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La educación tras la independencia iberoamericana

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es victor-zorrilla-3.jpg  por Víctor Zorrilla, filósofo

     En la Indología, obra del mexicano José Vasconcelos, el tratamiento de la educación en el periodo de la independencia americana se inicia con una mención a sus grandes promotores latinoamericanos del siglo XIX[1]. Tras una breve alusión a la obra de Andrés Bello —“uno de los mayores ingenios de nuestra estirpe”— en Chile, Vasconcelos valora la obra de Domingo Faustino Sarmiento en Argentina. Considera a Sarmiento un continuador de la obra de Quetzalcóatl, el dios civilizador de los antiguos mexicanos: “Su acción se resume en una lucha franca contra la barbarie entronizada y contra el delito que queda impune sólo porque ejerce el mando el delincuente”. Sarmiento no solo vio caer a Juan Manuel de Rosas, el tirano a quien combatió, sino que tuvo ocasión de poner en práctica sus doctrinas siendo presidente de su país. Sarmiento tuvo así la fortuna de compaginar, felizmente, las virtudes del estadista y del intelectual: era —observa Vasconcelos— “un hombre acostumbrado a la acción consciente, […] que había elaborado en el estudio su programa y que en la lucha había templado la voluntad necesaria para consumarlo”[2].

     El programa de Sarmiento contemplaba la difusión de la escuela primara y la europeización de su país. Por europeizar —explica Vasconcelos— entendía Sarmiento:

imponer en la América las reglas del gobierno civilizado sobre el furor destructivo de los caudillos; castigar el asesinato, en vez de premiarlo con la presidencia; normalizar el ejercicio del voto para la designación del gobernante; dulcificar las costumbres; otorgar garantías al trabajo y a la vida; difundir la ilustración; combatir la ignorancia y extirpar la tiranía[3].

     Como se ha tratado en otro artículo, Sarmiento buscaba no la anulación, sino la elevación de la cultura americana y su integración en la civilización moderna.

     En México, la educación estuvo marcada por las figuras de Gabino Barreda y Justo Sierra. Inspirada en la doctrina positivista, la acción ilustrada del primero —llevada a cabo en el último tercio del siglo XIX— pretendió poner la educación al día con la ciencia y la filosofía del momento. Ya en la etapa final del régimen de Porfirio Díaz (el porfiriato),Las condecoraciones de Porfirio Díaz Justo Sierra consiguió formar a un cuerpo de maestros en las últimas técnicas didácticas para modernizar la enseñanza primaria: “La europeización preconizada cuarenta años antes por Sarmiento —constata Vasconcelos— comenzaba a realizarse [en México]”. Sin embargo, y como otras tentativas similares, el trabajo de Sierra no llegó a dar sus frutos. Los políticos veían en Sierra a un maestro digno de compasión por su incapacidad para prevaricar —o para ordenar una ejecución sumaria—, de suerte que estaba descalificado para el gobierno. Se le escatimaban los mínimos recursos indispensables para llevar a cabo su proyecto[4].

     Después de la Revolución mexicana (1910-1921), asumió el poder Álvaro Obregón, cuyo gobierno se planteó el proyecto de la reconstrucción nacional. Este proyecto aspiró a consumar los ideales revolucionarios edificando lo destruido por la violencia, uniendo lo dividido por el odio y superando la indiferencia y la desesperanza[5]. Por breve tiempo, ocurrió un memorable florecimiento cultural que el mismo Vasconcelos lideró como titular de la recién fundada (1921) Secretaría de Educación Pública.

     Vasconcelos entendió la necesidad de difundir la enseñanza elemental acompañada de una educación manual que permitiera al indio y al pobre mejorar sus cultivos y perfeccionarse en el ejercicio de sus oficios. Buscaba propiciar, así, un aumento de la producción con mayores beneficios para el productor:

Se trataba de obtener por medio de la educación […] una mejoría inmediata […] del bienestar, como base para una educación posterior más intensa. En [el ropaje] de los tecnicismos contemporáneos, tratábamos de reimplantar los sistemas de Vasco de Quiroga y de Pedro de Gante, el sistema educativo de los misioneros[6].

     Para tal efecto, se organizó provisionalmente un Departamento de Educación Indígena que contaba con un cuerpo de “profesores misioneros” que recorrieron regiones indígenas apartadas, “las más abandonadas del país”, al decir de Vasconcelos, educando sobre los usos de la civilización, orientando en lo relativo a las prácticas higiénicas y suscitando el interés por ilustrarse. Se emprendió, además, una campaña de alfabetización a gran escala[7], de organización improvisada pero Gabriela Mistral, 130 años de una poeta revitalizada y claves de por qué es  un símbolo - WMagazíncontando con la colaboración de voluntarios —maestros, pero también intelectuales, poetas y profesionales— incitados por el prestigio intelectual y la autoridad moral de Vasconcelos. Famosamente, la escritora chilena Gabriela Mistral participó en la campaña recorriendo sierras y bosques como “misionera cultural”, además de editar sendos volúmenes de Lecturas clásicas para mujeres y Lecturas clásicas para niños, este último con la colaboración de otros intelectuales mexicanos.

