por Antonio M. Moral Roncal, historiador
En abril de 1922, justo ahora hace cien años, por encargo del gobierno conservador de Sánchez Guerra, los doctores Marañón y Bardají realizaron un viaje a las Hurdes, comarca de la región de Extremadura, para que informasen sobre la situación de sus habitantes. En las Cortes, el conde de Romilla había denunciado la falta de medios de vida más indispensables de sus habitantes, abandonados de la acción oficial. Y el informe de los médicos confirmó su penosa situación. En una comida en casa de la marquesa de Villavieja, a la que asistió Alfonso XIII, coincidió
el rey con Marañón, Ortega, Pío Baroja y otras figuras del mundo intelectual. Al salir en la conversación el tema de las Hurdes, la cuestión interesó profundamente a don Alfonso, que aceptó ir personalmente “a recorrerlo todo y a remediar lo que se pueda”. Y es que el rey había realizado numerosos viajes para conocer España y sus habitantes, por lo que se mostró interesado especialmente por realizar un periplo diferente: no habría cenas de gala, ni arcos de triunfo ni festejos de inauguración. Este viaje a las Hurdes sería diferente.
Así, en las primeras horas del 20 de junio una serie de coches partieron del palacio real de Madrid. Junto al rey se encontraban el duque de Mirada, su ayudante, coronel Obregón, y los doctores Marañón y Varela. En otro vehículo viajaron el ministro de Gobernación, Piniés, el diputado conde de Romilla, el periodista Juan García de la Mora y el fotógrafo Campúa, con un oficial de la guardia civil. A partir del día 22 -desde
Segura de las Torres- la expedición hubo de continuar a caballo, ya que no existían carreteras aptas para coches. En Casar de Palomero se incorporó el obispo de Coria, Segura, cuyo trabajo e interés por los hurdanos apreció don Alfonso. Dejando atrás la Alberca, el rey visitó los pueblos de Pinofranqueado, Mensegal, Calabazas, Vega de Coria, Cambrocano, Nuño Moral y otros más. En la tarde del día 24, y ya desde Béjar, en tierras salmantinas, se inició la vuelta a la capital.
Durante el viaje, Alfonso XIII acampó y se desenvolvió entre los hurdanos sin protocolo, que le acogieron con sorpresa y entusiasmo. Marañón describió al monarca, esos días de convivencia, como “un hombre sumamente abierto, sumamente inteligente, y con una simpatía arrolladora”. Los componentes de la expedición repartieron dinero entre las familias, responsabilizando a los curas párrocos de su distribución, atendieron médicamente y proporcionaron medicinas a los hurdanos, preguntaron por sus problemas y hasta don Alfonso visitó a un moribundo en su choza. Y a todos se les encogió el corazón en un puño al comprobar auténticos cuadros de miseria física y moral.

El doctor Marañón escribió un artículo en la revista Vida Médica, el 25 de julio siguiente, bajo el título “El problema de las Hurdes”, donde afirmó que “el rey pudo hacer el bien a manos llenas, y pudo gustar del amargor y de la alegría de palpar una gran tristeza nacional y de soñar en remediarla. Éste es el sentido, pudiera decirse que trascendental, del viaje del rey a las Hurdes… A despecho de todo el artificio de la política podemos seguir esperando que los anhelos legítimos del país lleguen a los oídos del rey y encuentren en este eco y entusiasmo. Por encima de todas las ideas debe flotar esta esperanza”.
Los resultados de la visita de Alfonso XIII revistieron un doble significado. Las Hurdes, de ser un rincón del que se tenían noticias molestas e inquietantes pasó a convertirse en una ineludible realidad. Y, de esta manera, se inició un camino, lento pero constante durante 9 años, coordinado por el Patronato Real de Las Hurdes -creado el 18 de julio-, que intentó buscar remedio a esa intolerable situación. A partir de la vuelta del monarca a Madrid, Las Hurdes empezaron a recuperar, así, su dignidad y el derecho a reconocerse como un pueblo integrado en la realidad de España.
El Patronato Real de Las Hurdes, dependiente del Ministerio de la Gobernación, tuvo plena capacidad jurídica en sus actuaciones, gozando de recursos provenientes de las Instituciones de Beneficencia General. La primera acción emprendida fue la construcción de tres establecimientos denominados Factorías, que fueron organismos benéficos en cuyos edificios se albergaron a médicos, maestros, estafetas de correos y guardias civiles. Enclavadas en Las Mestas, Caminomoris y Nuñomoral tuvieron la misión de llevar a todos los
lugares de la geografía hurdana los recursos más necesarios para cumplir su misión de regeneración. La segunda acción fue la puesta en marcha de acciones para luchar contra el analfabetismo de la zona. Por ello se organizó una Misión pedagógica, con un maestro director, una maestra subdirectora -encargada de la organización de una escuela maternal y el internado de las niñas- y de tres maestros responsables de las escuelas de los niños, que se establecieron en las factorías. Además, se construyeron doce escuelas en diversos pueblos, con dinero público y donaciones privadas, como las 200.000 pesetas que aportó el marqués de Valdecilla. Para abastecer de comida a las escuelas -que tuvieron cocina y comedor para los niños y casa-habitación para los maestros- el Patronato Real concedió subvenciones a algunas cantinas.
Y como siempre se había asociado el atraso de la región a la falta de buenas comunicaciones, se puso en marcha la construcción de caminos forestales, que permitieran una circulación de actividad adecuada, para lo cual se invirtieron dos millones de pesetas. La red de caminos forestales unió internamente todas las alquerías de Las Hurdes, aunque no por ello dejó de construirse una carretera que vertebrara la comarca de sur a norte y viceversa. Además, para impulsar la economía, se estableció un plan de reforestación del territorio, unas 47.000 hectáreas diseminadas que deberían proporcionar a los hurdanos un nuevo modo de aprovechamiento del entorno, anteriormente solo destinado a la mera subsistencia por medio de pequeños minifundios. A este plan, establecido por Real Decreto de 26 de julio de 1926, se destinaron cien millones de pesetas para la adquisición de 25.000 hectáreas, que deberían generar una industria en torno al monte; la construcción de viveros necesarios para las repoblaciones, casas para guardas y caminos forestales.
Para remediar los males espirituales y morales de la sociedad hurdana, el Patronato Real decidió reconstruir y construir de nueva planta una serie de iglesias en todos los poblados, que dotaran de parroquias a numerosos hurdanos. Allí fueron enviados más sacerdotes, encargados de reevangelizar mejor a sus gentes, aumentando el nivel de cultura y moral religiosa. Cuando el rey Alfonso XIII volvió a Las Hurdes en marzo de 1930, comprobó los avances y mejoras de todo tipo, haciendo su viaje ya en coche pues las obras realizadas ya habían eximido la necesidad de viajar a lomos de caballerías. Los trabajos realizados supusieron para los hurdanos una mejora clara en su calidad de vida que hasta entonces no habían conocido, un progreso que empezó a normalizar la tierra en sus ámbitos educativos, sanitarios, de comunicaciones… que continuó
durante el resto del siglo XX en distintos tiempos y grados. Pero cuando el escritor republicano Vicente Blasco Ibáñez lanzó un panfleto denigratorio contra el rey en 1924, los hurdanos no lo dudaron y firmaron un álbum que, aún hoy, se conserva en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid con el título A S.M. el Rey Don Alfonso XIII en testimonio de gratitud y respetuoso cariño los hurdanos, 23 enero 1925.


