por Antonio Cañellas, presidente del CIDESOC
El pasado 15 de diciembre de 2024 falleció Luis Suárez Fernández a los cien años. Aniversario que celebramos en junio con la entrega de una placa conmemorativa. Este ilustre académico de la Historia y catedrático de Universidad fue el director honorífico del Seminario de Historia José María Quadrado del CIDESOC. En nombre de todo el equipo escribo estas letras de agradecimiento que recogen, en parte, las ya consignadas en el prólogo del libro homenaje que le dedicamos en 2021 bajo el título En torno a la Historia de las Españas. De la Baja Edad Media a la contemporaneidad.

Tuve la suerte de conocer a Luis Suárez en 2008 con motivo de una conferencia que pronunció en el salón de actos de la parroquia del Buen Suceso de Madrid. Yo estaba entonces de paso, consultando los fondos de la Biblioteca Nacional. Fue un amigo quien
me invitó al evento. Aunque ya conocía en buena medida la obra de don Luis, me admiró su claridad expositiva ˗más si cabe tratándose de un octogenario˗, su capacidad de síntesis y lo ameno de su discurso. Su intervención duró una hora exacta, pero tuve la sensación de que apenas habían transcurrido veinte minutos. El contenido versó sobre la aportación de España y de la Iglesia a la cultura occidental. Una temática que poco después recogería en dos títulos publicados en 2012.
Mi segundo encuentro con don Luis fue en 2010. Ese año se conmemoraban los bicentenarios de las emancipaciones de la América hispana. Llamé por teléfono a la sede de la Real Academia de la Historia.
Allí pude contactar con Suárez, que me atendió con amabilidad. Le propuse participar en una obra colectiva que, volviendo sobre el hilo de su conferencia, subrayara las mutuas aportaciones de España y América. Se trataba de abundar en la verdad histórica ante los mitos y las leyendas oscurantistas que rebrotaron en medio de aquella efeméride. No le tuve que insistir dos veces. A las pocas semanas recibí un texto mecanografiado que se convirtió en el primer capítulo del libro América y la hispanidad. Historia de un fenómeno cultural, editado por eunsa en 2011.
Cinco años después, tras la puesta en marcha del Centro de Investigación y Difusión en Estudios Sociales, reanudé el contacto con Luis Suárez. Esta vez en calidad de presidente de dicha entidad y atendiendo al interés de la mayoría de sus socios para proponerle su integración en el equipo. Gracias a los oficios de Álvaro Sureda pude ser atendido por don Luis, que ya había fijado su residencia en Benidorm. Su modestia inicial, que se resistía a mi invitación, cedió finalmente al comprobar la solicitud generalizada de los miembros de la asociación. Desde noviembre de 2016 Luis Suárez colaboró activamente, siendo uno de nuestros articulistas más prolíficos. Pese a sus limitaciones físicas, no dejó de remitir trabajos extraídos de su amplísima obra, siempre con carácter divulgativo. En este sentido, dio puntual cumplimiento a una de las máximas de nuestro Centro: hacer extensivos los bienes formativos de la cultura a toda la sociedad. Siempre he pensado que fue esta la razón principal que le impelió a colaborar tan generosamente en esta empresa y en otras muchas.
La experiencia revolucionaria
Como él mismo reconoció, mucho tiene que ver en este compromiso la amarga experiencia vivida en su Asturias natal durante la revolución de octubre de 1934, con tan sólo diez años. La noticia del asesinato de ocho Hermanos de las Escuelas Cristianas y un sacerdote pasionista, dedicados a la enseñanza gratuita de los hijos de las familias mineras, causó una honda impresión en el ánimo de Suárez. Sobre todo al conocer
que su labor docente había sido el motivo de su condena por parte de los revolucionarios. Esta espiral de odio y persecución, que escribió el prólogo de la guerra civil (1936-1939), resultó crucial en su vida. Según sus palabras, aquella tragedia gestaría un proceso interior que culminaría poco más tarde con una doble vocación, personal y profesional. La demanda perentoria por hallar las causas más profundas de esa crisis le encaminó al conocimiento exhaustivo de la historia y a la gradual asunción de la fe católica como fuente de verdad de la que manaría el perdón y la convivencia, ejemplificados por los mártires de Turón. La posterior experiencia de la guerra civil convencería a Suárez de los efectos perniciosos del totalitarismo, particularmente en su expresión marxista. Para él, el estallido de 1936 era consecuencia del capítulo revolucionario de 1934. La incomprensión y el afán por patrimonializar la República, despojándola de su condición de forma de Estado para confundirla con un régimen político −y, por tanto, identificándola con una única ideología− fueron, a su juicio, los principales errores en los que incurrieron sus artífices.