     Además de estos proyectos auxiliares de carácter provisional, la nueva Secretaría de Educación Pública se dividió, para el ejercicio de sus funciones fundamentales, en tres departamentos: el Escolar, el de Bibliotecas y el de Bellas Artes. El Departamento Escolar se propuso lograr la coherencia de los planes, los grados y métodos. La enseñanza se inspiró en lo que se dio en llamar la educación para el trabajo o la Escuela del trabajo. Se amplió la oferta de estudios para abarcar la práctica de oficios: desde las escuelas hasta los centros de educación superior integraron cursos y talleres de corte, costura, industrias químicas, empaques, cocina y manufacturas de distintos tipos. Se abrieron escuelas técnicas en varias ciudades para la enseñanza de la albañilería, la plomería, la carpintería, la electricidad y la mecánica. En estas mismas escuelas se celebraban ejercicios deportivos en los patios; había bibliotecas donde se hacían lecturas colectivas; se formaron coros y orquestas de alumnos. En la Escuela de Ciencias Químicas de Tacuba se enseñaban industrias como vidriería, cerámica, destilaciones del petróleo, ensayo de minerales y curtiduría, entre otras. A las escuelas elementales del ámbito rural se agregaron huertos y cría de animales domésticos. Con todo ello, se buscó ampliar el abanico de opciones profesionales, combatiendo —explica Vasconcelos— el “profesionalismo clásico y calamitoso de abogados y médicos”[8].

     Por su parte, el Departamento de Bibliotecas tuvo a su cargo la conservación y el fomento de las bibliotecas estatales, algunas de las cuales databan de la época virreinal, además de la creación de modernas bibliotecas públicas. Se inició un programa de bibliotecas ambulantes que, a lomo de mula, iban por la sierra de poblado en poblado. Se fundaron, asimismo, bibliotecas infantiles bellamente decoradas. Se emprendió la publicación de libros elementales de lectura, folletos educativos y material para la enseñanza de las primeras letras. Se inició también un ambicioso programa de edición de clásicos en formato popular. Llegaron a publicarse versiones castellanas de la Ilíada, la Odisea, la Divina Comedia, los Evangelios y el Fausto de Goethe, así como obras de Esquilo, Eurípides, Platón, Plutarco y Plotino. En colaboración con las Sociedades Obreras, el Departamento de Bibliotecas creó cientos de salas de lectura en ciudades, pueblos y aldeas.

     Por otra parte, el Departamento de Bellas Artes tenía a su cargo la enseñanza y el fomento de la música y las artes visuales. Se renovaron instituciones venerables, algunas de la época del Imperio, como Academia de Bellas Artes de San Carlos. Vasconcelos comprendió que todo el programa de educación pública “era visto en aquellos momentos como la primera manifestación de conciencia y de actividad constructivaQué se fractura en la Academia de San Carlos? de la revolución”. Para que el arte llegase a reflejar la intensa vida cultural del momento, convocó a los artistas para proponerles el proyecto de un arte para las masas a través de la decoración mural[9]. Además de pintarse murales en edificios públicos, se recuperó el arte casi perdido del azulejo y del vitral. Se fomentó la pintura al aire libre, convirtiendo las cátedras en talleres donde también se enseñaba a obreros y estudiantes. Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco formaron parte de este gran movimiento artístico. El pintor Adolfo Best creó un método para la enseñanza del dibujo en las escuelas primarias basado en motivos del arte indígena[10].

     El Departamento de Bellas artes fomentó también la música, reorganizando la Sinfónica Nacional y fortaleciendo el Conservatorio Nacional de Música. Lo mismo que la pintura, la música se trasladó al aire libre, presentándose conciertos y bailables en plazas y parques. Un festejo en una escuela sugirió a Vasconcelos la renovación del baile folclórico nacional:

La observación de una fiesta escolar del tipo antiguo me había hecho comprender la irremediable fealdad de aquellos espectáculos en que niñas indígenas de color moreno subido bailaban minuetos con peluca Luis XV. Pensé que cada raza se ve favorecida en el aspecto físico cada vez que se adorna con aquellos artificios que van más de acuerdo con su tipo, su color y su ambiente y que por lo mismo era una injusticia presentar a nuestras niñas con aquel ridículo disfraz de damas de Versalles […]. Resolví entonces ensayar el uso de los trajes nacionales más pintorescos […]. El éxito fue […] rotundo. Se aceptó que aquello era lo natural[11].

     A raíz de esta experiencia, se estableció una Dirección de Cultura Estética encargada de promover la enseñanza de la música, el baile, la gimnasia y el deporte. Esta dirección creó coros y cuerpos de danzantes para presentarse en lugares públicos a la intemperie. La única limitación impuesta era que había que cantar en español canciones nacionales, españolas y latinoamericanas. La misma orientación se impuso a los bailes. Se promovió también el teatro para las masas, en grandes salas y en lugares abiertos: “Buscábamos un arte […] que se desenvolviera al aire libre, único sitio propio del arte de verdad. Queríamos sacar el arte de las cuevas septentrionales que son los teatros modernos para colocarlo otra vez bajo el cielo”[12].

