por Rodrigo Ledesma, historiador del arte
El 14 de febrero de 1946 se consagraba e inauguraba la iglesia de La Purísima Concepción en Monterrey (Nuevo León, México). Una gran obra de arquitectura moderna que rompía con los paradigmas tradicionales de los templos católicos y abría paso a una nueva concepción de los espacios sagrados. Su autor, el arquitecto Enrique de la Mora y Palomar (1907-1978) fue acreedor del Premio Nacional de Arquitectura 1946 por esta obra. “Es importante destacar que La Purísima puso a Monterrey en la historia de la arquitectura moderna, misma que no había encontrado en la ciudad una manifestación de tal relevancia”.[1]
El VII Arzobispo de Monterrey, Guillermo Tristchler y Córdova (1878-1952), quien estuvo al frente de la Arquidiócesis por once años, desde 1941 hasta 1952, tuvo la idea de erigir esta iglesia y además convertirla en un museo de Arte Sacro Moderno. Para esto invitó a los afamados pintores Jesús Guerrero Galván (1910-1973), Federico Cantú Garza (1907-1989) y Jorge González Camarena (1908-1980), entre otros artistas, para que realizaran obras. González Camarena fue el autor de dos pinturas: San Felipe de Jesús y La Crucifixión, ambas en 1946.
La Crucifixión es un lienzo en forma de cruz bajo la técnica de óleo sobre madera con 4 metros de alto por 2.5 metros de ancho. Se ubica en el crucero suspendido por unas cadenas, con el objetivo de tener una imagen gravitando en el espacio sagrado. La idea fue tener la Crucifixión como centro de atención de los feligreses en función de lo que significó el sacrificio de Cristo. La extraordinaria composición hace figurar que se tratara de una pintoescultura, ya que el cuerpo cobra volumen y pareciera estar recargado sobre el madero. En colores ocre, café claro, dorado y crema la corporeidad del Redentor se resalta gracias a los efectos del cloroscuro. Debajo del letrero de INRI los brazos extendidos y en una tenue disposición oblicua, resaltan la tensión de los músculos, mientras que los gruesos clavos, diferente uno de otro, están insertos a la altura de las muñecas y no sobre las palmas de las manos como se pintan tradicionalmente. Muy escasa sangre escurre sobre el travesaño de la cruz.
La cabeza caída sobre el pecho exhibe la agresiva corona de espinas y el rostro oculto transmite la última exhalación de Cristo. Las costillas remarcadas y el vientre hundido denotan el cuerpo inanimado, con la originalidad en el tratamiento de la herida del costado, la cual está en posición inversa. El paño levemente fracturado se compone a través de intensas líneas sesgadas. Las piernas tenuemente flexionadas hacia el frente muestran una rodilla descarnada, mientras que unos enérgicos clavos horadan ambos pies plantados sobre una ménsula.
Cabe destacar que González Camarena interpreta esta Crucifixión sin derramamiento de sangre en la cabeza, el costado y los pies, con lo que entra en una estética distinta al dramatismo de los Cristos que ostentan en las heridas abundancia del vital líquido rojo.
Una característica muy excepcional de esta Crucifixión es que no solamente está pintada en la parte frontal, sino también en la parte trasera, en donde está presentada la escalera con la peculiaridad de tener la sábana sostenida en los extremos del travesaño y en la parte del entrecruce de los maderos, el sudario cae suavemente. Los colores grises en diferentes tonalidades conforman la composición de esta parte de la cruz, con la acentuación del blanco de la mortaja, imprimiendo así la significación del duelo por la muerte del Redentor. Alrededor de la cruz, en los flancos, en una filacteria que va de derecha a izquierda desde la parte trasera, están inscritas las Siete Palabras de Cristo con letras blancas en el siguiente orden: 1. Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lucas, 23: 43); 2. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lucas, 23: 34); 3. Mujer ahí tienes a tu hijo (Juan, 19: 26-27); 4. Dios mío Dios mío por qué me has abandonado (Mateo, 27: 46); 5. Tengo sed (Juan, 19: 28); 6. Todo ha sido consumado (Juan, 19: 30); 7. En tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas, 23: 46).[3]
Si bien esta sección de la cruz no es visible para los feligreses, está concebida para que sea considerada por el presbítero para recordarle en todo momento que él está tomando el lugar de Jesucristo en la celebración de la cena del Señor.
