por Juan Antonio Gallardo, filósofo
El término Hispanidad
En sus orígenes esta palabra carecía del contenido doctrinal que mayoritariamente ha adquirido en la actualidad. En los diccionarios de la Real Academia en el s. XIX la voz hispanismo definía el “modo de hablar peculiar de la lengua española”[1]. Fue Miguel de Unamuno quien
presentó el vocablo Hispanidad como “una unidad de provenir”, con la que “incluir a todos los linajes, a todas las razas espirituales, a las que ha hecho el alma terrena y a la vez celeste de Hispania”. La lengua romance nacida en la región de Castilla, enriquecida y desarrollada en su proceso de crecimiento y expansión, acabaría por expresar toda una cultura y concepción de la realidad que José María Pemán vincularía al “hecho” idiomático español[2].
En 1926 el sacerdote Zacarías de Vizcarra en un artículo titulado La Hispanidad y su Verbo pedía a la Real Academia de la Lengua que “se
adoptara estas dos acepciones de la palabra Hispanidad -1º: el conjunto de todos los pueblos de cultura y origen hispánico, diseminados por Europa, América, África y Oceanía, 2º: el conjunto de cualidades que distinguen del resto de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y cultura hispánica”. La propuesta fue aceptada[3].
Aunque los intelectuales ajenos a la visión católica que le imprimió Vizcarra a la Hispanidad intentaron dotarla de otro significado, ha prevalecido ese sentido religioso que históricamente animó la labor
civilizadora de España allende los mares[4]. Ciertamente, con las independencias americanas quiso erigirse un modelo de Hispanidad que sustituyera aquel contenido por otro de carácter liberal, hostil a la identidad católica[5]. No se logró. Por eso los líderes independentistas, muchos de ellos miembros de la masonería e influidos por los ideales antirreligiosos de la Ilustración naturalista, adoptaron el término de Latinidad o Latinoamérica para sustituir y orillar definitivamente la connotación católica de la Hispanidad y su vínculo con España[6].
Ramiro de Maeztu, que había conocido a Vizcarra en Argentina, se entusiasmó por la Hispanidad, y quiso llamar a la revista Acción Española, “Hispanidad”. Aunque no fue así, el primer artículo de la revista, el 15 de diciembre de 1931, se tituló “La Hispanidad”. Junto a este texto y la
compilación de otros sucesivos publicados entre 1932 y 1933, surgiría la obra Defensa de la Hispanidad, reeditada en 1938, durante la Guerra Civil[7]. A esta seguirían otras obras en la misma línea: Idea de la Hispanidad, de Manuel García Morente y Apología de la Hispanidad del obispo y cardenal Isidoro Gomá.
García Morente, refiriéndose a los Caballeros de la Hispanidad, nos dice cuál es el fin de la Hispanidad, que resulta desvelador de su esencia:
No ha de consistir únicamente en acrecentar el valer de algunos hombres, sino que ha de aumentar la caridad, la hermandad entre los humanos […]. Esta es una idea que ningún otro pueblo ha sentido con tanta fuerza como el nuestro. Y como creo en la Humanidad, como abrigo la fe de que todo el género humano debe acabar por constituir una sola familia, estimo necesario que la Hispanidad crezca y florezca y persevere en su ser y en sus caracteres esenciales, porque sólo ella ha demostrado su vocación para esta obra[8].
Esta profundización en la esencia de la Hispanidad nos ayuda a entender las causas profundas que la impulsaron y que la promueven hoy entre ciertos colectivos y ambientes para una unidad de las Españas (tierras de cultura hispánica), fundamentada en la verdadera amistad.
La inclinación a la unidad
Sada explica que el hombre tiende a buscar el principio de unidad que confiere sentido a la multiplicidad del universo “y esa unidad sólo puede reconocerse a la luz de la relación causal que existe entre el creador y la creatura”[9]. “Tan pronto como el hombre encuentra multiplicidad en el mundo de su experiencia, comienza normalmente la búsqueda de un principio de unificación”[10].