     Se habilitó un local abandonado en un barrio pobre como centro para el canto y el baile. Se trataba de la colonia de la Bolsa, explica Vasoncelos:

La barriada más enemiga de la policía y la más miserable de […] la muy miserable ciudad de México […] a solo veinte calles de los pavimentos de asfalto, por donde pasean su lujo insolente los funcionarios de un pseudobolchevismo arrogante y asqueroso[13].

     Se pusieron techados en el local —el dinero no alcanzó para poner pisos, por lo que muchas clases se quedaron con su pavimento de tierra—; se introdujeron agua potable y baños. Los maestros llegaron provistos de tratamientos para piojos y máquinas para cortar el pelo. En lugar de llevar médicos —“se habrían contentado con clasificar a aquellos niños como anormales”—, se estableció ahí el primer servicio de comidas escolares gratuitas. “La inspiración era tolstoyana más que científica —explica Vasconcelos—. Creíamos en la buena agua y el buen pan y en la bendición que recae sobre la vida del justo”. Se dieron clases de lectura, escritura, matemáticas, geografía e historia. También se enseñaba costura, la cría de animales y el cultivo de la tierra. Se construyó una pequeña biblioteca. Los sábados, los padres de los chicos se presentaban, invitados por los profesores, y se les daban escobas para limpiar las cercanías. Después de barrer, se reunía a todos en un galerón donde se adaptó un tablado y un cinematógrafo. Se ofrecían proyecciones cinematográficas destinadas a atraer a la gente; poco a poco se fueron organizando coros, bailes y representaciones teatrales. Desafortunadamente —lamenta Vasconcelos—, el éxito de ese centro fue su perdición. Al usarlo como pretexto para su propaganda malintencionada, los políticos acabaron por corromperlo. Quisieron lograr:

que aquella obra apareciese como resultado de la política obrerista de quienes jamás se habían molestado en ir a enterrar las ruedas de su automóvil por aquellos pantanos insalubres de la abandonada pobrería[14].

     Vasconcelos termina su repaso de la historia de la educación hispanoamericana con una reflexión en torno a la dimensión continental de la obra educativa y sobre su sentido último. Como en toda la Indología y el resto de su obra, Vasconcelos aboga por una La educación pública como logro de la Revolución | Letras Libresperspectiva no nacionalista —o mexicanista en sentido estrecho— sino iberoamericana. Según Vasconcelos, solo desde esta perspectiva amplia puede empezar a recuperarse la dimensión transcendente que supone todo sistema acabado de educación. Sin proponer el retorno a una educación confesional determinada, Vasoncelos advierte contra el peligro de los excesos del laicismo:

El laicismo de nuestra enseñanza le quita quizás la más fuerte, la más fundamental, la más elevada de todas las inspiraciones humanas: la inspiración religiosa y trascendental, sin la cual no hay cultura, ni hay arte, ni hay poder. No podemos tampoco ni debemos abandonar el laicismo […]; pero sí debemos vigilar que nuestro laicismo no se trueque en hostilidad y negación de la idea religiosa[15].

     En este punto, Vasconcelos cita el ejemplo de los Estados Unidos, cuya fuerza radica en su puritanismo, el cual supone “valores más firmes que los que da la tierra”. Por el contrario —lamenta—, el ateísmo estrecho que ha sucedido a la decadencia de la doctrina católica constituye una de las causas principales del atraso latinoamericano. Las aspiracionesBiografia de José Vasconcelos humanas más profundas no se satisfacen con ideologías reductivas que presentan una noción trunca de la realidad[16]. Hay que considerar cómo las personas darán sentido a sus vidas una vez que hayan mejorado su bienestar. Una pretendida educación —sostiene— que no ofrezca respuestas a esta pregunta esencial no es cabalmente una educación. Sin caer en dogmatismos, la educación debe orientar y encaminar a las personas para que descubran, por sí mismas, la verdad en plenitud. En cualquier caso —sugiere Vasconcelos—, nuestros pueblos necesitan, aún antes que la teoría, una purificación del ambiente moral: “La educación se inspira en Quetzalcóatl y Quetzalcóatl no reina, no se asienta, allí donde impera Huitzilopochtli el sanguinario. Destronemos primero a Huitzilopochtli”[17]. Con esta exhortación alusiva a los dioses precolombinos antagónicos, Vasconcelos cierra sus reflexiones sobre la lucha —aún vigente— por liberar a los pueblos iberoamericanos del atraso, la violencia y la barbarie.

[1] Este artículo constituye la tercera entrega de una serie sobre el libro Indología del pensador mexicano José Vasconcelos. Pueden verse aquí las entregas anteriores: Primera entrega, Segunda entrega.

[2] José Vasconcelos, Indología. Una interpretación de la cultura ibero-americana, Agencia Mundial de Librería, Barcelona, s/d [1926], p. 147-148.

[3] J. Vasconcelos, Indología, pp. 148-149.

[4] J. Vasconcelos, Indología, pp. 153-155.

[5] María del Pilar Macías Barba, “José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet. Historia, trayectoria y vocación común”. Revista Interamericana de Educación de Adultos 33,2 (2011), pp. 9-22, aquí p. 20.

[6] J. Vasconcelos, Indología, p. 159. Sobre el sistema educativo de los misioneros, véase la segunda entrega de esta serie.