los caballeros andantes
crecimiento −personal y colectivo− que, por oposición, deriva en parálisis o estancamiento ante la vida. La pregunta clave para este representante de la razón vital reside en el propósito u objeto al que, una vez aplicada la inteligencia, fijamos nuestra atención a la hora de encarar la existencia. En caso de desenfoque, por omisión –falta de optimismo vital− o por equivocación −al errar en la finalidad; bien por presunción de medios o por ausencia de ideales justos y buenos− la vida humana carece de la debida articulación, pues «caminará desvencijada, sin tensión y sin forma. […] perdida en el laberinto de sí misma por no tener a qué entregarse»

también al plano social, económico y cultural. De forma absoluta en la Rusia comunista, y relativa −en distinto grado− en la Italia fascista o la Alemania nazi. Este proceso paulatino de anulación del individuo en favor de la colectividad, encuadrada en este caso de un modo jerárquico por aquellos Estados, fue el objeto de las denuncias de varios intelectuales.
por Oswald Spengler para explicar el auge y declive de Occidente, comparándolo con las distintas etapas biológicas del ser humano, no significaba una renuncia a sentar las bases para un renacimiento. Una vez constatada la defunción de toda una civilización, había que preparar el camino para que surgiera otra mejor. Por eso pensó el profesor alemán que Hitler estaría llamado a imprimir en la cultura germana el viejo espíritu de dirección y disciplina prusiano como método para contener y aun neutralizar el dominio del hombre-masa. Según Ortega, la caracterización de este tipo humano se habría originado con motivo de un crecimiento económico continuado y la participación general en sus beneficios. La convicción de que el progreso carecería de límites, alimentaría una mentalidad vulgar, poco formada en inteligencia y virtudes, como el deber, la autoexigencia o el servicio. De ahí la vindicación de élites que, con independencia de su procedencia social, estuvieran culturalmente formadas en el sentido más pleno de la palabra. Es decir, de un modo integral: conforme a la virtud personal y a la unidad del saber. El propósito era análogo al expuesto por
Spengler. Esto es: que aquellas minorías se alzaran verdaderamente con la dirección de los asuntos públicos para regir y orientar debidamente al resto. Dicho de otro modo, despojar al pretendido derecho a la vulgaridad de su consideración de virtud para reducirla a su verdadera condición de defecto. La implantación de un sistema de certezas, fundado sobre el criterio objetivo de la razón, constituiría el medio para poder alcanzar esa meta. De ahí la inspiración en las enseñanzas de aquellos clásicos greco-latinos que reconocerían la realidad misma de la naturaleza humana y de sus distintas dimensiones, abogando por su equilibrio y armonía.
La democracia como norma de derecho político −que debiera garantizar la ordenada representatividad del pueblo con miras al bien común según los márgenes de la libertad responsable−, degeneraría entonces en plebeyismo. Esto es, en el intento de trocar la igualdad de los hombres ante la ley (resultado, a decir de los filósofos escolásticos, de la esencia espiritual, racional, libre y social de la naturaleza humana creada por Dios, que constituiría el fundamento de su dignidad) por la imposición del igualitarismo nivelador en todos los órdenes de la vida. Una tendencia que, en la práctica, arrumbaría cualquier principio elemental de justicia. Y es que si ésta consiste en dar a cada persona lo que en derecho le corresponde, se infiere que −en lo contingente− las circunstancias y necesidades de cada cual son bien distintas y no pueden tratarse de la misma manera ni utilizarse igual medida.
Berdiaeff−, capaz de regenerar la cultura (informadora de las mentalidades y las costumbres) desde las mociones de la inteligencia y del espíritu cristiano hasta alumbrar un auténtico renacimiento, dependerá de muchos factores. Si las minorías integralmente formadas no toman conciencia de su misión −acorde con una correcta concepción antropológica− aunándose con valor para llevarla a cabo, difícilmente se producirá esta perentoria vertebración. Preservar y perfeccionar la civilización exige una labor de enderezamiento constante capitaneada por los mejores. En esto Ortega acertó de lleno.