El Padre Ramón Orlandis Despuig se refería a esta cuestión fundamental, en su libro Pensamientos y Ocurrencias:
No falten entendimientos metafísicos que anhelen por las síntesis metafísicas y teológicas, de los cuales puedan mendigar lo que les falta: la unidad estructuradora, armonizadora, que no les puede venir sino de más arriba. Deseen con anhelos de indigencia sinceramente humana la infusión en sus conocimientos, desconectados y destituidos, de síntesis vivificante; la infusión de espíritu venido de lo alto, que traiga consigo la vida, el calor de la vida, aquella íntima y profunda trabazón de unas partes con otras y de las partes con el todo, que es característica de los organismos vitales y vivientes que, al ofrecerse como un todo compacto y estructurado lo hace perfecta y admirablemente inteligible, que comunica a la inteligencia que lo considera calor y vida, sentimiento de la verdad, de la realidad, de la perfección. Todo hombre, en cuanto hombre, tiene invencible apetencia de síntesis, de unidad íntima, de la realidad esencial y nunca podrán llenarla los fracasos de los filósofos que por su temeridad no han logrado sino abortar engendros de absurda fantasía[11].
El Padre Orlandis nos dice que en la segunda parte de la Suma Teológica se descubre “la huella del poderoso genio sintético del Doctor Angélico”[12], al explicar que toda la actividad intelectual verdadera se ordena a la unificación sintética de lo que está disperso, en coherencia
con los primeros principios del conocimiento. Esta ordenación al fin último de la vida humana apunta a la Bondad Divina que nos atrae gratuitamente. De esta tendencia a la unificación sintética es confirmación y resultado aquel continuo recurso a lo que en la vida psico-moral es motor primero y norma suprema de todo sentimiento y afección, de toda determinación libre y de toda actividad práctica: el fin último de la vida humana[13].
Todo esto nos permite afirmar la pluralidad sin negar la unidad. Más aún, no es posible afirmar o fundamentar nada en la pluralidad, si previamente no se ha afirmado la unidad. De aquí la necesidad de conocer primero los vínculos de la unidad que conforman la comunidad de ese conjunto de pueblos de cultura y origen hispánico, sin los cuales resulta incomprensible las singularidades de cada uno. Y es que no se puede entender lo múltiple si previamente no se ha entendido lo uno, como no se puede entender la parte sino es desde la unidad del todo. Una multiplicidad sin una unidad es dispersión.
Una realidad sustancial
La esencia de la Hispanidad es –en efecto– una cuestión filosófica, metafísica. El Dr. Francisco Canals Vidal comenzó su obra Sobre la esencia del conocimiento[14]con la siguiente cita de Aristóteles: “toda doctrina y toda disciplina racional se genera desde el conocimiento preexistente”[15]. Dicho con otras palabras: hay cosas que no necesitan demostración.
Los que niegan la Hispanidad como una realización histórica buena y conveniente, son los mismos que niegan que existe la naturaleza y que existe la Verdad, para negar el fundamento de la familia, de la sociedad y de la moral, y para obligar a los demás a negarlo.
Aristóteles nos dice que “intentar probar la existencia de la naturaleza sería demasiado ridículo”[16]. “Y quien niega algo evidente lo hace por haber caído en las redes de las argumentaciones sofísticas o, aún peor, en las redes diabólicas que llevan al pecado de protervia”[17], que es la inclinación al mal, o la obstinación en la maldad.
Si no existiera la naturaleza y la posibilidad de su conocimiento (es decir, de la Verdad), habría que negar las leyes físicas, incluso habría que negar la posibilidad misma de negar la naturaleza. Existe la naturaleza y es posible conocerla, negarlo es absurdo. Y el conocimiento lo realiza el hombre concreto.