[7] J. Vasconcelos, Indología, pp. 159-161. Véase: Ma. del Pilar Macías Barba, “José Vasconcelos”, pp. 16-17.

[8] J. Vasconcelos, Indología, pp. 161-163.

[9] “Llamé a todos los pintores para pedirles que dejaran por unos años el arte del cuadro para salón y el retrato y se ocuparan de la gran decoración mural. Públicamente tildé de arte burgués y mediocre toda aquella obra de gabinete y comenzamos a fomentar la pintura al aire libre y la decoración mural”. J. Vasconcelos, Indología, pp. 170-171.

[10] J. Vasconcelos, Indología, pp. 170-175.

[11] J. Vasconcelos, Indología, pp. 178-179.

[12] “Así —continúa Vasconcelos—, los asuntos mismos se ennoblecerían. Todo este arte teatral contemporáneo con ambiente de alcoba y conflictos de vida promiscua y afeminada se regeneraría y se enaltecería. En lugar del asunto psicológico que murmura a puerta cerrada, la tragedia que grita a la faz de la creación; en lugar del problema casero, el problema humano; en vez de la agudeza y la ironía que conducen a la degeneración, los destellos de la esperanza y los clamores de la verdad, que conducen al heroísmo”. J. Vasconcelos, Indología, p. 181.

[13] J. Vasconcelos, Indología, p. 182.

[14] J. Vasconcelos, Indología, pp. 182-184.

[15] J. Vasconcelos, Indología, p. 190.

[16] Recuérdese que Vasconcelos —junto con otros intelectuales de su generación— se propuso superar las limitaciones doctrinales del siglo XIX, representadas sobre todo por el positivismo y el utilitarismo.

[17] J. Vasconcelos, Indología, pp. 190-191.

La educación pública en la América hispana

 por Víctor Zorrilla, filósofo

   Al igual que Domingo F. Sarmiento, Vasconcelos puede considerarse esencialmente un educador. Sin demérito de su calibre intelectual, ambos pensadores dedicaron sus mejores esfuerzos no a la discusión en los ambientes eruditos o científicos de su época sino a la educación de sus compatriotas. Entendieron que la labor de un intelectual público en Iberoamérica debe consistir no solo en el debate de las ideas o temas del momento sino también, y sobre todo, en la elevación de las masas, asumiendo ambos cabalmente esta responsabilidad.

    En continuidad con el tema considerado anteriormente [ver aquí], me centraré en otro punto de interés del casi centenario libro de José Vasconcelos, Indología (1926): su discusión sobre la educación en el mundo hispanoamericano. Me centraré aquí en el periodo colonial, dejando para futuras entregas la historia posterior.

    En su tratamiento de la educación pública, Vasconcelos parte de la historia de Quetzalcóatl. En algunas mitologías prehispánicas, se identificaba a Quetzalcóatl con un personaje ilustre que, venido de lejos, enseñó las artes y reformó las costumbres. Distinguióse por suQuetzalcóatl - Wikipedia, la enciclopedia libre virtud y su ciencia. Reuniendo discípulos, desarrolló las industrias y mejoró la convivencia. A la postre, el pueblo le entregó el poder para que organizara el estado y dirigiera la educación. Se dio entonces un periodo de claridad, una edad de oro de la cual procedió lo bueno que tuvieron los aztecas.

    Posteriormente, sin embargo, la influencia de Huitzilopochtli, el dios sanguinario, prevaleció de nuevo, hundiendo a la sociedad azteca en la locura homicida de su etapa final. En tiempos de Moctezuma, la derrota de Quetzalcóatl era definitiva. No había instrumento del estado que asumiera la función educativa, ni colegios civiles o religiosos. La crueldad era la ley. No podía Por qué Moctezuma II bailó vestido de mujer? | Muy Interesantedesarrollarse la cultura, la industria ni el espíritu de invención allí donde todo quedaba a merced de la fuerza y servía a los intereses de una casta de guerreros ignorantes y sanguinarios. Estos —los caballeros tigres y los caballeros águilas, antecesores de los caudillos— desterraron a Quetzalcóatl, arrojándolo al mar de donde había venido. Sobre los escombros de las escuelas y de las artes levantaron el símbolo de la macana destructora, figura de la espada de ayer y del rifle de asalto de hoy.

   El mito de Quetzalcoátl constituye para Vasconcelos un testimonio de la antigüedad del esfuerzo por redimir a las poblaciones americanas de la miseria y la ignorancia. El culto que inspira la memoria del personaje se le ofrece como un motivo de esperanza. El ideal que este representa ha sido asumido y perseguido por personas y grupos desde entonces, aunque nunca con éxito cabal ni duradero.

