COVID-19 ¿La peste de nuestro tiempo?

 por Juan Carlos Rodríguez, historiador

       La peste negra del siglo XIV y el coronavirus han sido dos de las grandes pandemias que ha tenido que encarar la humanidad. Es obvio que no han sido las únicas ni lo serán; al ciclo biológico natural hemos de añadir otras que han surgido en laboratorios. Las armas bacteriológicas[1] o también llamadas bioarmas, que desde la Primera Guerra Mundial han sido empleadas como elemento disuasorio o de exterminio, han contribuido a deshumanizar nuestras sociedades. Es el resultado de un conjunto de ideologías cuya prepotencia ha ido alterando la esencia de la naturaleza humana con los consiguientes perjuicios, tal como ha recordado recientemente Luis Suárez Fernández[2]. Sea por razón de una enfermedad zoonótica o por una fuga accidental o premeditada, el COVID-19 nos ha introducido en un período de crisis similar al de la peste negra de 1348.

       Antes de comparar dichas pandemias, cabe recordar los estragos de otras como la viruela o el sarampión, siendo responsables de las elevadas cifras de mortalidad entre las poblaciones amerindias a la llegada de los españoles y no tanto las armas, como se obstina en subrayar la leyenda negra británica u holandesa. Según el doctor Francisco Guerra, avalado con estudios y análisis de otros como Rosenblatt, Friede, Coolc u Borah, para finales del siglo XVI la población indígena americana se había mermado un 10% con respecto a las cifras de su demografía original[3].

Las plagas de la conquista de América       Actualmente, tanto estas enfermedades como la peste negra son de sobra conocidas por su diagnosis y tratamiento. Sin embargo, no por ello son menos peligrosas que el coronavirus, aunque su mayor control por parte de la comunidad científica contribuya a serenar el ánimo de la opinión pública.

       En su caso, la peste bubónica[4] y el COVID-19 tienen no pocas similitudes. La primera es la contagiosidad, si bien en este caso la actual supera a la plaga negra. Desde la antigüedad hasta nuestros días la peste negra ha perdurado en el planeta, aunque en mucho menor grado. Autores como Giovanni Bocaccio, precursor del Renacimiento, noveló sobre ella. La obra El Decamerón comienza describiendo la peste bubónica y cómo golpeó a la ciudad de Florencia:

Casi al principio de la primavera, la mortífera peste hizo su aparición de una forma que yo llamaría prodigiosa […]. Al iniciarse la enfermedad, lo mismo al varón que a la mujer, formábaseles hinchazones en el ingle o en los sobacos, alcanzando algunas el tamaño de una manzana o un huevo […]. Ni consejo de médico ni virtud de medicina eran eficaces para curar la enfermedad; de modo que […] no sólo eran pocos los que sanaban, sino que casi todos, al tercer día fallecían, a veces sin fiebre y otros síntomas.

      El brote medieval de mediados del siglo XIV es uno de los peores que se recuerdan a lo largo de la historia. Sus inicios en Oriente, como ahora el coronavirus, acabó por extenderse a Europa hasta disminuir un tercio de su población. Esta enfermedad zoonótica, transmitible entre animales y seres humanos −al igual que el coronavirus− tuvo en la rata y, sobre todo, en la pulga común el principal agente portador de la enfermedad.La Peste Negra: antecedentes, desarrollo y repercusión ... Como es sabido, la ruta de la seda o de las especias, que comunicaba Oriente con Occidente, proveía a Europa de objetos de lujo hasta su interrupción vía terrestre en 1453 a causa de la caída de Constantinopla (la actual Estambul) en manos de los turcos. Entre las mercancías se alojaban los roedores que, al llegar a su destino, extendían la epidemia por doquier. Y es que los parásitos de una rata infectada saltaban a las personas sin que ninguna barrera higiénica pudiera contrarrestar la plaga. En nuestro tiempo hemos evolucionado positivamente al erradicar una enfermedad infecciosa mediante el control de roedores y parásitos. Si la sangre era el principal medio de infección de la peste bubónica, debido a la picadura del parásito, que conllevaba una infección de los ganglios linfáticos, no lo era en la neumónica (implicaba una infección en los pulmones), contagiada a través de las mucosas al igual que con el coronavirus.

