary”, Gesta, XXXII/1,  The Internacional Center of Medieval Art, 1993,  pp. 69-70.

[5] José Antonio Pérez-Rioja, Diccionario de Símbolos y Mitos, Madrid, Tecnos, 2008, 8ª., ed., p. 432.

[6] El lunes 15 de marzo de 2010 al platicar con el P. Mena de algunos detalles de los murales, descubrimos dichas letras del brazalete.

[7] Delmari Romero Keith, “Otras figuras del muralismo, Ángel Zárraga”, en Historia del Arte Mexicano. Arte Contemporáneo II. México, SEP, Salvat, 1982, t. 14, p. 1999.

[8] Antonio Rodríguez, “Al rescate de Zárraga”, Excélsior, México, D.F., miércoles 25 de enero de 1985,  p. 4.

[9] Teresa del Conde, “Exposiciones de Ángel Zárraga y Aníbal Angulo”, Uno más Uno, México, D.F., sábado 9 de febrero de 1985, p. 17.

[10] Jorge Alberto Manrique, “Otras caras del arte mexicano”, en Modernidad y modernización del arte mexicano. 1920-1960, México, Museo Nacional de Arte, 1991, p. 138.

[11] Guillermo Sheridan, “Aires de familia. Zárraga y yo”, Letras Libres, Año IX, febrero de 2007, número 98, pp. 95-96.

[12] Elisa García Barragán, Entre la alegoría y el nacionalismo, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1992, p. 74.

[13] Teresa del Conde, Una visita guiada. Breve Historia del Arte Contemporáneo en México, México, Plaza & Janés, 2003, p. 57.

[14] Olivier Debroise, “Ángel Zárraga: aspectos de un muralismo olvidado”,  La Cultura en México, 18 de julio de 1979, http://www.arte-mexico.com/critica/od69.htm