Podríamos inferir que Jorge González Camarena se inspiró en el célebre Cristo Crucificado o Cristo de San Plácido de Diego de Velázquez (1599-1660) pintado hacia 1630 [4] y que se encuentra en el Museo del Prado. Esto por la postura de la cabeza y el resto del cuerpo, aunque los brazos cuelgan del travesaño de la cruz, pero los pies están clavados por separado, tal como lo hizo también González Camarena. “Si Velázquez no se atrevió a pintar la angustia de Emmanuel y escondió bajo un mechón el dolor…, Camarena [sic] tembló al imaginarse el Divino Rostro y lo cubrió todo con el crimen despiadado de las espinas”.[5]
La Crucifixión de González Camarena con la estética de la gravitación se adelanta al famoso Cristo de San Juan de la Cruz de 1951 pintado por Salvador Dalí (1904-1989) y que se encuentra en la Art Gallery de Glasgow. En ambos la carencia de sangre, más en el de Dalí, es una invención novedosa en la representación de Cristo en la cruz. En el de Dalí “representado por medio del audaz escorzo desde arriba, sobre el fondo de la bahía de Port-Lligat” [6] consuma la escena de una crucifixión flotante, mientras que en el de González Camarena al estar suspendido en el cruce de las naves, el fondo es la concha del presbiterio forrada en mosaicos venecianos dorados, así como el vitral hiperbólico de La Inmaculada Concepción del artista húngaro Erno Koch (1898-1970), diseñado para los Estudios Hackert de Chicago y montado por la Casa Montaña de Torreón del vidriero español Ramón Montaña (1892-1972).
La composición de La Crucifixión de González Camarena lleva un trazo geométrico equilibrado, de líneas oblicuas y perpendiculares, ya que hacia finales de los años 30 del pasado siglo “…experimenta su propio método de composición basado en la geometría armónica” [7], ya que “Desarrolló su propia teoría para dividir geométricamente la superficie del cuadro” [8], tal como apreciamos en esta versión del tormento de Cristo en la cruz, en donde la figuración del cuerpo a la vez conlleva una delineación de las formas anatómicas que con todo y su hieratismo, expresa el dolor, la agonía y la muerte de la figura sacrificada del Salvador, consiguiendo una pintura portentosa que se adelantó en el tiempo en la manera de concebir otra forma de la Pasión de Jesús.
El Padre Aureliano Tapia Méndez (1931-2011), quien fue párroco de la iglesia de La Purísima de 1980 a 2003, opinó sobre la creación de Jorge González Camarena: “El genio hizo que la imagen de Jesucristo palpite como agonizante aún y se oigan sus últimas Siete Palabras”.[9]
[1] J. Roberto Romero Ramírez. “Basílica de La Purísima”, en: Recorridos Culturales 1. Monterrey, N.L., CONARTE, 2013, p. 19.
[2] Fotografía de Roberto Ortiz Giacomán en: Arturo Eduardo Villarreal Reyes (Coordinador editorial). Arte Religioso del Noreste. Saltillo, Coahuila, Fondo Regional para la Cultura y Las Artes del Noreste, 2019, p. 80.
[3] Las Siete Palabras están corroboradas en: José Miguel Petisco. Sagrada Biblia. Valencia, Alfredo Ortells, 1986.
[4] VV.AA. La obra completa de Velázquez. Barcelona, Origen, p. 69
[5] Aureliano Tapia Méndez. La Purísima. Historia de una imagen y su templo. Monterrey, N.L., Al Voleo-El Troquel, 1989, p. 90.
[6] Juan Manuel Prado (Dirección). Dalí. Barcelona, Orbis, 1989, P. 28
[7] Delmari Romero Keith. “La segunda generación de muralistas” en: Historia del Arte Mexicano. Arte Contemporáneo II. México, Sep, Salvat, 1982, p. 2115.
[8] Lily Kassner. Diccionario de escultores mexicanos del siglo XX. Tomo I. México, CONACULTA, 1997, p. 339.
[9] Aureliano Tapia Méndez. La Virgen Chiquita. Historia de una imagen y de sus templos. Monterrey, N.L., Al Voleo El Troquel, 2003, s/p.