La forja de un historiador
Durante la posguerra Luis Suárez dio curso a esa vocación profesional, concebida como medio de servicio a la sociedad. Después de estudiar los dos primeros años de la licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Oviedo se trasladó a la Universidad de Valladolid. Allí cursó la especialidad en Historia. La cercanía del archivo de Simancas le
adentró en el estudio de la Historia Moderna, animado por el impulso del catedrático Joaquín Pérez Villanueva, director del Instituto de Historia Jerónimo Zurita del CSIC. Poco a poco Luis Suárez perfiló su tesis doctoral, defendida en 1946. Bajo el título España frente a Richelieu, ahondó en las relaciones internacionales de la Monarquía hispánica durante la guerra de los Treinta Años (1618-1648).
Sin embargo, esta incursión en la Historia Moderna no llegó a consolidarse a la vista del nuevo panorama de estudio que le brindó el archivo de Simancas. El manejo de otra documentación relativa al siglo XIV, la lectura del trabajo del profesor Carmelo Viñas De la Edad Media a la Moderna, con una interpretación novedosa de aquel tránsito de época, y la oportunidad de cubrir la cátedra de Historia Medieval en la facultad, le persuadieron de la conveniencia −intelectual y profesional− de este cambio de especialidad. Así las cosas, en febrero de 1955, una vez superadas las oposiciones, el Ministerio concedió la cátedra de Prehistoria e Historia Universal de las Edades Antigua y Media de la Universidad de Valladolid a Luis Suárez. Contaba entonces con treinta años. Poco después −en 1956− contrajo matrimonio con su prometida, Josefina Bilbao, natural del País Vasco. La familia se ampliaría con tres hijos.

No puede obviarse tampoco la influencia que en su formación de medievalista desempeñó el profesor Antonio de la Torre, instalado en la Universidad de Madrid a partir de 1939 tras su periplo por las de Valencia y Barcelona. Fue uno de los principales maestros de Jaime Vicens Vives, que introdujo a Suárez en la Academia de Buenas Letras de Barcelona como miembro correspondiente en 1958. Los dos aprendieron de la Torre el manejo de la documentación original, proporcionando «las líneas veraces del acontecer histórico», tal como enseñara su maestro[1]. Desde esta premisa encaró sus artículos científicos y monografías, centrándose en la historia de la Castilla bajomedieval. Su especialidad le permitió observar todo un proceso de vertebración política de España protagonizado por la dinastía Trastámara. Éste se basaría, no en el uniformismo castellano, sino en el modelo aragonés de la unión de reinos, consolidado por los Reyes Católicos. Otro tema del que fue un referente indiscutido.
Vocación de servicio
Durante los años sesenta afianzó la amistad con otros historiadores que habían configurado una plataforma cultural alrededor de la colección Biblioteca del Pensamiento Actual
de la editorial Rialp. Una iniciativa sugerida por monseñor Escrivá de Balaguer y dirigida por el catedrático andaluz Florentino Pérez Embid[2]. Este trato y otras circunstancias favorecieron la concreción de la vocación cristiana de Luis Suárez en el Opus Dei desde 1971. Para él se trataba de un modo personal de vivir una fe coherente y operativa en todas sus actividades[3]. Desde entonces acentuó su colaboración con varios proyectos humanistas de raíz cristiana.
Asimismo, su etapa como decano y rector de la Universidad de Valladolid (1965-1972) le permitió formar parte de las Cortes españolas según lo dispuesto entonces por la legislación[4]. Durante ese septenio
pudo participar en el proceso de apertura del régimen de Franco con la tramitación de la ley orgánica del Estado o la ley de representación familiar. No obstante, fue la votación que proclamó al príncipe Juan Carlos de Borbón sucesor a título de rey en la Jefatura del Estado en 1969 la jornada más trascendente para Suárez, a tenor de su significación histórica. Quedaban sentadas las bases para la instauración de la monarquía. La positiva valoración de Suárez residía en la capacidad integradora que atribuía a la Corona. En su opinión, era una oportunidad que permitía entroncar la historia con un futuro mejor[5]. Con un derecho fundado en el orden moral, la monarquía podía erigirse en la garantía institucional del pacto o entendimiento del reino, desterrando así viejos odios[6].