En realidad, la educación pública como esfuerzo organizado y sistemático se inicia en el continente americano —sostiene Vasconcelos— con el trabajo de los misioneros católicos. La orden franciscana, vigorosa y pura tras su renovación en Europa; la orden dominicana aún no manchada de intransigencia; y más tarde la orden jesuítica, antes de que la perdiera la sed de poder, son las Facebookprecursoras y fundadoras de la cultura hispanoamericana. Además de propagar una fe religiosa, los misioneros enseñaron a leer y a escribir, difundieron un idioma, transmitieron las técnicas europeas y llevaron a cabo una labor social cuyos efectos perduran. Su mérito resalta aún más si se considera el estado de las poblaciones en las que desarrollaron su labor. Generalmente, el misionero —formado casi siempre en las mejores universidades europeas— se las había con salvajes muy primitivos como los californios, o bien con masas tan decaídas por la larga servidumbre que rara vez conocían otro oficio que el de suplir a las bestias de carga, inexistentes en la América precolombina. Ni la baja condición material y cultural de las poblaciones, ni la falta de instrumentos, ni el desierto y la pobreza de algunas tierras amedrentaron a los misioneros. Vasconcelos alega que hay regiones que nunca recuperaron su prosperidad desde que ellos tuvieron que abandonarlas.

   El misionero se adentraba en la tierra desafiando el justo rencor de las poblaciones recién ofendidas. Tenía que vencer el recelo, el prejuicio, la indiferencia y después la incapacidad de la gente y los obstáculos de la tierra. Debía empezar por construir casa, pero, como era hombre en grande, en lugar de acomodar sus necesidades a la choza se determinó a construir paredes en el desierto. Desde California hasta Argentina se conservan ejemplares de esta arquitectura sólida, bien arraigada en un medio precario y hostil.

    Además de la vivienda, el misionero hubo de resolver el problema del sustento. Tampoco aquí se conformó con los peces de las lagunas, la caza del monte ni los frutos del campo. El misionero se sabía portador de una cultura que hizo arraigar en su nuevo hogar, cultivando cereales, frutas y legumbres en regiones donde nunca antes se había practicado la agricultura. Las vides que después enriquecieron a California y a Chile fueron plantadas, originalmente, por manos misioneras. Paralelamente, el misionero importó animales domésticos y enseñó al indígena su cría. Algunas bestias suplementaron la alimentación o aportaron material textil. El burro, por su parte, permitió al menos iniciar la liberación del indio de la más dura de sus faenas.

Los misioneros de Baja California, los emprendedores del vino en Suramérica. - CataDelVino.com

    En la misión, el día se empleaba en las tareas del campo y en el trabajo de albañilería. Al caer la tarde, la misión se convertía en escuela donde se enseñaban artes y oficios, música, letras y religión. Periódicamente, la misión servía de fortaleza para la defensa contra las tribus insumisas, debiendo luchar por su existencia. Tras el asalto, y después de curar a los heridos, los prisioneros —fusilados en épocas posteriores, en otros contextos— eran educados, convertidos e incorporados a la vida de la comunidad. Vasconcelos recuerda que en las escuelas de Vasco de Quiroga, fundadas cuatro siglos atrás en Michoacán, se enseñaban oficios de los cuales aún viven los indios. En su labor como educador, Vasconcelos reconoce haberse inspirado, así, en “los lineamientos de una escuela útil al pobre y capaz de remover todas las capacidades de una raza”[1].

    Se ha acusado a los misioneros de acabar con las culturas indígenas al derruir sus monumentos —cuando los había— y extirpar sus tradiciones. Desde luego —admite Vasconcelos—, mucho destruyó la ignorancia y brutalidad de los conquistadores, al igual que el celo excesivo y estrecho de algunos religiosos. Sin embargo —recuerda—, lo que se ha salvado, se salvó gracias a los predicadores. Más aún, las investigaciones que muchos de ellos realizaron de las lenguas y culturas indígenas han fungido como fundamento de cuanto se ha estudiado al respecto desde entonces.

    Por lo demás —alega Vasconcelos—, es imposible destruir una cultura si esta es vigorosa, sobre todo a través de la conquista militar. Cuando un conquistador que no trae más que violencia triunfa frente a una cultura superior a la suya, suele ser absorbido o, al menos, influido por ella. Vasconcelos cita los ejemplos de China e India, sofisticadas culturas que supieron civilizar a sus invasores. Ahora bien, en la temprana modernidad, casi nada había comparable con la cultura europea del renacimiento. En la primera mitad del siglo XVI, España era en muchos aspectos la avanzada de esta cultura, entre cuyos representantes y promotores se encontraban los frailes misioneros. Es cierto que las cosmovisiones indígenas fueron reemplazadas o, por lo menos, severamente modificadas[2]. Vasconcelos sostiene que tal reemplazo se hizo con ventaja. De no haber sido así, el indio americano quizá habría tenido que retirarse a reservas al estilo anglosajón, o hubiera sido objeto de perpetua sumisión y de exterminio periódico como en algunas colonias europeas del momento. En el mejor de los casos, el indio viviría aislado en las serranías y desiertos, sin acceso a la sociedad y la cultura de las que hoy participa y a las cuales enriquece.