         Comparando los medios de propagación de ambas pandemias, a simple vista hay pocas diferencias e incluso podría parecer menos contagiosa la actual ante la mayor salubridad de nuestras ciudades. Sin embargo, hay otros factores que nos indican la alta capacidad de contagios indirectos, ya que las gotículas de una persona con COVID-19 al toser o exhalar pueden permanecer activas en ciertas superficies durante unos tres días[5]. En segundo lugar, la comunicación entre naciones vía terrestre, marítima, pero sobre todo aérea, aumenta exponencialmente la capacidad de expansión de la epidemia en un mundo globalizado; lo que hoy en día llamamos confinamiento conlleva mucho más trasiego que el de los años más florecientes del comercio mediterráneo medieval. Y en tercer lugar, la sintomatología de la peste negra se manifestaba entre dos y ocho días tras el contagio y en uno en el caso de la peste neumótica. De ahí que el tiempo en detectar y aislar a un individuo era mucho menor que los 14 días en los que el COVID-19 puede presentar síntomas, siendo incluso contagioso durante la incubación o los posteriores 15 días tras la cura.

Mapa del coronavirus en el mundo, en tiempo real hoy, 1 de mayo ...

       En cuanto a la letalidad y síntomas, el monje franciscano Michelle de la Piazza en su historia de Sicilia nos describe cómo la peste negra llegó a Mesina en octubre de 1347 tras el desembarco de 12 galeras genovesas contaminadas. Los datos son escalofriantes y la mayoría de infectados perecían al tercer día[6]. Según Leticia Martínez Campos[7], Milán fue la ciudad europea donde hubo tasas más bajas Y si las ratas no fueron las culpables de la peste negra? | El Correode mortalidad (un 15%), atribuida a las medidas de cuarentena promulgadas por los Visconti con en el aislamiento domiciliario de la población enferma. Otras localidades no tuvieron tanta suerte y la tasa de mortalidad fue mucho mayor. En Venecia pereció el 60% de su población en 18 meses, en Burdeos el 40%, en Génova y en Pisa entre el 30-40%. A pesar de ser devastadores los brotes de la peste negra y numerosos a lo largo de la historia, todavía hoy carecemos de una vacuna efectiva para luchar contra esta enfermedad. Según la OMS, en ausencia de tratamiento la peste bubónica tiene una tasa de letalidad del 30-60% entre los contagiados. Únicamente los antibióticos –de uso generalizado a partir de la Segunda Guerra Mundial− y el tratamiento de apoyo reducen dicha mortalidad por debajo del 30% si la peste se diagnostica a tiempo. Los datos sobre la letalidad del COVID-19 todavía no son categóricos y pueden fluctuar hasta el final de la pandemia. Recientemente, la Organización Mundial de la Salud ha asegurado que su letalidad es 10 veces superior a la de la gripe y poco similar a este virus, como muchos aseguraban en un primer momento[8]. La probable mutación del virus y los diferentes estudios científicos, irán arrojando un poco más de luz sobre esta desconocida pandemia que está asolando nuestro mundo. Si tomamos por válidos los datos oficiales administrados por el Ministerio de Sanidad en España a día 1 de mayo de 2020[9], vemos como el número de contagiados asciende a 215.216, el deCancillería confirma primer fallecimiento de un costarricense en ... recuperados a 114.678 y el de fallecidos a 24.824. Estos valores arrojan un 11,53% de mortalidad sobre el total de casos aparecidos y hasta un 17,8% sobre los casos cerrados hasta el momento, que ascienden a 139.509 (suma de recuperados y fallecidos). Cifras que se modificarían a la baja si los actuales ensayos clínicos surten el efecto esperado para el restablecimiento de la salud de los pacientes infectados.