Es este punto −el orden moral− el que, a decir de Suárez, reviste una significación imprescindible para el desarrollo y progreso de la sociedad. De ahí que todo sistema político deba subordinarse a esos presupuestos nacidos de la propia naturaleza del hombre −racional, libre, sociable y espiritual− para cumplir correctamente con su cometido de dignificación y promoción humana[7].
El reto del cambio cultural
Precisamente con la aceleración de los cambios culturales, sociales y políticos a partir de los años setenta, Suárez se decidió a prestar una mayor atención a la historia contemporánea. Sin dejar de ser un especialista en la Baja Edad Media desechó lo que Ortega y Gasset llamó la barbarie del especialismo. Es decir, la pérdida de una visión amplia, capaz de relacionar las distintas partes de la ciencia en una interpretación integral del universo[8]. El intento de conexión del régimen de Franco con el pensamiento tradicional de procedencia católica, que había conformado el modelo de la monarquía española, al menos desde la Edad Media, predispuso a Suárez a estudiar esos vasos comunicantes y sus propósitos de adaptación. De aquí que aceptara la petición cursada por la Fundación Nacional Francisco Franco −constituida en 1976− para ordenar la documentación inédita del que fuera Jefe del Estado. Aunque la pretensión de don Luis era la de publicarla progresivamente, facilitando la accesibilidad y conocimiento entre los lectores, finalmente la entidad optó por financiar una extensa biografía en ocho tomos bajo el título Franco y su tiempo. Ésta se convirtió
en un referente obligado, precisamente por la riqueza de sus fuentes, hasta que se permitió la consulta directa a otros investigadores, sobre todo al concluirse la digitalización del archivo en torno al año 2000. Fecha en la que Suárez iría revisando su obra con nuevas citas bibliográficas y documentales, que reuniría en la colección Franco. Crónica de un tiempo. Esto explica que la Real Academia de la Historia −a la que se había incorporado en 1994− le solicitara la redacción de la voz Francisco Franco para el Diccionario Biográfico Español, publicado entre 2011 y 2013. La entrada fue objeto de una polémica, alentada por el cambio de coyuntura política. Y es que desde 2004 el gobierno ˗en concomitancia con varias asociaciones˗ introdujo una revisión del proceso pactado de la Transición. Con la reivindicación
de la II República como único antecedente legítimo de la democracia (fundamento de las leyes de memoria), se desechó la validez del aperturismo franquista en el reconocimiento progresivo de las libertades públicas y en la reactivación del sistema parlamentario, al tiempo que se cuestionaba la monarquía. Es por razón de esta circunstancia que la mayoría de los medios de opinión no admitió el término autoritarismo al que recurrió Suárez, en vez de totalitarismo, para definir políticamente al régimen de Franco. Se pretendía una equiparación con el nazismo. En su exposición, Suárez no hizo más que abundar en la historiografía y politología predominante hasta mediados de los años noventa. Según esta línea interpretativa, sintetizada por Suárez, la fórmula autoritaria “sometía todas las opciones políticas al poder del Estado, en el que reside toda autoridad”[9]. Dicho de otro modo, en el caso español las llamadas familias del régimen[10] permanecieron subordinadas al poder de las instituciones ejecutivas (gobierno y Jefatura del Estado), es decir, a la decisión última de Franco. Bien lo compendió Juan Pablo Fusi en su título
Franco. Autoritarismo y poder personal, editado por Taurus en 1985. Por el contrario, y siguiendo dicho análisis, el totalitarismo se distinguiría por entregar el Estado y la sociedad a un partido único. De aquí que Suárez se resistiera a calificar el régimen de Franco de simple dictadura. No por falta de su componente autoritario que, como se ha visto, consignaba conforme a la realidad de los hechos, sino para diferenciarlo de fórmulas provisionales con plenos poderes desprovistas de intención fundacional[11].
Como suele ocurrir en estos casos, no faltaron argumentos ad hominem en dicha controversia. Quiso también descalificarse el trabajo de don Luis alegando su aludida relación con la Fundación Francisco Franco y por presidir la Hermandad de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. No entendieron los que así obraron que el vínculo de Suárez con esta asociación era precisamente la contraria a la que le imputaban. A saber: reclamar el sentido cristiano de la convivencia y la significación reconciliadora del monumento[12], según contemplaban los estatutos de dicha asociación y la legislación definitiva que estableció la correspondiente fundación en el enclave de Cuelgamuros[13].
