por Fernando Riofrío, filósofo
La filosofía merece ser llamada con propiedad ciencia de la verdad. Aristóteles hace esta afirmación en el contexto de las reflexiones que le suscita la comparación entre las realidades que resultan más familiares a nuestros poderes cognitivos, pero que a la vez son menos inteligibles por su misma naturaleza, con aquellas otras que son más difíciles de conocer por nuestra inteligencia. De este modo, destaca la problemática de comprensión intelectual de lo real y de la posesión de la verdad.
Ciertamente, Aristóteles demuestra que la verdad en grado máximo es conocida al analizar las causas primeras, ya que toda ciencia llega a entender científicamente su materia de estudio indagando sus causas. De ahí que la verdad comparezca en el intelecto y, más propiamente, en el conocimiento científico, a partir de la filosofía primera.

Así las cosas, Aristóteles empieza haciendo una aproximación inicial a la causalidad ejercida por las cosas que poseen una cualidad en grado máximo, que es transmitido a otras cosas que la poseen parcialmente. El ejemplo que nos ofrece es el del fuego. Éste es causa de una propiedad ˗el calor˗ que transmite a otros cuerpos, dándoles la misma cualidad específica que aquél ya tiene. Dado que el fuego es el elemento que causa el calor, que transmite a otros cuerpos, es necesario que se encuentre con mayor intensidad en el fuego. El ejemplo resulta útil como paso preliminar de su procedimiento metafísico, que conduce a demostrar que hay alguna realidad que es máximamente verdadera por ser máximamente ser. Y es que existe una máxima verdad y un máximo ser, que lo es por ser la causa de la verdad y el ser de las demás cosas. En efecto, entre las entidades de la ontología aristotélica están los cuerpos celestes, que son incorruptibles (por el tipo de materia y forma que tienen), y los cuerpos terrestres, que sí son corruptibles (se degradan y extinguen materialmente). Así, por ejemplo, el sol ˗un cuerpo celeste˗, que es causa del calor que reciben los cuerpos terrestres calentados, posee una forma del calor superior y específicamente diferente de las formas del calor que reciben los cuerpos terrestres. De aquí que la predicación del calor es análoga cuando se predica del sol y de los cuerpos terrestres calentados por el sol y de su causa, que es precisamente el sol. Así que aquello que es causa de que otros seres sean verdaderos, resulta verdadero en grado máximo. Por eso los principios de las cosas eternas deben ser siempre verdaderos porque no tienen causa de su ser. Es necesario que aquellas cosas que siempre son, y son causa del ser de las demás cosas, sean también causas de su verdad.
Por tanto, el acceso al máximo ser, que es la máxima verdad, se logra a partir de un análisis inicial del ser de las cosas naturales sometidas al cambio y al movimiento. A partir de ellas puede progresarse hacia el conocimiento de las supremas realidades que son las causas del ser de todas las cosas que tienen el ser recibido de otras. Como bien propone Giovanni Reale: conocer la verdad significa conocer la causa.
Es claro que Aristóteles no entiende la verdad como lo hace la Modernidad racionalista desde el siglo XVII. Para esta filosofía, la verdad comparece en el entendimiento porque es conforme consigo mismo (cogito, ergo sum). En cambio, en el pensamiento de Aristóteles la verdad y la ciencia están esencialmente involucradas con el ser y la realidad externa a la mente humana. Y es que la ciencia es intencional y trascendente (no inmanentista), llegando a la realidad misma, siendo ˗en cierto modo˗ ella.
configuración somática o material del cerebro. De ahí que cuando hablamos del sistema cerebro-espinal, del que proceden las actividades psíquicas, en realidad nos refiramos a una estructura constituida por la mente o psique, que lo erige como una única sustancia (aquello que es en sí) corporal, biológica y racional a la vez. De tal manera que cuerpo y mente están unidos en una sola sustancia, que es el ser humano.
presentados en el capítulo 17 del libro 7 de la Metafísica. En este lugar Aristóteles demuestra, mediante el análisis de la corrupción de los cuerpos, que es imposible que la forma (aquello que hace que una cosa sea lo que es) se identifique con un elemento material que integra un cuerpo, porque después de su descomposición, los elementos materiales se mantienen y la forma no. La conclusión necesaria de su argumento es que la forma no puede ser un elemento material, sino, más bien, el orden que organiza todos los elementos materiales del cuerpo.
(aquello que ya es), tenga una perfección y actualidad tan elevada que, no sólo es forma de corporalidad, sino que, junto con ello, es también forma de vitalidad, sensibilidad, intelectualidad y espiritualidad, como quiera que la racionalidad es la forma más alta de vida. Por tanto, la compatibilidad de todas estas propiedades del alma y su síntesis en un solo acto, que es precisamente el alma, queda garantizada por el alcance metafísico de la doctrina según la cual la mente es un acto, diverso de la materia, que es pura potencia (aquello que puede llegar a ser: como un niño es un hombre en potencia).