      Se observan por tanto similitudes, pero también importantes diferencias entre la peste y el COVID-19. La principal divergencia es su propagación, que como ya se ha apuntado en el caso de la peste, nunca consiguió infectar a todas las regiones del planeta en un mismo episodio. Con respecto al coronavirus, se observa una tasa de mortalidad más baja. De hecho y aunque las cifras que se barajan del COVID-19 no sean del todo alentadoras, no sería ésta la más mortífera de las enfermedades infecciosas registradas hasta la fecha.

         Esta crisis sanitaria que, como la peste negra, habrá de revertir en dificultades económicas y sociales, no puede descentrar el objetivo de recuperación que, a medio plazo, sigue a estos descalabros. A tan malhadado preliminar –como refirió Bocaccio− suelen concatenarse capítulos más agradables que dejan atrás la dura experiencia de una escalada áspera en un ambiente yermo y hostil[10]. Esto exigirá una transformación del mundo como la que emergió en Europa en el siglo XV o, más recientemente, después de la Segunda Guerra Mundial con el reflote de una sensibilidad humanista que erradique la indiferencia y fomente la solidaridad, especialmente con los más vulnerables.

[1] La ricina, el fosgeno, la cloropirina, el napalm, el gas mostaza y el sarín, son algunas de las utilizadas durante enfrentamientos bélicos del último siglo.

[2] Luis Suárez Fernández, Consecuencias del progresismo. CIDESOC, abril 2020.

[3] «Los efectos de las enfermedades infecciosas para las que habían adquirido cierto grado de inmunidad los españoles, sobre una población virgen inmunológicamente como la indígena americana fueron desastrosos. En la isla de Santo Domingo, de una población estimada en 1493 en más de 3.770.000, para 1518 apenas si quedaban 15.600 y de éstos, después de la introducción de la viruela aquel año, apenas si se contaban 125 aborígenes de los cerca de cuatro millones que hubo en la isla. La población aborigen de México en 1519, en el momento de iniciarse la conquista por Hernán Cortés, se ha estimado en algo más de 25.000.000 de indígenas y para 1605 había descendido hasta l.075.000, aunque progresivamente fue recuperándose hasta alcanzar su nivel original al finalizar el período colonial. Los datos sobre Perú son fragmentarios pero se ha estimado que la población aborigen de Perú en 1532 era de unos 6,000.000 de indígenas y para 1628 sólo se contaban 1.090.000». Francisco Guerra: Origen de las epidemias en la conquista de América. Revista Quinto Centenario Nº14, 1988, págs. 43-52.

[4] La enfermedad  que conocemos con el nombre de peste (peste negra, muerte negra, peste bubónica, gran plaga, plaga negra) es una enfermedad infecciosa producida por la bacteria yersinia pestis.

[5] Según estudio de la OMS (Organización Mundial de la Salud), realizado el 21 de marzo de 2020. https://www.bbc.com/mundo/noticias-51955233

[6] «El cuerpo parecía entonces sacudido casi por entero y como dislocado por el dolor. De este dolor, de esta sacudida, de esta corrupción del aliento nacía en la pierna o en el brazo una pústula de la forma de una lenteja. Ésta impregnaba y penetraba tan profundamente en el cuerpo que se veía acometido por violentos esputos de sangre. Las expectoraciones duraban tres días continuos y se moría a pesar de cualquier cuidado».

[7] Responsable de la Sección Infectología en la Historia del SEIP (Sociedad Española de Infectología Pediátrica), en su artículo digital titulado, La Peste Negra.

[8] https://www.infosalus.com/actualidad/noticia-tasa-mortalidad-covid-19-10-veces-superior-gripe-20200409163947.html

[9] https://covid19.isciii.es/

[10] Giovanni Bocaccio, El Decamerón, 1353 (ed. 1983, Club Internacional del Libro), Parte I, p. 11.

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