El Dr. Eudaldo Forment señala el origen de la reflexión del carácter personal del hombre, más allá incluso de la concepción puramente racional:
El pensamiento griego llegó a esta profunda concepción racional del hombre, pero sin referirse a su dimensión personal. Sin embargo, fue completada por la filosofía cristiana, con sus reflexiones sobre el carácter personal del hombre, suscitadas por la misma fe cristiana, cuyos misterios principales, el de la Trinidad y el de la Encarnación, están centrados en la persona[18].
El hombre, por su acto de ser, es sujeto personal, y desde ahí es la única creatura material que puede amar y conocer, y por esta ordenación de su ser, está naturalmente inclinado a la amistad, es decir, a vivir en sociedad. En efecto, esta dignidad personal radica en la imagen y semejanza de Dios, por nuestra naturaleza intelectual. Esta individualidad única e intransferible recibe el nombre de nobleza de persona. La persona tiene un rostro único. La concepción de la naturaleza por el conocimiento y el concepto de persona son herencia exclusiva de la reflexión cristiana. Esta base conceptual y antropológica es el fundamento sobre el que la Cristiandad ha transmitido aquella cosmovisión del Universo, ordenado a un fin y en cuya más alta jerarquía del mundo natural se encuentra el hombre. Éste, en lo que tiene de imagen de Dios, es digno por el hecho de ser y tiene inscrita en el corazón su ley, fundamento de todas las demás. Este principio constituiría la base de la civilización, que no se encontraría precisamente en las culturas precolombinas. La Hispanidad, en cuanto categoría histórica y, por tanto, espiritual ˗en palabras de Unamuno˗, materializaría la Cristiandad y, por tanto, el axioma civilizador en las llamadas Españas.

Desde esta premisa histórico-metafísica, la Hispanidad no sería, pues, un contrato, una decisión o una autodeterminación. Tampoco se trataría de un atentado contra el hombre en un hipotético estado de naturaleza, ni una ideología o visión política. Mucho menos una opinión. La Hispanidad sería una realidad espiritual engendrada en el intrínseco dinamismo de la historia.
Nos dice Tomás de Aquino que “todas las artes y las ciencias se ordenan a un solo fin, la perfección del hombre que es su felicidad”[20]. La persona humana –como hemos dicho– no sólo genera biológicamente, sino espiritualmente. Esta es la razón por la que Santo Tomás define la educación como la “conducción y promoción de la prole hasta el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”[21]. En este sentido, la Cristiandad o la Hispanidad como fórmula específica sería la realización histórica del “recto sentir en el horizonte de una nueva comprensión ontológica del hombre y del universo”[22]. Una base que, sin duda, alentaría y puede seguir animando la mejora de los hombres de cultura hispana, conduciéndolos a la verdadera realización de la felicidad por medio del conocimiento y del amor.
[1] Barraycoa, J., Qué es la Hispanidad, en AAVV, Cartas Hispanistas al Rey de España, Ed. SND EDITORES, Madrid 2023, p. 17.
[2] Pemán, J.M., Elogio de la Lengua Castellana, p. 170. En: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2127425
[3] Cf. Barraycoa, J., Qué es la Hispanidad, Op. Cit. p. 17
[4] Cf. Ibidem pp. 19-20
[5] Ibidem. p. 20
[6] Cf. Ibidem.
[7] Cf. Ibidem, p. 21.
[8] Ibidem, pp. 21-22
[9] Sada, A., Joseph Ratzinger frente al rechazo de la filosofía por parte de Buenaventura. Op. Cit. P. 64.
[10] Hinwood, B., The Principles Underlying Saint Bonaventure’s Division of Human Knowledge, p. 472. En Sada, A., Joseph Ratzinger frente al rechazo de la filosofía por parte de Buenaventura. Op. Cit. P. 65.
[11] Orlandis Despuig, R., Pensamientos y Ocurrencias, Ed. Balmes, Barcelona 2000, p. 369. Cf. Orlandis Despuig, R., El último fin del hombre en Sto. Tomás, Manresa. Revista de Ascética y Mística, Año XIV, Barcelona, 1942.
[12] Orlandis Despuig, R., Pensamientos y Ocurrencias, Op. Cit., p. 313.