    Si la preclara labor de los misioneros carece de paralelo y no ha sido superada en América, ni quizá en lugar alguno, ¿por qué no consiguió, al fin, vencer el atraso y la ignorancia? Las misiones desaparecieron después de algunos siglos de admirable labor, dejando atrás semilla excelente, pero no una obra culminada. Vasconcelos considera que la inmensidad misma de la tarea agotó a varias generaciones de apóstoles, dejando el proyectoJesuitas, fuera de aquí: el día que España dio la patada a los progresistas inconcluso. A la decadencia del personal se agregaron las trabas burocráticas y la avaricia de terratenientes y funcionarios. El golpe de gracia lo dio la expulsión de los jesuitas en 1767. Por su parte, el clero secular rara vez tuvo una relación ejemplar con los indios. Y la administración española mal podía proveer de escuelas a las colonias cuando no las proveía a la metrópoli.

    A pesar del abandono en que cayó la educación popular en los últimos años del virreinato, a lo largo del siglo XVIII florecieron ilustres universidades y colegios de segunda enseñanza. En Perú, Ecuador, Colombia y México hubo grandes edificios —a los que tenía acceso el criollo lo mismo que el indio— en los que se cultivaban las humanidades, las ciencias, la arquitectura, la literatura y la música, y donde se produjeron obras y publicaciones que se cuentan entre las más importantes de la historia intelectual de Hispanoamérica. Se ha acusado a tal educación de estrechez doctrinal e intolerancia. Aun así, los próceres de las independencias proceden casi todos del colegio español. “Nuestros libertadores —señala Vasconcelos— tomaron de dichos centros el nervio de su pensamiento, el hálito generoso y universal de sus doctrinas y la intención humanitaria de sus sacrificios”[3]. También es verdad que estas instituciones no consiguieron divulgar la cultura entre las masas populares. Pero ¿cuáles otras de la época acertaron a hacer tal cosa? En cambio, sin los Institutos de Ciencias, las universidades y los seminarios, Hidalgo, Morelos, Sucre y Santander hubieran sido poco más que analfabetos.

    El tratamiento vasconceliano de la educación en el periodo colonial posee la virtud de rescatar los elementos valiosos de la misma sin ignorar sus deficiencias. Como hombre de acción —fue el Nace la Secretaría de Educación Pública - Gaceta UNAMprimer Secretario de Educación del México postrevolucionario—, Vasconcelos se inspiró en el ideal misionero de una escuela que proporcionara al pobre medios de vida a través del aprendizaje de oficios y que, además de formarlo intelectualmente, desarrollara su sensibilidad estética. Tocaremos este aspecto de la labor vasconceliana en una entrega posterior.

[1] José Vasconcelos, Indología. Una interpretación de la cultura ibero-americana, Agencia Mundial de Librería, Barcelona, s/d [1926], p. 143. “Por muy numerosos que sean ya los elogios que se han hecho de la labor de estos varones ilustres [los misioneros] —sostiene Vasconcelos—, nunca se habrá dicho bastante. Se les podría tomar como modelo para el fomento de la civilización en cualquier región de la tierra, y entre nosotros no creo que sea posible ni atinada una labor educativa que no tome en cuenta el sistema de los misioneros, sistema cuyos resultados no sólo no se han podido superar, pero ni siquiera igualar”. J. Vasconcelos, Indología, p. 141.

[2] “En nuestras tierras, por desgracia, no había elementos para competir, mucho menos para sobreponerse a una civilización cristiana”. J. Vasconcelos, Indología, p. 144.

[3] J. Vasconcelos, Indología, p. 146.

Propiedad y progreso social en América

 por Víctor Zorrilla, filósofo

   Como otras obras de José Vasconcelos, la Indología se nutre copiosamente de la experiencia vital y la imaginación del autor[1]. Publicado en 1926, el libro nace de una serie de conferencias dictadas por el pensador mexicano en algunas ciudadesResultado de imagen de jose vasconcelos iberoamericanas tras autoexiliarse de su país. El subtítulo promete una “interpretación de la cultura ibero-americana”. Como en su momento señalara José Carlos Mariátegui, el contenido del libro sobrepasa lo indicado en este rótulo, pues se trata no solo de una interpretación sino del planteamiento de un proyecto. Como había señalado poco antes en su Raza cósmica, Vasconcelos considera a la América Latina como la sede del mestizaje universal que habría de dar lugar a la raza humana definitiva y a una nueva civilización mundial. Estos motivos son retomados y desarrollados creativamente en Indología.

   Con todo y su componente romático, Indología no rehúye el enfrentamiento con los temas más escabrosos de la realidad social, política y económica del mundo iberoamericano. El doloroso contraste entre los atrasados países hispánicos y la triunfante Norteamérica es tema frecuente de las reflexiones vasconcelianas, como lo es también el prepotente intervencionismo estadounidense —algunas conferencias fueron dictadas en el recién invadido Puerto Rico—. Aun así, el espíritu generoso de Vasconcelos le permite tratar estos lacerantes temas del momento con ecuanimidad y actitud ecuménica: la cultura anglosajona, junto con la latina, va incluida en el proyecto civilizador que él vislumbra para el continente.

   En esta entrega y las subsiguientes, tocaré algunos puntos de interés de este libro, que mantiene su poder sugestivo a casi cien años de su composición.