Aunque cualquier obra humana contiene siempre carencias y es susceptible de mejora, la aportación de Luis Suárez resulta sin duda valiosa. Su concienzuda investigación sobre una base documental sólida y su capacidad divulgativa han hecho de este historiador un maestro para quienes hemos seguido su obra, a pesar de algunas discrepancias de método o interpretación. Su figura también supone ˗al menos para nosotros˗ un modelo de conducta y profesionalidad, acreditado por uno de sus últimos testimonios escritos que asumimos como propio:
Huyamos de las tergiversaciones que las ideologías políticas se ven obligadas a cometer. Es importante superar odios y rencores ateniéndonos a la verdad, que es la que nos hace libres.
[1] Julio Valdeón Baruque: “Luis Suárez Fernández”, Revista de Historia Jerónimo Zurita, nº 73, 1998, p. 33.
[2] Onésimo Díaz: Florentino Pérez Embid. Una biografía (1918-1974). Rialp, Madrid, 2023, p. 60.
[3] Con ocasión del cincuenta aniversario de la fundación del Opus Dei, resultan esclarecedoras las enumeraciones que el mismo Suárez refiere de una espiritualidad, integrada en su vida, y proyectada, en este caso, dentro del acontecer histórico: Son cada vez más los cristianos que se esfuerzan por vivir santamente la vida ordinaria, con honradez humana y sentido sobrenatural; son cada vez más los que dicen, con su conducta, que no tiene sentido dividir a los hombres según la categoría de su profesión […]. Pero aún hay más: el fundador del Opus Dei enseña a los cristianos a realizar su tarea con una perspectiva más amplia, al mostrar el trabajo como participación en la obra creadora de Dios. Luis Suárez: “Grandes encrucijadas de la historia”, Nuestro Tiempo, 11, 1978, pp. 34-35.
[4] Ley Constitutiva de las Cortes, art. 2, g, en Leyes Fundamentales. BOE, 1975.
[5] Luis Suárez: “Reflexiones sobre la Transición”, Razón española, 218, noviembre-diciembre 2019, p. 335.
[6] Luis Suárez: “Veinticinco años después”, ABC (08/06/2002).
[7] Luis Suárez: “La política y el orden moral”, La Razón (12/07/2013).
[8] José Ortega y Gasset: La rebelión de las masas. Espasa, Madrid, 2007, p. 172.
[9] Luis Suárez: Franco y el III Reich. La esfera de los Libros, Madrid, 2015, p. 18. Recomiendo también la consulta del enlace disponible en este artículo de la voz Francisco Franco, donde el autor reproduce la definición de manera muy similar.
[10] Concepto que alcanzó enorme relevancia desde la perspectiva de la sociología y la política según el uso dado por Amando de Miguel: Sociología del franquismo. Análisis ideológico de los ministros del Régimen. Editorial Euros, Barcelona, 1975.
[11] “Hoy se muestra preferencia por definir al franquismo como una dictadura. Este es un calificativo que, a diferencia de [Miguel] Primo de Rivera, el autocalificado de Caudillo nunca empleó. Franco lo rechazó cuando se le propuso. El autoritarismo es mucho más que la simple dictadura contemplada en el derecho romano: concentró en su persona la Jefatura del Estado, la Presidencia del Gobierno y el mando del Ejército sin fijar límites en el tiempo, ni tampoco en el espacio, limitado únicamente por las Leyes Fundamentales que se fueron promulgando. Rechazaba los partidos y afirmaba que se trataba de retornar a una monarquía católica, social y representativa”. Luis Suárez: Franco y el III Reich… op. cit., p. 18. En este sentido, la historiografía más reciente prefiere establecer una sinonimia entre autoritarismo y dictadura, singularizando las de carácter comisario o provisional, y las de naturaleza institucionalizada o con pretensiones de permanencia.
[12] “El Valle no fue nunca pensado como sepulcro de Franco, sino como mausoleo que permitió el comienzo de la recuperación de la buena relación entre los católicos que hubieran muerto combatiendo en uno u otro bando […]. Esto es lo que se pretendía entonces. No la tumba de Franco, sino la reconciliación religiosa dentro de un molde que ya estaba escogido en la lenta transición hacia la Monarquía […]. El odio es lo peor que existe, y quiere destruir nuestro vivir, la cooperación desde bandos distintos, desde lugares diferentes, aquellos años difíciles que permitieron superar los efectos de la Guerra Civil”. Luis Suárez: “Reflexiones sobre la Transición”, Razón española, 218, noviembre-diciembre 2019, pp. 332-333.
[13] Decreto del 23 de agosto de 1957 que establece la fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. BOE (05/09/1957). En este mismo sentido se inscribe la Carta Apostólica Salutiferae Crucis del Papa Juan XXIII, que en 1960 elevó a basílica menor el templo de Cuelgamuros.