[13]Orlandis Despuig, R., Pensamientos y Ocurrencias, Op. Cit., pp. 313-314.
[14] Canals, f. Sobre la esencia del conocimiento, Barcelona: PPU, 1987
[15] Ibidem, pág. 41.
[16] Aristóteles, Física, I, 1, 193ª 3.
[17] Tomás de Aquino (San), De Mal., q. 6, art. un., co.
[18] Forment, E., ¿Hombre y persona? en ESPÍRITU XLV (1996) 16-37, p.30
[19] Ibidem, p. 31
[20] In Metaphiysican, Proem.
[21] Tomás de Aquino. In IV Sent. d.26 q.1 a.1 in corp. Citado en Martínez, E. Persona y educación en Santo Tomás de Aquino. Madrid: Fundación Universitaria Española, 2002, pág. 143.
[22] Canals, F., Tomás de Aquino. Un pensamiento siempre actual y renovador, Ed. Scire, Barcelona., p. 217.
por Antonio Manuel Moral Roncal, historiador
que debía aumentar el bienestar, creaba armas con una capacidad destructiva cada vez mayor, produciendo heridas nunca vistas por los cirujanos anteriormente. El alejamiento de Dios favorecía pensamientos supremacistas, racistas y preparaba el camino para los totalitarismos (comunismo, fascismo y nazismo). El historiador católico José Luis Comellas analizó hace años esa época en su libro El último cambio de siglo. Gloria y crisis de Occidente (Ariel, 2004).
dadaísta Hugo Ball en 1916 admitió que el arte está más cerca de la religión que de la ciencia. Y así comenzó una lucha cultural -sobre la que hoy deberían reflexionar quienes quieren responder a la actual crisis del modelo de vida occidental- donde el catolicismo fue revalorizado en los medios intelectuales y artísticos. Ese renacimiento cultural católico en Europa tuvo su motor en Francia desde donde se irradió, apareciendo fenómenos paralelos en Gran Bretaña, Alemania y España, como bien ha observado Enrique Sánchez Costa en su libro
fenómeno que casi era único en Europa. K. Ch. F. Krause fue un filósofo alemán que no tuvo mucha importancia en su país, pero que fue impulsado por algunos liberales españoles que crearon el krausismo como un complejo movimiento intelectual, religioso y político que agrupó a la izquierda cultural. Si bien parecía que adoptaban un universo moral cristiano, lo vaciaron deliberadamente del dogma. Krause y Renan consideraron a Jesucristo como un líder religioso importante pero negaron su divinidad. Su doctrina resultaba interesante solamente por su enseñanza moral.
religiones políticas para apoyar la idea de que la humanidad fuera Dios y se salvase a sí misma, pero con ayuda de un líder mesiánico, indiscutible, apoyado en un partido único. Y fue paralela su reivindicación de la violencia como legítima y necesaria herramienta para la conquista del poder y la preparación de la nueva modernidad. En España también aparecieron profetas ligados al hermetismo, el ocultismo, el espiritismo y la teosofía, que tuvieron su época dorada en el periodo de entreguerras.
mantener la esperanza y hacer partícipes a sus lectores de la Nueva Buena. Su experiencia introspectiva le condujo a la defensa del patrimonio cultural y espiritual español, frente a las influencias francesas y europeístas. De esa manera, en su obra se aprecia su amor por lo español y castizo y fustiga a los españoles por sus carencias espirituales que derivan en la envidia, la pereza mental, clericalismo obtuso y el ateísmo irracional.
al socialismo y el materialismo, apostó por una regeneración que no pasaba por modificar solo los factores de producción sino que también abría los ojos a una concepción espiritual y cordial que tenía en cuenta el factor religioso. Sin embargo, sus dudas, su pesimismo -contradictorio con la esperanza en la fe- aumentó su desprecio y su soberbia con el paso de los años, enfrentándose con todos los proyectos políticos y con todo hasta su muerte. Sin embargo, su obra destaca por su exaltación del hijo de Dios en El Cristo de Velázquez (1920) o aquellos poemas donde se reza como himno de la Hora Intermedia del domingo de la tercera semana de la Liturgia de las Horas.