   Primeramente, merece destacarse el recuento y la valoración que Vasconcelos hace del proceso de dominación y aprovechamiento de las tierras americanas. Como en el resto de las zonas civilizadas del planeta, tras un largo periodo primitivo de caza y recolección, se establece en América la agricultura. Con ella, se genera un bien que nunca había gozado el salvaje, dependiente siempre de los ciegos ciclos naturales: los excedentes de producción. Estos permiten, según Vasconcelos, la creación de la cultura propiamente dicha. Al filo del trabajo agrícola se desarrolla una incipiente organización social. Dado que la cría de animales domésticos casi no floreció en América, Vasconcelos omite la época pastoril y se centra en las dos principales civilizaciones agrícolas que existían al tiempo de la Resultado de imagen de montezumallegada de los españoles: los aztecas y los incas. Los aztecas tenían establecido lo que hoy llamaríamos un régimen político-militar: el soberano debía su poder a la victoria de las armas; las tierras le pertenecían bien por dominio directo, bien a través del tributo impuesto a los súbditos. Al parecer, cierto comunismo primitivo subsistía en las márgenes de los poblados, pero las mejores tierras pertenecían a grandes señores, allegados del monarca, militares de alto rango y cortesanos. Como en toda autocracia, el derecho de propiedad, así como el de vida o muerte, estaba sujeto —al igual que todo lo demás— al capricho del déspota.

   Sin embargo —y a diferencia de lo que ocurre en nuestro mundo tecnológico hiper-vigilado—, en aquel contexto ni el tiempo podía alcanzar a un hombre para molestar a todos sus súbditos. De ahí que —según Vasconcelos— los pueblos que no pueden o no quieren darse un gobierno propio prefieran concentrar todo el poder en un solo hombre a quien —repartiendo entre muchos la carga— se puede cebar con lujos palaciegos —manjares, mujeres— para que estorbe lo menos posible la vida de la población trabajadora. Esto hicieron los aztecas con Moctezuma y, aparentemente, también los peruanos con sus obesos emperadores.

   La existencia de un régimen de propiedad basado en el derecho hubo de esperar a la llegada de los españoles, quienes introdujeron un sistema derivado de la tradición romana. Las zonas comunales se reservaron para los pueblos de indígenas, mientras que las demás tierras se incorporaron al régimen de propiedad individual. Sin embargo, la interpretación española del derecho romano otorgó la propiedad originaria a la Corona, haciendo depender la propiedad privada de la merced real. Esta variante española del régimenResultado de imagen de conquista española de mejico romano de propiedad —señala Vasconcelos— poseía caracteres “antieconómicos y feroces” que habían sido ya casi del todo superados en Europa. De entrada, la encomienda dio lugar a un régimen efectivo de esclavitud encubierta. Además, derivar todo dominio de una merced real era una práctica degradante que producía servilismo o rebeldía, pero en ningún caso podía, según Vasconcelos, generar un estado fuerte.

   Así, el régimen de propiedad se convierte para Vasconcelos en poderoso factor explicativo —ya que no el único— del atraso de los países latinoamericanos respecto al vecino del norte. En Estados Unidos nunca hubo un rey que concediese mercedes. Cada cual pagaba el precio de su tierra y no ocupaba sino la extensión que podía cultivar. Así, en lugar de encomiendas hubo cultivos, y en vez de una aristocracia guerrera y agrícola, con timbres de turbio abolengo real, abolengo cortesano de abyección y homicidio, se desarrolló en el Norte una aristocracia de la aptitud, que es lo que se llama democracia, una democracia que en sus comienzos no reconoció más preceptos que los del lema francés: libertad, igualdad, fraternidad.[2]

   Los colonos del norte conquistaron la selva, pero no permitieron que el capitán victorioso se apoderase de grandes extensiones. Estas tampoco quedaban a merced del monarca para repartirlas a su arbitrio, creando con ello una “nobleza de doble condición moral: lacayuna ante el soberano e insolente y opresora del más débil”[3].

   Los defectos del sistema de propiedad español —continuación, acaso mitigada, de los autocráticos regímenes precolombinos— persistieron en las repúblicas independientes a través de los sombríos regímenes de los caudillos. Los líderes originales de las independencias hispanoamericanas —Sucre, Bolívar, Hidalgo, San Martín— sucumben en la lucha o son retirados del gobierno a pocoAntonio Lopez de Santa Anna c1853 (cropped).png de terminada la campaña. Al final, el mando recae en oportunistas que al principio arriesgaron poco o nada y que, movidos por la ambición, se montaron después al carro del éxito. Así, los gobiernos militares que surgieron de las revoluciones de independencia —Rosas en Argentina, López de Santa Anna en México— no hicieron más que continuar el viejo sistema de las mercedes reales. Los caudillos terminaron como hacendados.

   Vasconcelos deplora que, aun en el México de su época, los líderes de la Revolución Mexicana (1910-1921), una revolución autodenominada “agraria”, se hayan convertido en latifundistas —“Cresos usando el antifaz de Espartaco”[4]—. No era esa, sin embargo, la intención original de la revolución de 1910 ni de las Leyes de Reforma (1855-1860) del gobierno de Juárez. Ambos movimientos intentaron, según Vasconcelos, evitar la trampa del falso progreso, consistente en aumentar el mero volumen de las exportaciones mientras los campesinos y jornaleros languidecían en el atraso y la miseria. Vasconcelos lamenta que, además de vencer las dificultades interiores señaladas, en su época la reforma agraria tenga que vencer la resistencia del imperialismo económico norteamericano, “moderno equivalente de la antigua encomienda colonial”. Mientras no se resuelva el problema agrario con la debida solvencia técnica y en vistas al bien común —advierte—, se saboteará el progreso y se repetirá la experiencia mexicana, con revoluciones y brotes sangrientos en las regiones de Latinoamérica donde prevalezca la injusticia.