opinión, la salud de la sociedad no residía sino en la familia y en cada persona. Lo que importaba realmente en la vida era la lucha moral de cada hombre o mujer, el cultivo de la libertad interior y la responsabilidad que llevaba aparejada. Si no se educaba antes a cada persona, si no se lograba dilatar su espíritu para que pudiera acoger un sistema político más igualitario, toda cambio sería artificial, automático, visto por los ciudadanos como algo impuesto desde el exterior, y condenado a morir por ello. Y el papel de la religión resultaba parte esencial de su proceso educativo. Negó la existencia de una Cristiandad -en pleno auge de la Historia positivista y crítica con el pasado- pues nunca la había habido en la Historia humana, ni siquiera en la Edad Media -plena de violencia y desigualdad-, pues lo que había existido realmente era la Iglesia, una comunidad peregrinante de creyentes. Pero no se encerró en sus pensamientos y en sus cuartillas pues, ante el problema social existente, Maragall solicitó a los católicos de su tiempo que no volvieran a cerrar las puertas al pobre y que retornasen al fervor de la Iglesia primitiva, perseguida por el poder pero libre y ardiente de amor. Y, como dijo San Agustín, «ama y haz lo que quieras».
sociales y su relación con diplomáticos extranjeros, como el cubano Ramón Estalella. Miembro de la bohemia madrileña, conoció a la mayoría de aspirantes a escritores y artistas del reinado de Alfonso XIII. Participó en la creación de La Gaceta Literaria que fue la revista más emblemática de la vanguardia española y publicó en medios intelectuales como Revista de Occidente, La Vie des peuples o Le Mouton blanc.
biografías como Riesgo y ventura del duque de Osuna (1930). Al dominar el inglés, escribió en The Criterion, el órgano más famoso de la intelectualidad británica, y se posicionó a favor de la «nueva crítica» francesa que postulaba la misma como parte del arte y la literatura. Era necesario criticar orientando en sentido afirmativo para dotar al lector de un órgano visual más perfecto. La crítica asumía así los contornos de una atenta dirección espiritual, que no debía conformar al otro según el criterio del director, sino potenciar aquello que existía mejor en él y que, por estar todavía en ciernes, esperaba su plena realización.
Garrigues, escribiendo en ella miembros de las generaciones de 1914 y 1927. Sin embargo, su núcleo esencial fueron intelectuales católicos que se sintieron alejados del confesionalismo y se manifestaron a favor de una apertura a todos los valores del espíritu. En consecuencia, Bergamín no fue afín a postulados tradicionalistas y así lo declararon los editores de la revista, que quisieron hacer cruz y raya sobre las soluciones aportadas por el siglo XIX: el liberalismo individualista y el tradicionalismo.
espirituales desde 1907. Su retorno al catolicismo se produjo ya en 1916, camino que desembocó en su obra La crisis del humanismo (1919). Maeztu revalorizó la Edad Media frente a la ética renacentista que había perdido al ser humano al impulsarle a no sentirse pecador. Sus ideas políticas cambiaron al admitir que la autoridad se debía basar en el servicio de valores a la comunidad.
Celestina (1926) y fundó, junto a Eugenio Vegas Latapié, Acción Española, una revista quincenal de notable influencia en los medios monárquicos y tradicionales. Precisamente, varios de sus artículos en la misma formaron su Defensa de la Hispanidad (1934), donde amparó un conjunto de valores espirituales y culturales que, procedentes del tronco católico hispánico, se habían desarrollado en el árbol común hispanoamericano. Reivindicó así la España imperial de los Austrias porque había sido la España más pura y con más valores, había expandido el catolicismo y la cultura por el mundo y su semilla era evidente. Al igual que Bergamín y muchos otros, Maeztu terminó radicalizando su pensamiento y convirtiéndose, según algunos biógrafos, en un nacionalista español.