   Mariátegui insinúa que el socialismo es la solución que Vasconcelos propone para resolver el problema agrario. Si bien es cierto que, en la Indología, Vasconcelos se autodenomina “socialista” en un par de ocasiones, en el tratamiento del problema de la tierra no hay mención alguna del socialismo. Ciertamente, el autor considera, como se ha visto, que un régimen de propiedad que favorece la acumulación y el monopolio está en la raíz de los males sociales y económicos que han aquejado a los países latinoamericanos desde antiguo:

Consiste este régimen en que las tierras más extensas y más ricas pertenezcan […] no al cultivador, ni al pequeño propietario, sino al encomendero, al concesionario y en los tiempos que corren al trust. De esta suerte pasan los siglos y los sistemas de cultivo mejoran y se introduce el arado de motor y las grandes maquinarias […], pero el peón y el bracero no dejan de ser esclavos de su miseria; […] de allí resulta la situación inhumana de que mejoran los implementos y se enriquece más el propietario y aun las mismas bestias de labranza engordan, pero el campesino asalariado sigue tan oprimido y tan paria, como en los días del desembarco del primer conquistador; como en los días de Moctezuma o del Inca, cuya presencia hacía temblar.[5]

   En lugar del latifundismo, Vasconcelos propone el establecimiento no del socialismo sino de un régimen de pequeña propiedad: “Sin una colmena de pequeños propietarios no se concibe, no se consolida la grandeza de los Estados”[6]. Fiel al carácter de su obra, Resultado de imagen de tierras parceladasse abstiene de entrar en detalles técnicos. Desde luego, podría replicarse que la moderna agricultura industrial, con sus rendimientos superiores, requiere de fuertes inversiones en maquinaria e infraestructura —como el mismo Vasconcelos reconoce en el pasaje citado—, las cuales, al suponer grandes extensiones, resultan inviables en un mosaico de pequeñas propiedades (que se reducirían, por necesidad, a una agricultura de subsistencia). Vasconcelos es consciente de que la compejidad del asunto supone que cada caso deba estudiarse y manejarse con una sofisticación técnica que excede el ámbito de su trabajo, reconociendo que el problema requiere en ocasiones de grandes inversiones de capital y a veces solamente de “leyes y arreglos inteligentes”. Con todo, se sostiene el clamor vasconceliano por una situación secular que ha enriquecido casi exclusivamente al gran propietario —tlatoani, encomendero, hacendado o empresario capitalista— mientras relega al campesino a la marginación y la miseria.

   La consideración vasconceliana del problema de la tierra no se reduce a sus aspectos históricos ni técnicos. Consciente de que no puede ser vigoroso ni completo un ideal que persiga solo fines materiales, Vasconcelos señala que la tierra, además de proporcionarle sustento, permite al hombre —en cuanto escenario y paisaje— ensanchar la vida a través de la contemplación y la exaltación de la personalidad: “de la tierra nos viene […] esa especie de energía mística que nos deleita y nos envuelve en el todo y acrecienta nuestro anhelo de superar la existencia”. De ahí la necesidad de liberar al paisaje del dolor humano que carcome su entraña para que este se nos manifieste “purificado, sonoro y luminoso, vibrante de un anhelo que contagie y fortalezca nuestra propia aspiración de subir”[7]. Las reflexiones de Vasconcelos se constituyen, así, en una invitación a procurar, ju3nto con el progreso económico, un auténtico desarrollo social que permita sentar las bases de un crecimiento humano integral. Ello nos dirige hacia otro importante tema tratado por Vasconcelos en la Indología como en otras obras suyas, la educación, que será objeto del siguiente artículo de esta serie.

 

[1] A propósito de la Indología, José Carlos Mariátegui dirá que el “pensamiento de Vasconcelos afronta los riesgos de los más intrépidos vuelos; pero se complace siempre en retornar a la naturaleza y a la vida, de las cuales extrae su energía”. José Carlos Mariátegui, “‘Indología’ por José Vasconcelos”, https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/temas_de_nuestra_america/paginas/indologia.htm. Esta página consigna la publicación original de este texto de Mariátegui en “Variedades, Lima, 22 de Octubre de 1922”. Sin embargo, en sus escritos autobiográficos, el mismo Vasconcelos afirma haber publicado la Indología en 1926. Las ediciones de la época carecen de fecha.

[2] José Vasconcelos, Indología. Una interpretación de la cultura ibero-americana, Agencia Mundial de Librería, Barcelona, s/d [1926], p. 58.

[3] Ibid.

[4] Vasconcelos, Indología, p. 60.

[5] Vasconcelos, Indología, p. 60-61.

[6] Vasconcelos, Indología, p. 62.

[7] Vasconcelos, Indología, p. 64.